Del sur xeneixe

El Puente Transbordador Avellaneda. La Torre Eiffel boquense

La historia del barrio de La Boca es breve e intensa.

Comienza en la tercera década del siglo XIX, cobra identidad inconfundible entre los años 1870 y 1940, se estabiliza más tarde  y comienza su decadencia durante los finales de los años 60, cuando desaparece la vida marinera, sostén económico de su desarrollo y fecunda matriz de su identidad.

En el periodo de esplendor que culmina en los 40, nacen sus más altas manifestaciones ingenieriles, arquitectónicas, intelectuales y artísticas.

De las primeras, el viejo puente transbordador Nicolás Avellaneda fue la realización más importante por “sus características dimensionales plásticas y funcionales”.

Tuvo su origen, como dice la historiadora Graciela Silvestre en “…un oscuro negocio entre el Estado y el Ferrocarril del Sud”, que sustituyó el compromiso original de construir un puente carretero en la desembocadura del Riachuelo, por otro con el que se beneficiaban sus inversiones en la margen derecha del mismo (Dock Sud), pero el tiempo y la historia del lugar, cuando habían desaparecido todos los vestigios del emprendimiento económico original, lo convirtieron a pesar de ese origen tan poco preciado, en un lugar mitificado-

Resulta curioso observar como dos de los lugares más emblemáticos del paisaje boquense –el mencionado puente y el célebre pasaje Caminito inmortalizado por un autor popular boquense, Juan de Dios Filiberto (el restante es la Vuelta de Rocha) nacen de manera fortuita como consecuencia de la expansión de la red ferroviaria impulsada por los intereses económicos del capitalismo inglés

El coloso de acero fue construido en Inglaterra con una aleación que le permitiera resistir con éxito la corrosión a la que estaba expuesto por acción de los agentes climáticos y armado en su emplazamiento actual por la Dirección de Navegación y Puertos de Buenos Aires.

Su antecedente más remoto se encuentra en Bilbao, capital de la provincia de Vizcaya, donde en el año 1893 se construyó el primer puente de características similares para cruzar el Nervión.

La base de la estructura está conformada por ocho pilotes de hormigón armado, de cuatro metros de diámetro cada uno, enterrados hasta una profundidad de 24 metros, indispensable para soportar una altura de 43,52 metros sobre el nivel del Riachuelo.

La barquilla móvil de 8 x 12 metros podía transportar hasta 30 personas y cuatro carros tirados por caballos en sus traslados, y en algún momento llegó a cruzar al tranvía que unía La Boca con Avellaneda-

La tecnología ingenieril avanzaba tan rápidamente, que en los otros dos transbordadores gemelos, el Luis Saenz Peña y el Capitán General Urquiza, inaugurados apenas un año después (1916), las diferencias plásticas eran claramente perceptibles y revelaban de modo puntual que el primero pertenecía inequívocamente a un lenguaje anterior.

Existen actualmente en el mundo sólo ocho ejemplares de puente transbordador en la línea de aquel, y especialmente significativo es que sea el emplazado en la ribera boquense, único con el que cuenta el continente americano.

Su vida activa se extendió desde  el año 1914 hasta 1940, momento en el que entró en funcionamiento el nuevo puente Avellaneda, que conjuga las características del puente vehicular levadizo con veredas y escaleras mecánicas destinadas a facilitar el tránsito peatonal, cumpliendo del modo más satisfactorio y completo sus principales funciones. 

El arte y la literatura tempranamente se apropiaron de su impronta expresionista y lo incorporaron al universo de sus representaciones.

En el año 1916, la destacada grabadora local Leónidas Maggiolo lo representó  por primera vez, en un aguafuerte que fue expuesto en la quinta edición del Salón Nacional de artes plásticas organizado en el país, convirtiéndolo temáticamente en motivo artístico, y abriendo, al mismo tiempo, el campo a otros artistas de gran relieve que frecuentaron con recurrencia la imagen de su magnética figura.

Pocos años más tarde, en el año 1922, el escritor nacional Manuel Galvez  le concedió un protagonismo central en su Historia del Arrabal, fijando sus impresionantes características morfológicas y simbólicas en un elemento inseparable de la vida cotidiana del  obrero y del transeúnte ocasional.

Para ese entonces, era ya, dicho con palabras de Roland Barthes “un objeto que ve, una mirada que es vista”.

El Quinquela de los años 20 particularmente, lo llevó a sus telas como eje temático de las sufridas labores de los estibadores encargados de la carga y descarga del carbón y una representación particularmente lograda de dicha imagen constituyó el obsequio que el presidente de entonces, Marcelo Torcuato de Alvear hizo en el año 1925 al aspirante al trono de Inglaterra, Eduardo de Windsor, durante su visita a la Argentina.

En la década siguiente,  Fortunato Lacamera y Victor J. Cunsolo en particular, dos maestros paradigmáticos de la gran Escuela de arte de La Boca, completaron con grandeza la tarea de mitificación de ese objeto de acero investido de múltiples significaciones, ligados al esfuerzo, a la vida y aun…al dolor.

 Acelerado su ciclo productivo por la rápida puesta en marcha del nuevo puente inaugurado en el año 1940, más práctico y veloz, asociado a las nuevas tecnologías, que buscaba responder con mayor eficacia a las demandas de la expansión del comercio y el ahorro de tiempo productivo, la contundencia de su figura y el “pathos” que rodeaba su figura le permitieron continuar creciendo como memoria y lugar simbólico.

Torre Eiffel y Arco de Triunfo simultáneamente del orgulloso territorio boquense, expresó el triunfo de la civilización de acero, a la vez que la frágil incertidumbre del alma marinera que anidaba en sus orillas junto al misterioso calor de sus polenas, lugar donde el esforzado barrio proletario maceraba las sacrificadas victorias de las vida cotidiana sostenidas sin eufemismos en la prepotencia honesta del trabajo.

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