Andanzas. Vivencias. Poesía.

El emigrante: sus anhelos y sus penas

Mircea Eliade nos habla de los mitos paradisíacos que conllevan una continua búsqueda de la felicidad, el retorno al illo tempore sagrado y dichoso. Desde la bíblica caída y su expulsión, el ser humano busca nuevos caminos conducentes a la felicidad. He ahí nuestro cotidiano andar y andar, el escalar la montaña mítica o el hallazgo del árbol cósmico que une cielo y tierra. Porque lo nuestro no es solo pasar, sino hallar ese oasis fértil y acogedor que dé sentido a nuestra existencia. Así la historia nos ha dejado innumerables casos de diásporas, exilios individuales y colectivos, voluntarios y obligados. En nuestros días, masas humanas, oleadas de gentes se desplazan en busca de un mundo mejor, ecos de aquella nostalgia mítica del retorno al paraíso, que en nuestros días conlleva un camino doloroso, colmado de incertidumbre, sufrimientos y peligros que los intrépidos viajeros, hombres, mujeres con sus familias, inclusive niños y ancianos migrantes aceptan con gran coraje para cumplir su meta soñada, esperanzada y quizás nunca lograda.

Las razones de estas partidas son muchas. Míticamente hablando se trata de un rehacer de la vida en una tierra nueva. Luego vendrán las nostalgias de aquel paraíso de la infancia y de la juventud. Históricamente hablando estas emigraciones tienen sus causas económicas, políticas y hasta intelectuales. Quién no siente un desgarre al escuchar aquellas canciones cargadas de nostalgia: “Cuando salí de Cuba dejé enterrado mi corazón”, o “Mi viejo San Juan” con la añoranza del puertorriqueño de su tierra natal. El emotivo regreso de Juan el indiano a la aldea de su juventud: “Pensando en ti mar serena, pensando en ti bello cielo, era más dulce mi pena y menor mi desconsuelo” de la zarzuela, Los Gavilanes. Ficciones que dramatizan el dolor del desarraigo.

Los desplazamientos forzados nos hieren profundamente. Dolorosa fue la tragedia africana con sus gentes arrancadas de su tierra para ser esclavos en otros continentes, lo que el poeta Basilio Rodríguez Cañada llama: “Negra memoria / de la memoria negra. / Negro dolor / dolor negro”. En Colombia se les llama desplazados a aquellos campesinos que dejan su tierra huyendo de la violencia y buscan refugio en las grandes urbes. También, los intelectuales han hecho su fuga con anhelos de nuevos horizontes artísticos. Julio Cortázar en su Rayuela y García Márquez en “Doce cuentos peregrinos” se aproximan a las andanzas, gozos y carencias de los intelectuales latinoamericanos en Europa. Allí también encontramos dictadores y expresidentes expatriados para completar este mural de nuestra patética comedia humana. “Ginebra estaba llena de residencias dignas para políticos en desgracia”, anota un personaje de García Márquez.

Para concluir comparto dos de mis poemas que captan vivencias personales en tiempos actuales. Yo resido en los Estados Unidos, en el estado de Georgia. En un viaje a Bogotá con mi familia tuve un encuentro que me causó gran impacto y escribí el poema “Ojos suplicantes” relacionado con la tragedia migratoria venezolana. El otro poema titulado “El niño inmigrante” establece un diálogo de una madre con su hijo pequeño. Me impactó el hecho de que muchas madres dejaran a sus criaturas en la frontera entre México y Texas a la merced de un destino incierto. Las autoridades locales tuvieron que hacerse cargo de los niños, muchos de ellos bebés. Parece que en algunos casos tenían anotados números telefónicos para que algún pariente los recogiera. Es el dolor humano de la emigración lo que quiero resaltar en este escrito y en mi poesía.

Ojos suplicantes

El conductor de nuestro Uber paró al cambio de luces

en una congestionada calle de Bogotá.

Yo la vi detenerse en la acera.

Alta, delgada, cargaba a su bebé con firmeza.

Sus ojos suplicantes hablaron a los míos.

Me apresuré a mostrársela a mi hijo:

“Una madre joven, refugiada venezolana.”

Conmovido, él le dio unos cuantos billetes.

 Ella le manifestó su gratitud

y me miró con ojos agradecidos.

Yo sentí su agobio y desamparo.

Su pena era mi pena.

Mi nieto, a mi lado, presenció 

un instante de historia humana:

La realidad de la tiranía y la desigualdad.

Sin embargo, ella, una mujer joven, había escogido la libertad.

Caminó la dura jornada, la esperanza anidada en su pecho.

No, ella no es mendiga. Es una mujer en busca de apoyo.

Símbolo de nuestros tiempos.

 

El semáforo en verde, el conductor siguió su marcha. 

(Cecilia C. Lee, sept.1 2019)

 

El niño inmigrante

Vete, hijo mío,

Ya tienes ocho años

Vete al Norte.

Atraviesa muchas tierras

Cruza el Río Bravo

Alcanza la otra orilla,

Donde los prados crecen más verdes

Donde el sol brilla para todos

Donde las calles se tapizan de oro.

Ese es tu lugar.

 

Mamá, yo no quiero irme.

Prefiero quedarme en casa.

Te prometo conseguir un trabajo

Que nos ayude a todos.

Valor, hijo mío,

No estarás solo

Muchos niños

Se aprontan para irse.

Cuando ya estés seguro en tu nuevo hogar,

Carlitos y Clarita te seguirán.

Serás su salvador,

Serás su héroe.

 

Mamá, yo no quiero dejarte.

Te pondrás triste cuando yo no esté.

Tengo miedo del viaje

Tal vez no llegue al Norte.

 

Ánimo, hijo mío,

Haz éste tu sueño

Logra esta meta.

Vete al Norte, vete al Norte,

 

Donde los prados crecen más verdes

Donde el sol brilla para todos

Donde el oro tapiza las calles.

Tú eres nuestra única esperanza.

 

(Cecilia Lee Julio 18, 2014)

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