El perfume del vino

Hacia una filosofía práctica del vino. Preámbulo Parte II.

«…Y Heidegger descendió a la caverna de Platón con una copa de vino.»

Hosanna el perfume del vino
photo_camera Hosanna el perfume del vino

Antes de comenzar a leer el artículo, si se animan, les invitamos a escuchar la pieza "Nos esprits libres et contents" del Ballet de la Reine (1609) del compositor Antoine Boësset (1587-1643). Una perfecta representación del clima mundano y exquisito de “dulces pasatiempos” en la corte de Luis XIII. Un mundo en cuyo seno moraban los espíritus que se declaraban “libres y contentos” del dios Amor que reinaba en la corte, y del cual se habían alejado para conjurar sus peligros. ¿Podrá la libertad, entendida como ese tránsito a recorrer que tiene lugar en el seno mismo de la cosa donde se establecen relaciones, abrirnos al ser del vino?

Adicionalmente, también les invitamos a leer la primera parte (Preámbulo Parte I) de este artículo.

«El hombre no es más que un junco, el más endeble de la naturaleza, pero es un junco pensante. No hace falta que todo el universo se ocupe de aplastarlo. Un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero cuando el universo lo estuviese destruyendo, el hombre sería más noble que aquello que le mata; porque él sabe que está muriendo, mientras que el universo no tiene ni idea de la superioridad que tiene sobre él». Esto afirmará Blaise Pascal.

Somos un frágil junco pensante, que se dobla sin reblar ante los empellones de una lectura imperfecta de nuestra propia existencia. Una lectura imperfecta que nos impide relacionarnos de una manera más auténtica y abierta con “la verdad del ser”.

Pero ¿qué es “la verdad del ser”?

La “verdad del ser” puede ser entendida como el marco ontológico desde el cual experimentamos y comprendemos. Es la perspectiva desde la cual se revela “el ser de los entes” de manera única. Pero… ¿qué es “lo ente”? y ¿qué es “el ser del ente”/ "el ser de los entes"?

Lo ente” es un concepto más amplio que el simplemente referirse a "cosas" tangibles porque incluye, además de tener existencia, aspectos no materiales como ideas o emociones. “Lo ente” es todo aquello que “es”, más allá de su apariencia superficial para abordar su esencia y su relación con el ser.

Así, el vino es un “lo ente” que revela su ser a través de su materialidad tangible visual, táctil, auditiva, y olfativa a través de sus aromas, su color, su historia, la de la viña y la de su interacción con el entorno, su proceso de elaboración, la impronta del enólogo, la del viticultor, la del consumidor, entre otros. 

Por otro lado, el "ser del ente" se refiere a como el ente se revela afectado por la verdad del ser. Así, el ser del vino se despliega y se revela de diversas maneras según las circunstancias y los modos de interacción con él.

El "ser del ente" que no es otra cosa que su manifestación pura, como se presenta y se hace accesible en el mundo, es decir, su disposición completa para ser utilizado en diversas situaciones o propósitos. Por ejemplo, un vino seleccionado para armonizar con la creación culinaria de un reputado chef, o un vino para cocinar, o para ir de copas, o para enamorar […].

De tal manera que la verdad del ser de un vino (el vino como lo ente) en particular se revela a través de sus olores particulares, la técnica enológica, el enólogo o aquél que lo degusta y su circunstancia, porque el vino es parte de una red mucho más amplia de significados y relaciones que forman la diversidad de lo ente. Una red más amplia que la que usualmente transitamos.

En definitiva, el vino tiene su propia modalidad de ser, porque cada ente individual o cosa en el mundo tiene la suya propia. Y es la verdad del ser del vino la que se revela y revela al ser de manera única en cada caso, más allá de las interpretaciones y conceptos preconcebidos y baratos, que suelen encontrarse en los descriptores de las fichas de cata.

Sin embargo “la verdad del ser” de los aromas del vino no se revela en la sociedad postmoderna. Una sociedad donde la multiplicidad de perspectivas, el relativismo, la saturación de información y des-información, la desconexión con lo auténtico, la fragmentación y la superficialidad o la dependencia excesiva de la tecnología entre otros limitan la accesibilidad a la verdad del ser del vino.

