Al hilo de las tablas

Romance de Valentía

La nueva obra de Paco Cañamero, y ya van más de 30, lleva por legítimo título “Romance de Valentía”. El mismo que tiene la copla que fue inspirada por la muerte del novillero Antonio del Castillo, en el pueblo salmantino de Masueco de la Rivera; acaecida en las fiesta de Agosto de 1952. “Romance de valentía, escrito con luna blanca, y gracia de Andalucía, en campos de Salamanca”. Sones compuestos por Quintero, León y Quiroga y cantados por la irrepetible Concha Piquer, cuya carrera era representada por el torero madrileño Antonio Márquez, también llamado “el Belmonte Rubio”. 

Cañamero, tras sacar a las librerías en el verano de 2023, la novela “No verás amanecer” en la que narra los dramáticos sucesos de la muerte de una joven de la alta sociedad vallisoletana, a manos de su marido, el novillero zamorano Pepe Somoza; acaba de regalar a los lectores una nueva novela basada en hechos reales; que recaba vida, muerte e imborrables recuerdos del novillero andaluz Antonio del Castillo, y todo el entorno que con él compartió existencia. 

Adentrarse en la lectura de “Romance de Valentía” es hacer un viaje sin retorno y sin final, por la existencia de Antonio del Castillo: su nacimiento en la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira, la desgraciada muerte de su padre, en el carro con el que se ganaba la vida llevando paquetes desde Sevilla; la pobreza extrema que él y su familia vieron y compartían con el común de los mortales, y los pequeños destellos de bienestar que atisbó en el fútbol, cuyo deporte practicaba su hermano, enrolado en la disciplina del Real Betis Balompié, y por supuesto en el toreo, al que entregó su vida. 

Si bien es cierto que el recuerdo de Joselito “El Gallo” y la presencia solemne de Juan Belmonte, lo eclipsaba todo; la novela nos hace un recorrido por la torería sevillana, con la que Antonio del Castillo forjó su vocación taurina, deteniéndose, en su paisano el viejo torero “Morenito de Alcalá”, que logró salir victorioso de las duras condiciones del toreo de principios del siglo veinte. 

Así mismo se detalla el paso del malogrado Antonio por tierras manchegas de las que, a manos de un empresario desalmado, vio cómo se reían de sus miedos y sus sudores. La vuelta a su tierra, los duros trabajos en lo que saliera, con el fin de paliar penurias en su casa; y la zozobra del toro que le acercaba -cada vez que podía- a los sitios donde se toreaba de salón, le hizo encontrarse con un viejo banderillero que le hizo cambiar de aires. 

La novela nos lleva de la mano de Antonio del Castillo hasta tierras salmantinas en un viaje hacia la eternidad, donde recibe buen trato humano por parte del  padre de alguna figura incipiente, y empieza a relacionarse con las debidas distancias, pero en fecundas relaciones con la torería que pasa los inviernos en la capital del Tormes y su entorno. Y va trenzando poco a poco su carrera, aunque pasados los veinte años de edad, continúe siendo novillero sin caballos. En Salamanca encuentra apoderado, que le cierra un buen número de contratos, dándole la posibilidad de hablarle a la pobreza de tú. Esto le permite girar a su madre alguna cantidad de dinero, con la orden de que al día siguiente sus hermanas no vayan a trabajar. 

Si el relato nos trae y lleva, por la trabajosa vida de la postguerra española, en los huesos de un torero modesto; la llegada en el “coche de línea” al pueblo arribeño de Masueco de la Ribera, no abre al recuerdo de quien se enfrenta a la sinrazón de quien exige la desproporción de fuerzas y lugares. Las tremendas cornadas que destrozan el cuerpo del torero sevillano, precipitan un viaje hacia ninguna parte, ordenado por el médico del pueblo, que se detiene con el torero ya muerto en Vitigudino, la cabecera de comarca. 

Resulta sobrecogedor el relato del entierro en el cementerio de la villa, la colecta para mandar a su familia, la disposición para velar el cadáver por parte de aficionados locales, y la presencia de la torería andante por la provincia, en su funeral. La novela de Paco Cañamero vuelve a demostrar que el toreo es grandeza siempre, en el triunfo y en la desgracia.  

Todo esto que perduraba en el recuerdo de algunas gentes de Vitigudino y la Arribes del Duero, lo ha tejido Cañamero en una novela que a parte de entretener y enseñar; actualiza los claroscuros del toreo y la vida.

Más en Opinión