Pano secuencia

Trilogía de la Residencia de Estudiantes: Ojos

Pedro Tena Tena
photo_camera Pedro Tena Tena

Llegué a Madrid con el propósito de investigar en la Biblioteca Nacional de España. Necesitaba concretar unos detalles para mi próximo artículo acerca de Joseph Conrad. Y examinar El corazón de las tinieblas se me presentaba como la vía ideal con el objetivo de profundizar en las inquietudes del escritor hacia los desequilibrios morales y la fragilidad del ser humano. El centenario de la muerte del autor era la ocasión perfecta. Y un sueño, también, poder publicar en Conradiana. A Journal of Joseph Conrad Studies. Y con ese fin científico, precisaba de unos días en la capital. Y para ello me alojé en la Residencia de Estudiantes. Y allí, en un natural cuadro divino de un artista humano, al momento me empecé a recrear con visiones: en el pabellón principal, un atleta rubio, con sus ojos sin ojos, me brindaba artes y ciencias, invitándome a saber observar con tradición, con modernidad. Aquella resina, reproduciendo un busto griego del siglo V antes de Cristo, me daba luces, me ofrecía palabras. «¡Ay voz antigua de mi amor / ay voz de mi verdad […]», (Federico García Lorca, 1929-1930). Todo en el lugar se sentía detenido, como si un imaginario Orfeo musical suspendiera animales, personas, piedras, plantas. Y fue entonces, ya en la habitación 211, colocando en el armario mi ropa y la novela La mirada, de José María Guelbenzu, cuando me di cuenta de que algo rompía el equilibrio. Advertí que un anterior huésped había dejado un cuaderno con espiral. A5. 100 hojas paginadas. Escritura a mano. Tinta verde. Blanco de papel reciclado de 80 g/m². Portada de cartulina de 300 g/m² en amarillo. Y ese alguien, además, había olvidado un libro. H. G. Wells, El país de los ciegos y otros relatos. Barcelona. El Aleph. 2005. 22 cm. 95 p. Encuadernación en tapa blanda. Cubierta ilustrada. Colección «Modernos y Clásicos de El Aleph». Número de colección: 212. Traducción de Javier Cercas. Me recosté luego en la cama. Y fui allí otro Doncel de Sigüenza, pero con gafas Giorgio Armani (Frames of Life 2014). Hojeé el volumen. Y apareció. Un papel arrancado. Paginado: 1 y 2. Escrito a bolígrafo. Texto con tinta verde. Y empecé a leer. ¿Recordando el recurso del manuscrito encontrado? ¿No es lo mismo, Wolfram von Eschenbach, ante tu Parsifal, cuyo nombre fue motivo hace unos cien años para llamar al perro blanco de Cándido, el portero de la Residencia de Estudiantes?

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Lucía. Soy Lucía. Y hoy, jueves, 13 de diciembre de 2001, comienzo este diario. Tengo quince años. Y al igual que en Sobre héroes y tumbas (Ernesto Sábato, 1961), cuando rememoro mi primera niñez, «[…] veo cosas más lejanas: una fuente en la estancia, una bochornosa siesta, pájaros y ojos que pincho con un clavo» («Informe sobre ciegos», 1961). Dicen que soy superdotada. Tengo un gato que se llama Tiresias. Admiro a Borges. Me asombra Edgar Allan Poe. Me deslumbro escuchando «Media noche era por filo», del invidente Francisco de Salinas. Y ayer maté a mi oculista. A don Lázaro. Y es que me era necesario cegar su vida para siempre. Y eso que su apariencia en «la cita» me causó un brutal atractivo: «Su boca y mentón eran los de una deidad; los ojos, singulares, ardientes, enormes, líquidos, de una tonalidad fluctuando entre el puro castaño y el más intenso y brillante azabache; una profusión de cabello negro y rizado, bajo el cual se destacaba una frente de no común anchura, que por momentos resplandecía como marfil iluminado; tales eran sus rasgos, tan clásicamente regulares que jamás he visto otros semejantes, salvo, quizá, en las imágenes del emperador Cómodo», describiría mi admirado Edgar Allan Poe en 1834. 

