ARS GRATIA ARTIS

Emilia Pardo Bazán, mecenas protectora

Emilia Pardo Bazán, una de las grandes referencias del naturalismo literario europeo, libre como pocas mujeres de su tiempo, tenía una personalidad sorprendente, excesiva, como así era su físico. Su capacidad para trascender más allá del ámbito de las letras, queda reflejada en otras vertientes, en las que consigue desde una posición social privilegiada, visualizar con todo el poder de su genio y carácter una nueva forma de proceder. Es destacable su firme compromiso con el mundo del arte, que conocía perfectamente y sin duda de su agrado por la cantidad de noticias, y testimonios que ha dejado en sus escritos y críticas publicadas en medios como La Ilustración Artística o Caras y caretas. Tal inclinación se deja sentir al ver el número de retratos que de ella llevaron a cabo pintores o escultores de su tiempo. Dejando aparte las fotografías que la inmortalizan, hemos apreciado su sólida figura tallada en diferentes momentos y dimensiones por los escultores Fernando Campo Sobrino y Lorenzo Coullaut Valera; retratada asimismo por los pintores Ricardo Balsa, Gustav Wertheimer, Joaquín Sorolla, Máximo Peña y Joaquín Vaamonde Cornide. La cercanía con Sorolla queda plasmada en la correspondencia que mantuvieron, guardada en los archivos del Museo Sorolla de Madrid. El pintor la retrata en 1913, sobriamente definida, vestida de negro e iluminado el sereno rostro, con el magistral estilo que le caracteriza; la obra se encuentra en la galería de personajes ilustres de la Hispanic Society Museum & Library de Nueva York. 

Pero años antes de que esa obra viese la luz, la escritora ejerció de mecenas protectora de un jovencísimo artista: Joaquín Vaamonde Cornide (A Coruña 1872-Torres de Meirás,1900) incluido en la denominada Generación Doliente, grupo de cuatro pintores de corta vida y prometedoras carreras truncadas en plena juventud por la tuberculosis, en los inicios del siglo XX. Eran Ovidio Murguía, hijo de Rosalía de Castro y Manuel Murguía, Jenaro Carrero y Ramón Parada Justel.

Por sus andanzas a un lado y otro del Atlántico, imaginamos a un audaz Vaamonde Cornide apurando la vida en las ciudades de Montevideo y Buenos Aires, pintando y haciendo ilustraciones para revistas. En 1894, conoce a la escritora y condesa y le realiza el primero de una serie de retratos que la muestran a ella y a su familia en total plenitud. A partir de ese encuentro, la escritora y el pintor entablan una estrecha amistad  no exenta de recíproca admiración; el apoyo y las atenciones de Doña Emilia serán constantes, y en los momentos difíciles no dudará en amparar a su amigo, alojándolo al final de su vida, ya herido por la enfermedad, en las Torres de Meirás.  

La relación entre ellos da lugar a grandes cambios en la vida del pintor, materializados gracias a la introducción del artista en los influyentes círculos de la escritora. En 1896 Vaamonde abre taller en Madrid, comenzando a recibir encargos de destacadas  personalidades; pronto logra alcanzar prestigio y reconocimiento principalmente como autor de retratos; merecen mención, los de Rosario de Gurtubay y González Castejón (Fundación Casa de Alba) y Concepción de Ligués y Bález (Museo del Prado). Las creaciones son en su mayor parte en la técnica del pastel y tienen como principal razón de ser las condiciones propias de cada personaje, expresadas con delicada finura y una suavidad y elegancia dignas de mención. 

La sociedad artística de la época, ligada a las altas esferas, vivida e interiorizada por la Pardo Bazán, y la historia de Joaquín Vaamonde, sus sueños, ambiciones e intensa trayectoria, la llevan a crear La Quimera ( 1905 ), una novela altamente recomendable para los amantes del mundo del arte. El protagonista, Silvio Lago, era como Vaamonde un pintor que vivió la experiencia americana, que regresó y consiguió el éxito en los círculos de poder. Por las condiciones personales y anímicas del personaje de ficción en clara consonancia con las del artista real, podemos calibrar la gran sintonía e implicación que existió, a pesar de la diferencia generacional, entre la admirable escritora y el brillante pintor.