Un gallego en la galaxia

Composición de tiempo y lugar

Donde uno se encuentra en un momento determinado de su vida es el resultado de toda una serie de causas y vicisitudes. Donde uno aparece en el mundo ya lo sitúa y en la mayoría de los casos esa chiripa biológica funciona como un determinante de su identidad, devenir y supervivencia. Todo lo va definiendo, dándole forma y proponiéndole una dirección y su supuesto sentido. ¿No decía Ortega que yo soy yo y mi circunstancia? Lo que no dijo, que yo sepa, es en qué proporción el yo es yo o mera cifra de sus circunstancias. Uno lleva un paisaje en el alma, ya sea de árida llanura o de orografía costera, de un mar de arena o de un Mare Magnum espumándose contra el roquerío de Finisterre. Allí da sus primeros pasos y se planta, balbucea sus primeras sílabas, percibe y siente todavía con una claridad diáfana hasta que se forma su primera memoria y poco después descubre lo efímero de la existencia y que la muerte, la suya propia, le espera, sin fecha ni hora cierta, a la vuelta de la esquina.  

La peligrosa inmediatez de la vida viene acompañada de una memoria colectiva que se expande en círculos concéntricos de la familia y la parroquia al mundo entero. Lo que llamamos cultura se perfila como un conjunto de significados heredados de la historia que informan una serie de estructuras sociopolíticas cuyo fin supuestamente educativo es formar a la nueva prole según los moldes establecidos. Y si, por casualidad, te tocase nacer y crecer en la penúltima sombra de un régimen fascista con su autoritarismo tradicionalista y patriarcal, con su sistema de premios y castigos domésticos, escolares, patrióticos y divinos, cantando el ‘Cara al sol’ en una escuela rural con un maestro para cincuenta alumnos de entre los seis y los catorce años, con tinteros en los pupitres y leche en polvo cortesía del Tío Sam, recitando el Catecismo y asumiendo la culpa original de una estirpe cainita, pues se puede entender fácilmente que en semejante coyuntura peligrasen tanto el amor como la inteligencia y la sensibilidad.

El ser humano no es lo mismo que el ciudadano. Son dimensiones distintas, aunque acaso complementarias. El yo ciudadano es esencialmente circunstancial. El ser humano se forja en el crisol de una conciencia universal que trasciende toda identificación grupal y localista, ideológica o confesional. Una de las cuestiones que se plantean, entre otras tantas, es hasta qué punto nacemos con una expectativa, por no decir necesidad, de claridad y orden, de hermandad y entendimiento, de afecto y solidaridad. Para mí que sí, que desde la más tierna infancia estamos dotados de un detector de contradicciones tanto afectivas como conceptuales, entre las palabras y la acción. Por eso muchos de nosotros acabamos sintiendo que habíamos nacido en el lugar equivocado, en la época equivocada y entre la gente equivocada, pues nuestro entorno nos resultaba totalmente alienante respecto a esos requerimientos innatos de nuestra humanidad. De ahí también que sufriéramos íntimamente esa pugna entre nuestra universalidad como seres humanos y las exigencias e imposiciones de nuestra ciudadanía circunstancial. 

Lo que nos quedaba era una posible síntesis, que años más tarde vi plasmada en una cita de Rafael Dieste en una losa a la entrada de su casa museo en Rianxo. A saber: “Rianxo hay que entendelo como un ámbito moi amplio, como cifra de todo”. Y eso es mucho decir, pues Rianxo ha sido un baluarte del nacionalismo gallego, mientras que su verdadero significado reside en ser cifra de la totalidad. Y de ahí que, llegado el momento, este otro rianxeiro se echase a la mar siguiendo su vocación galáctica y terrenal.

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