Crónicas de nuestro tiempo

La familia se autodestruye de la mano de la injusticia

En este momento, y desde hace años, los gobiernos de la UE decidieron que los infantes pubertos y adolescentes, se mantuviesen en sus familias con los mismos derechos y menos  obligaciones que sus padres, impidiendo por ley cualquier intento por parte de éstos de intimidar, castigar o infringir daños psicológicos amenazando al menor.

Quienes superamos los 40 y 50 años, generalmente nos hemos criado en un entorno familiar cuya disciplina se enmarcaba dentro de los parámetros habituales de cualquier familia, y donde los castigos por desobediencia solo iban un poco más allá de la autoridad perdida hoy día, incluido en raros casos, un superficial pero muy efectivo soplamocos, que sin más ni más reseteaba el intento de empoderamiento que hoy se ha impuesto.

Nuestros progenitores, en distinto grado y siempre hablando de un entorno familiar donde la violencia y malos tratos como tal no se daban, nos educaban bajo normas de tenue rigor que nos ayudaban a cumplir el horario de vuelta a casa, el comportamiento, la obediencia, el respeto y la atención en los estudios.

El ratoncito Pérez, Papá Noel, los Reyes Magos, las películas de televisión, las sorpresas, la fantasía, los cumpleaños, las ilusiones, el amor y la obediencia, formaban parte consustancial de lo que era la familia.

Hasta 1981, estaba prevista la facultad de los padres de castigar a los hijos en su artículo 155. Sin embargo, la reforma introducida por la Ley de 13 de mayo de 1981 suprimió la facultad de castigar, dejando a los padres únicamente la facultad de "corregir razonable y moderadamente a los hijos" (art. 154 CC).

A partir de entonces y progresivamente, los profesores y alumnos, comenzaron a entender correctivos de siempre; como un capón, un cachete un agarrón del brazo, un tirón leve del pelo, o incluso una bofetada o no salir a la calle, como actos casi criminales de agresión por malos tratos punibles y denunciables, sin tomar en cuenta el "animus corrigendi" de los progenitores, incluido el bendito soplamocos que terapéuticamente tanto echamos de menos y a tantos a vacunado.

Como no podía ser de otra manera, en colegios, institutos, ayuntamientos, juntas de distrito y comunidades, quienes controlan, informan, supervisan y deciden, son l@s del pelo multicolor, piercing, tatuajes, tabaco, mal olor y amantes de lgtbiq+, que con muchas ganas de inculpar a los padres no hacen otra cosa que no sea manifestar su resentimiento, dando muestras de la razón por la cual estudiaron psicología aplicada a ellos mismos (no tod@s).

Siempre ha comenzado la confrontación padres/hijos, con "la edad del pavo" y en todas las generaciones, pero especialmente ahora con las adolescentes, se ha convertido (no en todos los casos) en un auténtico enfrentamiento verbal, gesticular y desconsiderado,  donde los malos tratos se han invertido y son ellas y ellos, los que a sus padres y especialmente a sus madres, atormentan con su lenguaje, palabrotas, desacato y rebeldía, convirtiendo la relación familiar entre hermanos y cónyuges, en una situación de angustia y calvario, que resultando estresante, no queda más remedio que soportar por el bien de todos.

La mayoría de las adolescentes en edad de pavo y síndrome de calandraca, intimidan y amilanan a sus madres. Es una discusión permanente donde los insultos y vejaciones abundan. Viven como anarquistas con mal gesto; cascos, móvil y ropa corta. Hablan a voces. Se deshacen con sus amig@s entre risas, Jo tía y palabrotones.

Nuestra administración y nuestras comunidades autónomas, no han sido capaces de salir al paso de las cientos y miles de denuncias relativas a la agresividad y malos tratos de hijos contra padres. No tienen soluciones coherentes. En algunos casos, la policía, cuando acude tras la llamada de los padres, se limitan a proponer una denuncia que irá a la Fiscalía de menores, donde  intervendrá una abogada de pelo zanahoria o un joven abogado de pelo xius y zapatillas de deporte, con la misión de rellenar papeles, para nada que conduzca a solucionar el daño, y de paso a ver si con suerte, incriminan a los padres. Y mientras eso sucede, otros cientos o miles de menores ejercen un comportamiento de tal agresividad, que a veces se producen malos tratos físicos, psicológicos y materiales con el mismo resultado de sumisión.

El asunto vergonzoso, es que no existan medidas ni tan siquiera transitorias, que sirvan para neutralizar estas situaciones, mediante la adopción de soluciones que salvaguardando la integridad de la madre, los hermanos y a veces el padre (al que amedrentan utilizando los servicios sociales del instituto para contar aquellas cosas que no siendo escandalosas se puedan malinterpretar) sirvan para reconducir al menor afecto por la desvergüenza mezclada con instantes de moderación en aras de un capricho.

Recientemente, dos hermanas de 16 años, gemelas, después de cometer diarias agresiones verbales y materiales contra sus padres, propinan un golpe con una palmatoria a una hermana mayor, rompiéndole un diente y dejándola en un estado traumático con la cara ensangrentada y en shock con pérdida de consciencia. En este caso como en todos los demás, la policía no pudo transgredir los límites de la paciencia, a sabiendas que hoy día, cualquier acción  verbal, puede conllevar una denuncia, un expediente y una sanción. 

Los menores están empoderados, lo saben y lo explotan.

Es evidente que deberían existir centros especiales para casos especiales, en los que durante una temporada y sin dejar las clases, aquellos jóvenes que en estado depresivo insultan a sus padres y amenazan con el suicidio rompiendo el equilibrio emocional y la paz familiar, sean ingresados para ser tratados por profesionales donde además, se les enseñen actividades, deportes, hobbys, etc., que les ayuden a reconducir sus desequilibrios.

Los partidos populistas de izquierda; lgtbiq+; y en general la marginación de los degenerados que han tomado las riendas del poder, nos están sirviendo todo un menú amargo de degustación lenta, donde la familia, valores, sentido común, educación y respeto, han pasado a un plano de vejación y ultraje, en el que el delincuente es presunto inocente y el perjudicado presunto sospechoso.

Según las últimas indagaciones al respecto, algunos padres comentan entre ellos lo enternecedor que resulta ver a la fiera del día, ante la pacifica felicidad de su descanso nocturno en el mundo de los sueños, solo comparable con la secuencia donde el rey de las bestias King Kong duerme plácidamente mientras es observado por la mirada absorta de Naomi Watts, en el papel de Ann Darrow.