Empecé a sospechar cuando en la tercera consulta, y con cierta obstinación, no quería que mis padres entraran conmigo en la sala. Y, después, la prueba de agudeza visual… con ese curioso texto en la cartilla optométrica de Jaeger:

N.º 1
«Era la misma niña:
los mismos hombros frágiles y color de miel,
la misma espalda esbelta, desnuda, sedosa,
el mismo pelo castaño».

N.º 2
«Un pañuelo a motas anudado en torno al pecho
ocultaba a mis viejos ojos de mono,
pero no a la mirada del joven recuerdo,
los senos juveniles».

N.º 3
Y como si yo hubiera sido,
en un cuento de hadas,
la nodriza de una princesita
(perdida, raptada, encontrada en harapos gitanos
a través de los cuales su desnudez sonreía al rey y a sus sabuesos),
reconocí el pequeño lunar en su flanco».

N.º 4
«Con ansia y deleite
(el rey grita de júbilo, las trompetas atruenan, la nodriza está borracha)
volví a ver su encantadora sonrisa,
en aquel último día inmortal de locura,
tras las “Roches Roses”».

N.º 5
«Los veinticinco años vividos desde entonces se empequeñecieron
hasta un latido agónico,
hasta desaparecer».
[…]

¡Qué estupidez recurrir a líneas de Lolita (Vladimir Nabokov, 1955)!

Y, más tarde, aquellas letras de una extraña tabla de Snellen, que ya parecían hablarme bien clarito. Consonantes y vocales, en un elocuente pero ridículo caligrama de intenciones:

E
R E
S L A
N I Ñ A
A L A Q U
E Q U I E R
O A M A R D U
R A N T E E L R
E S T O D E M I V
I D A P A R A S I E
M P R E Y O T E A M O

-1-
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Y, por último, el estrambótico ejercicio para trabajar mi agudeza visual en casa, tan aparentemente inofensivo: 

Fig. 1
- . / .- -.. --- .-. ---

Fig. 2
- . / .- -- ---

Fig. 3
- . / -... . ... ---

… Y que hizo acordarme de la imaginación dada en Oficio de tinieblas 5 (Camilo José Cela, 1973):

«530 adán y eva hablaban en hebreo pero caín y abel como fueron amamantados por una cabra usaban el lenguaje de los cabritos.

531 - beee beee beee / beee be beee beee / be / / be beee / beee be be be / be / be beee be be

532 - beee be be / be be / beee beee / be / / beee be beee be / be beee / be be / beee be […]».

… Pero cuando quiso analizar mi fondo ocular, fue lo definitivo. Ese oftalmoscopio, como un HAL 9000, me era un cristal transparente de sus pensamientos. No se trataba de un espejismo. Detrás del pequeño foco amarillo, yo podía ver lo que él deseaba. Esos propósitos se revelaban sin oscuridades. Y, por eso, lo maté. Lo maté. Y me sentí Ulises ante un cegado Polifemo. Me sentí feliz por ser dueña de su fuego vital. Fue algo prometedor.

-2-
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Tomé el cuaderno. En la cubierta había un título: «Memorias. Miopías personales». Ojeé el contenido. Idéntica escritura verde de la hoja arrancada. Igual disposición cuidada. La misma grafía sin vibración, con total predominio de la forma frente al movimiento: letras agrupadas, angulosas, ascendentes, firmes, ornadas, rápidas, sobrealzadas. Y, también, paralelas líneas inclinadas de izquierda a derecha. Coloqué ese papel manuscrito entre el interior de la cubierta y la hoja con página 3. Y bajé a la recepción.

- ¿Señor José Barrera? Buenas tardes. Una persona se ha dejado este cuaderno y este libro en mi habitación.

- Son míos -dijo alguien detrás de mí.

[…]

Si hubiéramos podido acercarnos, habríamos escuchado la pequeña presentación de la mujer, un agradecimiento, un intento de regalo por su parte. Y la respuesta del hombre con un no, por favor, no es necesario que se desprenda de La asesina ilustrada, que no he leído, por cierto. Y al cabo de pocos minutos, una aceptación y unas muchas gracias, disfrutaré con esa novela de Enrique Vila-Matas. … Y hasta habríamos notado el indisimulado contento de la donante. 

- Una curiosidad, Lucía, perdone: ¿no es la obra que el autor se propuso crear con la intención inicial de causar la muerte a quien la leyese?

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