El Observador

Tempus fugit

Luis Aznar
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Aún no han terminado los ayuntamientos de retirar las luces de Navidad y comienzan a sonar unas chirigotas de carnaval que nos arrastran inevitablemente a los sonidos cadenciosos y profundos de la Semana Santa.

El tiempo nos atropella, el ritmo de los acontecimientos no nos permite pararnos a meditar mínimamente y la vida se nos escapa a chorros sin que nos demos cuenta. Nada que ver con aquellas semanas interminables del colegio cuando éramos niños, las despedidas de nuestros amigos cuando, terminado el curso, nos íbamos de vacaciones y al regreso contemplábamos admirados los cambios que se habían producido en nosotros. Los años transcurrían lentamente y teníamos tiempo hasta para aburrirnos.

¿Qué está pasando? Los almendros florecen en enero, las cumbres lucen verdes en vez de blancas y las restricciones de agua amenazan a una parte de la población en pleno invierno. ¿Es la climatología la que nos está trastornando?

Hemos entrado en una espiral que cada vez gira más rápido y nos resta perspectiva, sosiego y juicio. Asistimos impávidos a acontecimientos inimaginables hace tan solo unas décadas. Los cimientos de un país que creíamos sólido se desmoronan y aquellos que están obligados a defenderlo lo ponen en almoneda.

Son los delincuentes los que dictan las leyes que luego se les han de aplicar.

Los principios morales que han guiado a nuestra civilización durante siglos han dejado de ser válidos. La palabra dada ha dejado de tener ese valor casi religioso del que presumían nuestros mayores. La mentira se ha convertido en moneda de uso diario y se blanquea en cada telediario sin que cause escándalo a nadie. Más bien al contrario, al igual que la mancha de mora con mora se quita, una mentira tapa a la anterior y así indefinidamente. No interesa que la información que se da al ciudadano sea real o cierta, sino que parezca como tal, transformando de manera permanente la información en propaganda.

Es complicado discernir si gran parte de los dirigentes que rigen nuestros destinos son amorales o inmorales. Parapetados de forma permanente y sin ningún pudor en la razón de estado, olvidan que Maquiavelo, al que se puede atribuir la creación de este concepto, lo planteó exclusivamente para cuando estuviera en peligro la existencia de la patria.

No hay referentes a los que el ciudadano pueda aferrarse y servirle de guía. Platón, en su República, plantea que el gobernante debe ser sabio, pues sólo estos estarán preparados para buscar la justicia y el bien para el pueblo. Entender la política como un servicio a los ciudadanos es el noble planteamiento que engrandece esta actividad. Tristemente, hoy nos encontramos muy lejos de este escenario y sólo nos queda esperar que el tiempo siga pasando rápido y el daño causado por los insensatos que nos gobiernan tenga algún día remedio.

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