La mirada del centinela

Nos vamos de casa

Mi primo Venancio, que trabaja de intermediario en la compraventa de inmuebles, dice que los precios están por las nubes y más que van a subir. Parece que el mercado inmobiliario está al alza, cada vez hay menos oferta y la demanda se desborda en casi todo el territorio nacional. La tendencia es que siga aumentando el precio del metro cuadrado; de modo que, a día de hoy, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos en una nueva burbuja inmobiliaria. 

Esto de las burbujas puede resultar divertido para los más pequeños, niños que juegan sin saber que, cuando tengan edad suficiente para irse de la vivienda de sus padres, no podrán hacerlo porque su sueldo no les da ni para alquilar una habitación compartida; todo lo más, un habitáculo repleto de gente, como el famoso camarote de los hermanos Marx. 

Sin embargo, existe otra solución habitacional para los que buscan su hogar. Porque en la actualidad, en lugar de ser los hijos quienes se emancipan abandonando el nido familiar, son los padres los que se marchan a una segunda residencia que compraron en la playa o heredaron en el pueblo. De esta forma, los hijos se quedan de ocupas en la casa que sus padres estrenaron al casarse, treinta, cuarenta o cincuenta años atrás. 

La emancipación en la edad adulta es una revolución social. Si tus vástagos no pueden marcharse, los padres agarran la puerta y se piran. La descendencia lo tiene complicado. Soñar es gratis, pero una casa en el centro de Madrid te sale por un riñón, dos pulmones y te deja el corazón partío, como cantara Alejandro. Por eso, los hijos animan a sus padres a la emancipación, antes incluso de que se hayan jubilado. Cuanto antes, mejor. Los proyectos vitales se están demorando demasiado: tener un retoño a los cuarenta; comprarse piso a los cincuenta; dejar de salir de copas… nunca. 

El ladrillo y la estabilidad emocional no van de la mano. Son pocos los privilegiados que pueden comprar un inmueble de su gusto. Si me apuran, tampoco alcanza para comprar algo de mal gusto: precioso piso a reformar, interior, sin luz natural, sexta planta sin ascensor, a dos horas de la parada de Metro más próxima, mejor ver. Las circunstancias son las que son, la escasa oferta inmobiliaria condiciona a los compradores, que se ven así obligados a comprar activos muy alejados de su idea original. 

Por eso ahora, en la época de las redes sociales, son los padres quienes anuncian a sus hijos aquello de: “nos vamos de casa”. Y les dejan una vivienda que, aunque requiera de una actualización, está ya exenta de hipoteca, ese castigo que nos impone el banco, esa condena necesaria para disfrutar de unos metros cuadrados donde morar, más allá del tráfago de las ocupaciones cotidianas. Ya lo dice el artículo 47 de la Constitución Española: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”; eso sí, a precio de oro. 

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