Sobre dogmas y consignas

La religión laica

Siempre me han interesado las religiones desde todos los puntos de vista. Es un fenómeno tanto sociológico como psicológico con muchas vertientes, digno de estudio, sobre el que quizá no se ha profundizado lo suficiente en ambos aspectos. Desde el principio de la humanidad, el deseo de trascendencia del hombre ha sido universal y espontáneo y durante milenios el concepto de la divinidad sigue anclado en el ser humano. Declaro que soy profundamente creyente sin profesar ninguna religión en concreto, aunque esté bastante cerca de unas y muy alejada de otras. Algunas se han perdido. Otras se han mantenido a través de milenios. Y hay otras que han aparecido en épocas recientes, como la religión del carguero, de la que en otra ocasión hablaré porque es realmente curiosa y más a estas alturas de la humanidad.

Sin embargo, la que más me asombra es una suerte de religión que lleva un tiempo, no mucho, aunque se nos haga muy largo, imponiéndose: la religión política. No es la primera vez que sucede, pero aunque se creía que no podría retornar en un país democrático, ha resurgido. Sí, una religión en toda regla. Con sus inapelables dogmas incomprensibles pero que hay que asumir sin cuestionar. Con sus sumos sacerdotes. Con sus ritos y su clero. Con el fiel-votante-neófito que ha de ser sumiso, sin criterio. Con aceptación total, so pena de caer en anatema y ser declarado fuera de la progresía. Con una devoción casi enternecedora. Con admiración y sumisión a la doctrina y al líder ¿deidad? carismático. Al Omnisciente. Lo haga bien o mal, eso da lo mismo porque está por encima de todos. Y de todo. Son designios que los votantes acatan pues es por su bien aunque ellos no lo comprendan, porque no se contempla eso de analizar.

Siempre pensé que la obligación de un gobierno, lo que habría de mantenerlo en el poder, debería ser el bien común de sus habitantes actuando con transparencia, eficacia y honestidad. Luchar por la unidad, la prosperidad y la paz de su país. Fomentar la cultura y el sentido del deber. Pues parece que aquí no. Así nos va. En esta nueva religión se acepta de buen grado, vamos que se aplaude, las mentiras más burdas, la degradación de La Justicia, el favoritismo más descarado, la manipulación, la ineficacia que lleva al empobrecimiento de la sociedad y el individuo. Todo esto en paralelo con el lucro más descarado de la Santa Cúpula y hecho con el mayor descaro y desprecio al país que debe defender y a sus habitantes 

Alguien me comentó- santa inocencia-, que no podía comprender cómo era posible que actuaran de este modo. Quizá esté equivocada, no digo que no. Pero me parecen muy claras las razones que mueven a esta élite-laico-religiosa. Sin más esfuerzo que la manipulación, el sumo sacerdote consigue ante todo EL PODER. Pero no es suficiente para un ego enfermizo y tras él llegan privilegios, el estatus más alto, disfrutar un lujo desmedido y un espléndido modus vivendi para él y su familia durante un par de generaciones. En cuanto a sus palmeros incondicionales y otros compañeros de andanzas, los favores de puestos y prebendas son pingües. Cómo recuerdo en estos momentos también aquello de que “no me hace falta que me den, a mí que me pongan donde lo haya.” Y sin ninguna responsabilidad. En la mayoría de los casos sin necesidad de formación previa ni de realizar trabajo mayor que el de bajar la cabeza para nutrirse de la sabiduría y áulica visión del líder. Y también de algo más, que esto de la nutrición es vocablo rico en acepciones. Otra cualidad importante para conseguir un puesto privilegiado, es la ímproba capacidad de no marearse ante el girar de puertas, sin olvidar el hecho de haber llegado de la nada y a la nada tener que volver si te echan del corrillo. 

Al que no consigo entender es al votante que, durante años, ve disminuir su capacidad económica, seguridad, nivel de enseñanza y el deterioro de las instituciones fundamentales para la libertad, mientras aplaude con fervor al Sublime. ¿Será un tipo de patología que va más allá del masoquismo? ¿Abducción? O a lo peor, simplemente incapacidad de pensar por sí mismo.

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