Al hilo de las tablas

Tardes que hacen aficionados

No es raro escuchar comentarios entre los aficionados, que uno de los males de la fiesta que más daño hace, es su previsibilidad. Parece que todo lo que va a pasar, ya ha pasado; que ya nos lo sabemos, y eso hace que se  mate el interés, haciéndolo desaparecer progresivamente. Pues a diario nos estamos chocando con carteles de toreros y toros calcados de una feria para otra. Todo está organizado para que el gran público acuda en masa, a ver los nombres que mas suenan en el momento, acompañados de los que vienen sonando los últimos veinte años. Que esa es otra. Así parece que salen las cuentas a todos: empresarios, toreros, ganaderos y a la hostelería del lugar entre otros. Cuando se ensayan carteles innovadores y desacostumbrados, desaparece el gran público y quedamos un flaco número de aficionados que no permite el más mínimo desahogo económico. Y todo se reduce a que un torero tenga que ratificar éxito tras éxito, en difíciles circunstancias, para poder superar el superar el alto y ancho muro que le separa de la élite; para poder sentarse a su mesa, y lo que es más difícil, poder quedarse a compartir su estatus. 

Pero el mundo del toro está tan lleno de magia que a veces se produce de forma sublime lo imprevisto, y que cuando parece que no va a pasar nada, y que todo sigue igual, llega Borja Jiménez con el aire fresco de los toreros nuevos y lleno de oxígeno, propio de los toreros buenos; y triunfa en las ferias importantes ratificándolo todo con la grave verdad de la cornada. También grave. Para reaparecer a los doce días triunfando en una encerrona con Victorinos. Ahí es nada. Y llega Juan de Castilla, desde la empresa de logística donde gana el pan que no le da el toro, aunque también lo gana, y da la cara con los toros de Escolar, sin que la espada impida que todos nos hagamos eco de tal machada. Una espada que sí permitió a Jesús Enrique Colombo triunfar a lo grande en Pamplona con los imponentes Miuras, que corren sus encierros y salen a la plaza por la tarde. Y cuando la amable y muy previsible feria de Santander- por bien organizada entre otras cosas- rompe su primer paseíllo; hay tres novilleros que se atreven con la lluvia en una tarde, en la que Dios se queda sin agua en los cielos cántabros, y dejan todo un reguero de torería, raza y pundonor y una pureza extrema, al pechar con una amable- como también era previsible- novillada de los campos salmantinos de Casasola. Pues la capacidad del matador de toros que será investido en Albacete, que presentó Samuel Navalón, no desdijo ni se dejó desdecir, por el toreo en estado puro de Javier Zulueta, novillero sevillano cuya elegante sobriedad sorprende a todos y a todas. Y para poner la guinda al pastel de tan inquietante tarde, llegó Marco Pérez de triunfar por la mañana en Mont de Marsan; había cambiado el verde y oro, por el blanco y plata con cabos negros; y en el primer quite, su primer novillo se lo echó  a los lomos, para empitonarlo en el suelo y volver a lanzarlo por los aires, llegando noqueado a la enfermería. La raza de Marco no le permitía quedarse en la camilla mirando como los médicos, arreglaban tal desaguisado; se armó de la garra que tiene, para salir a pechar con una tarde de perros, que no impidió que regalara a los tendidos su pundonor lleno de estética, ante un gran novillo, el mejor de la tarde. Las desgarradoras imágenes hablan por sí solas y dejan claro que el toreo no es broma, ni siempre es previsible. Cuando el toreo, encoje y sorprende hay parte del público eventual, que se hace aficionado habitual. Porque cuando  el toreo, con su verdad traspasa la piel, es grandeza y vida. 

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