La mirada de Ulisas

Sacerdote, poeta y escritor en el Monasterio de Santo Domingo de Silos

Padre Bernardo
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LA MIRADA DE ULISAS esta vez se detiene en un personaje que subyuga. Y no sólo en el atisbo sino en la mirada del corazón, donde caben todos los sentimientos. Con hechos y personas de bondad nos dejan vibrar muy en alto cuando se refieren al amor que se entrega en palabras y acciones. Es el caso del padre Bernard R. García Pintado del Monasterio de Santo Domingo de Silos; un individuo de avanzada y de sensibilidad ponderada. Vale la pena detenerse en esa vista que ofrece el monasterio con su abadía benedictina ubicada en la provincia de Burgos, en Castilla y León en España. Considerado una obra maestra por su belleza y señorío romántico con piezas de arte que recrean los ojos y le dan dimensión al espíritu. Es importante para no alargar mi artículo que hagan una investigación sobre este monumento histórico que nos revive sus avatares. El ciprés de Silos, ícono del monasterio, ha inspirado a grandes vates. Y la belleza del lugar nos deja boquiabiertos con una arquitectura que traduce su arte y su cultura. Convierte al Monasterio de Silos en un territorio de importancia espiritual y artística. Deja una huella histórica de gran trascendencia, igual que nuestro personaje el padre Bernardo. Tuve el placer gigante y el honor de conocerle. Descubrí de inmediato a una persona que se destaca por sus cualidades de entrega sin mediar distancias ni aprehensiones.  Ojalá el mundo contará con más individuos de este calibre. Nuestro planeta Tierra, indudablemente, sería el paraíso soñado que anhelamos muchos seres pensantes, donde las guerras ya no existan y la paz sea el pan diario con la presencia de individuos más evolucionados, alejados de la violencia y dispuestos a tender puentes con los demás: con parámetros de tolerancia y respeto como directrices para una sociedad sana e interesada en lograr una convivencia más armónica basada en principios de unión a pesar de las diferencias. Eso lo entendió muy rápidamente el padre Bernardo, quien no solamente es poeta y escritor, sino que ejerce su sacerdocio con la plena confianza de que desde su amor infinito al Creador puede alcanzar cambios en sus feligreses y en todos aquellos que acuden a consultar por sus corazones o sus almas en destreza. Es sabio en sus consejos y certero en sus recomendaciones. No obedecen a la mojigatería que uno creería que habita en el recogimiento de un claustro. Es un hombre que, a pesar del encierro, domina el tema de la condición humana con la altura que merece el conocimiento de la misma.  Su poesía es profunda como lo es él. Un hombre muy solicitado por personas de relevancia, que saben acudir a la consulta de un ser que ha transitado por varias sendas desde su espíritu cimero y su condición de sabio. No escatima en hablar del niño interior, como la representación de aquella pequeña personita que se aloja en nuestro yo más íntimo. Mucha gente la silencia o no la dejan expresarse libremente, cuando se sabe que esa voz tiene peso y dicta sus códigos secretos y competentes para hacernos obrar mejor y darnos esa felicidad, que muchos se niegan a dejar brotar desde su interioridad. Él hace el llamado al subrayar que toda persona debe tener esa relación con ese infante interno que clama ser escuchado. Dialogar con el padre Bernardo es un banquete para la mente y para el alma. Nos conduce por los laberintos más ocultos del ser para señalar propuestas más conscientes de una manera de llegar al entendimiento de nosotros mismos y de la otredad.  Bernardo es un iluminado que atiende el llamado del otro para hacerse cargo de una línea más contundente en la forma de proceder en la vida. Es un conectado con esferas que no siempre se reconocen, pero que él más que nadie sabe que son reales y están siempre listas a dar una puntada más sólida. Es un privilegio verlo actuar desde sus 90 años que no son sino un tiempo de sabiduría registrado en su cuerpo de hombre que ha conquistado sus demonios interiores para orquestarlos en la sabiduría que acompaña sus horas. Es un sacerdote que reza y se acoge a la humildad que representa la reclusión voluntaria. Una devoción que le sale por cada poro al mencionar su labor dentro del Monasterio de Silos, donde ejerce el rol de organista de la iglesia entre otras funciones que asume con pasión. Al tocar el órgano, ese instrumento tan mágico, todo retumba y la alegría se vislumbra al sentir que cada nota nos penetra de manera tan sublime. El sabe que detrás de la arrogancia, la soberbia y bajo cada acto agresivo se esconden una manifiesta inseguridad, un miedo a enfrentar la vida y un hondo dolor sin sanar. En el libro “Por el camino del silencio al jardín de la armonía”, Bernardo nos describe los estados del alma y los posibles recursos que podemos abordar para hacernos a una existencia más plena y colmada de hallazgos. Son textos filosóficos y poéticos que traducen las búsquedas que todo sujeto emprende para tener ecos de su ser. Y en su libro nos facilita los procesos al develar esos misterios que sus palabras aclaran de modo magistral. Y quiero reproducir un poema que nos desenmaraña la verdad de nuestra subsistencia en un universo que nos debe permitir el desarrollo y el crecimiento interior.

“No son los muertos los que, en dulce calma
la paz, disfrutan en la tumba fría.
Muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.
No son los muertos, no,
los que reciben rayos de luz en sus despojos yertos.
Los que mueren con honra son los vivos.
Los que viven sin honor son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos.
La vida es el honor del recuerdo en el recuerdo
Por eso hay muertos que en el mundo viven
y hay hombres que viven en el mundo muertos”.

Y enfatiza que la escritura es una de las mejores llaves para abrir esa cárcel de muerte. Divulga que para poder vivir en plenitud la vida debemos acercarnos a acciones que nos hagan más humanos y respondan por una conciencia universal. Bernardo R. García Pintado es un caballero que jamás se olvida. Deja en nuestros pechos su mapa individual y la evidencia de que hombres de su nivel son dignos de reverencias y aplausos, aunque sea ajeno a ellos.