Ciencia, periodismo y política

La desinformación sobre las drogas

La ciencia sufre el sesgo político que imponen sus financiadores públicos. Un periodismo de corta y pega, pone títulos pregnantes a sus artículos que distorsionan la información. La política se escuda en ‘lo que dice la ciencia’, aunque casi nunca sea así. En el asunto de las vacunas frente al Covid hemos vivido el triunfalismo espurio de Gobiernos y farmacéuticas frente a los delirantes argumentos de los antivacunas.

Estos conflictos son particularmente dañinos en el caso de las drogas. Veamos un caso reciente que proviene de un artículo publicado en El País con el siguiente título y subtítulo:

Así se comporta el cerebro durante un ‘viaje’ psicodélico

La psilocibina, una sustancia alucinógena con potencial terapéutico en psiquiatría, altera una red cerebral involucrada en el pensamiento introspectivo que nos lleva a soñar despiertos y a recordar

Ciertos tratamientos periodísticos resultan peligrosamente frívolos. Al introducir los términos ‘viaje psicodélico’ y ‘sustancia alucinógena’, lo que atrae a cierto público a su lectura, se están dando pistas de que la psilocibina es una excelente droga alucinógena, dejando en un segundo plano su efecto como medicamento. Además, en el artículo, ni se atisba la posibilidad de una epidemia de esta sustancia cuya gravedad superaría la de los opiáceos que actualmente asola los Estados Unidos. Profundizando en lo que la ciencia nos ha enseñado sobre el mecanismo de acción de la psilocibina, seremos conscientes del abismo al que nos estamos asomando. Se dedican miles de artículos al riesgo que suponen  las ‘IA generativas’ como GPT, Gemini o Claude y la improbable aparición de una ‘singularidad’ que haga a esas máquinas conscientes y nos olvidamos de los riesgos de la neurofarmacología. Solo la muerte de algún famoso como Michael Jackson, por abuso del anestésico propofol, hace que le prestemos atención. Para el caso que nos ocupa tiene relevancia la muerte de Amy Winehouse por abuso de ketamina, un fármaco muy relacionado con la psilocibina. 

Durante muchos años se pensaba que la actividad del cerebro durante el reposo era mínima hasta que las técnicas de neuroimagen han mostrado justo lo contrario, existe una actividad conocida como la propia de la red neuronal por defecto (RND) que consume entre el 60 y el 80% de la energía que utiliza el cerebro, incrementándose solo en un 5% cuando hay una actividad consciente. Esto explica, por ejemplo, que el nervio óptico filtre la inmensa mayoría de información que recibe, dejando que sea la RND la que complemente la información necesaria para crear una imagen en el cerebro visual. Estudios muy recientes han mostrado como la psilocibina es capaz de desincronizar la RND con el cerebro consciente, lo que lleva a la disolución del Yo, es decir, la conciencia de uno mismo. Los efectos psicodélicos son una consecuencia de esto, al producir la sensación de salir del propio cuerpo. El filósofo David Chalmers, en un experimento teórico, para entender el comportamiento de quien no tuviera conciencia de sí mismo, los describió como los ‘zombies filosóficos’.

La ketamina, un viejo anestésico, está autorizado para su administración por vía intranasal en la depresión resistente. Lamentablemente se ha convertido en una droga de abuso muy conocida en el Reino Unido que causó la muerte, como dijimos antes, de Amy Winehouse. Siguiendo la tradición de los antiguos farmacólogos, hace años, quise experimentar sus efectos. Utilicé una ketamina de calidad farmacéutica y la autoadministré en un laboratorio experimental donde pude comprobar el efecto comentado de la despersonalización, en realidad una desincronización de la RND, por unos minutos me convertí en un zombie. Conocida esta experiencia como droga de abuso de la ketamina, es razonable pensar que pudiera ocurrir algo parecido con la psilocibina que posee un mayor efecto desincronizante. ¿Cuáles serían los efectos de una epidemia de estas características? ¿Qué medidas de política farmacéutica son recomendables? 

Durante más de 20 años ocupé puestos de responsabilidad en el Ministerio de Sanidad y en la Agencia Europea del Medicamento en relación a la llamada política farmacéutica. Partiendo de la base de que no se puede renunciar a utilizar medicamentos como la ketamina o la psilocibina para tratar patologías para las que se carece de alternativas, se han buscado las fórmulas para evitar su utilización como drogas de abuso, pero la experiencia nos muestra como es una tarea imposible. El escándalo de los opiáceos en Estados Unidos, primero con la oxicodona y especialmente con el fentanilo (un fármaco que se administra por vía sublingual en forma de ‘chupa chups’) nos hace ser pesimistas. Trabajé ocho años en una multinacional farmacéutica que comercializaba fentanilo en España y pude comprobar de primera mano los conflictos de intereses que se producen. Siento escalofríos al imaginar las consecuencias de una epidemia de abuso de psilocibina, de ahí que no considere adecuado escribir un artículo periodístico resaltando sus efectos alucinógenos o psicodélicos. La mitificación de la psicodelia, vía  Pink Floyd y otros grupos de los 60-70, ha hecho un terrible daño social. Todavía este verano he comprobado como alguien llamado ‘El Drogas’ tiene contratados varios bolos, ¿qué habrá movido a ciertos ayuntamientos a promover este tipo de conciertos? 

Mayor espanto produce la hipotética utilización de psilocibina como arma química. Cabe imaginar unas calles ocupadas por seres humanos sin conciencia de sí mismos, exactamente como los animales. Hemos visto fotos de las calles de ciudades de Estados Unidos donde aparecen tumbados en las esquinas zombies con la voluntad anulada a causa del abuso de fentanilo. Las víctimas de las drogas ‘desincronizadoras’ darían todavía una imagen más dantesca, como la del vídeo ‘Thriller’ de un Michael Jackson ahíto de propofol, quizás el único fármaco conocido capaz de deprimir la actividad de la RND.