Es precisamente en esta sociedad de la infoxicación donde un lenguaje olfativo hermético nos mantiene atrapados en la idolatría de una imagen olfativa barata que desdibuja los olores convirtiéndolos en “sombras” de límites indefinidos. Y dado que los límites son esenciales en la búsqueda del significado y la comprensión de nuestra existencia, su desdibujamiento hace que la verdad del ser, arraigada en el misterio de lo oculto no se revele más allá de simples proposiciones o hechos aislados (e. g., acidez correcta o taninos suaves), o interpretaciones superficiales y conceptos preconcebidos de descriptores aromáticos baratos (e. g., olor a flores blancas).

De tal manera que los aromas del vino se manifiestan irrelevantes e inconsistentes al no ser nada en particular, −ya que hay quienes afirman que todos los vinos le saben igual; y al mismo tiempo también presentarse en su totalidad, como una sombra de límites indefinidos, −como un simple e irreflexivo “me gusta o no me gusta”, porque el enólogo simplemente buscaba que el vino estuviese bueno en boca.

Y sin embargo el borroso límite tras el “ser del vino” puede recuperar su nitidez al desjerarquizar y desenmascarar los aromas en las mezclas −tal y como comentamos en el artículo anterior, para así poder sumergirnos en la verdad del ser.

Es por esto que les proponemos un camino, de reconocimiento más que de conquista, para abrirnos a la verdad del ser del vino. No se trata de atraparla conceptualmente, sino de ver y experimentar lo que hay del ser del vino.

Y para eso iniciaremos, utilizando como símil heideggeriano un camino de descenso fenomenológico a la caverna de Platón. Y lo haremos en dos etapas. En la primera nos adentraremos en “la verdad del ser” del eugenol −una molécula volátil clave en el perfume Aramis (1966) o el Bellodgia Caron (1927), para luego en la segunda etapa adentrarnos en “la verdad del ser” del vino.

¡Iniciemos la primera etapa!

Como asumimos que no tienen a su disposición la molécula volátil eugenol, les invitamos a olfatear el clavo de olor (Syzygium aromaticum) como sucedáneo del mismo ya que en el clavo, aproximadamente el 89% de su aceite esencial está constituido por eugenol.

El objetivo es que el ente individual eugenol se “des-oculte” a través del ente particular clavo porque el aroma del primero contribuye significativamente al aroma del segundo.

Lo interesante de todo esto es que el eugenol no solamente se encuentra en el clavo, sino que está presente en cantidades significativas en el aceite esencial de otras plantas, como es el caso del laurel (Laurus nobilis) o la canela (Cinnamomum verum) en una proporción que oscila entre un 45%-70%, y 20%-50% respectivamente.

De tal manera que podremos experimentar y contemplar, al “lo ente−laurel” y al “lo ente−clavo” a través de una manifestación y revelación mutuas de ese “ente” común a ambos que es el eugenol.

En definitiva, les invitamos a olfatear el clavo de olor, para descubrir o “des-velar” el eugenol, para posteriormente oler el laurel y así descubrir/desocultar el aroma a eugenol-clavo en el laurel.

De tal manera que si en un vino identifican el olor a clavo-eugenol es muy probable que “el ser del vino” despliegue también el olor a laurel-eugenol. ¡Inténtenlo!

Mediante este método tan sencillo de triangulación acaba de tener lugar un acontecimiento o tránsito no reglado. Ha acontecido un “des-velar”, un reiterativo tránsito del olor del clavo al olor del eugenol; y del olor del eugenol al olor del laurel. Y lo mismo que acontece con el laurel puede hacerse con la canela u otros muchos más “lo-entes” (olores).

La intrincada red taxonómica de las metáforas aromáticas ha quedado “des-velada” ante el neófito. Se ha “des-velado” un lenguaje que tiene la cualidad de decir y poner de manifiesto la cosa. ¡Ya no contemplaremos al laurel, el clavo o la canela de la misma forma como hasta ahora!

Hemos iniciado el descenso a la caverna de Platón donde habita la experiencia concreta de las cosas en el mundo, como es el olor del laurel. Comienza así el derrocamiento de la tiranía de la imagen olfativa barata.

Ya estamos listos para olfatear un vino y seguir descendiendo a la caverna para descubrir “el ser” del vino. Pero esto lo dejamos para la siguiente entrega…. [Continuará]