Diáspora árabe

El último día en Beirut (2011) de Luis Fayad

Nostalgia y melancolía del inmigrante árabe en América Latina

Luis Fayad es un autor colombiano de descendencia árabe. Nació en Bogotá en 1945 y actualmente reside en Berlín desde hace más de diez años.

El apellido del autor constituye una evocación permanente del origen árabe. A diferencia de otros novelistas hispanoamericanos del siglo XIX cuyos ascendentes tuvieron que cambiar de apellido por la diferencia fonética con el español, como Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Jorge Amado, entre otros. Si no fueran sus novelas, hubiera sido imposible deducir su origen árabe. Son obras influenciadas por el contexto histórico y social en el que fueron escritas. Mencionamos respectivamente un ejemplo de sus escritos: Abaddón el exterminador (1974), Crónica de una muerte anunciada (1981), De cómo los turcos descubrieron América (1991).

El último día en Beirut es uno de los treinta y cuatro cuentos de voces latinoamericanos, con raíces árabes y judías, recogidos en el libro de Rose Mary Salum Delta de las Arenas, Cuentos árabes, Cuentos judíos (2013).

La realidad consustancial al hombre en viaje es un tema corriente en las novelas de Luis Fayad: Los parientes de Ester (1978), Compañeros de viaje (1991), Regresos (2014), y La caída de los puntos cardinales (2000). Es con esta última que se nos da la oportunidad de considerar el camino de los primeros que llegaron a América Latina. Se habla de la inmigración como la existencia misma que lleva por el buen camino para unos y que conduce al deseo de retornar para otros.

No obstante, su cuento El último día en Beirut contiene una aproximación más subjetiva que refleja la incertidumbre acerca de la posibilidad de perder y vivir la caída, no por la realidad cotidiana sino por el embate de la nostalgia.

El cuento relata un pálido reflejo de la realidad que todo inmigrante vive al final de su vida. Es una etapa en la que el tiempo se llena de silencio y se empieza a vivir la paradoja de desarraigos y satisfacciones. 

Inicialmente, el viaje fue un proceso desafiante para todos los refugiados de Oriente Medio del siglo XIX que inmigraron huyendo de la opresión Otomana. Sobre todo porque ellos viajan a tierras sin política bien determinada. Ello además del choque cultural y de otras dificultades en la convivencia y la integración social. 

Con el paso del tiempo, se convierten en unos inmigrantes supeditados a las leyes y tradiciones de los latinoamericanos.

Transcurren 65 años desde la llegada del abuelo Nayib a Bogotá con su esposa Rasha. Es el tiempo tan largo que uno necesita para olvidar, pero ello no corresponde con el perfil del inmigrante levantino. 

Aunque está en buena compañía de sus hijos y nietos, se encuentra atrapado en un pasado irreversible y, por tanto, alimentado por la nostalgia de lo que ha perdido.  Entre suspiros y recuerdos, Nayib regresa al origen, al Líbano. Con su imaginario retorno se hace evidente que el viaje emprendido en su juventud es, como dice  Luis Fayad en una de sus entrevistas, un viaje para toda la vida.

Obviamente, la primera generación de inmigrantes ha conseguido algo grandioso, sus realizaciones en la nueva tierra son significativas. Han desarrollado empresas, clubes sociales, espacios culturales, centros religiosos y han fundado barrios donde los árabes se reúnen.

Después de cumplir los cincuenta años, y con más intensidad después de los sesenta, Nayib había empezado a hablar de las colinas del Líbano y de sus recuerdos. Al comienzo musitaba con el tono íntimo de los secretos que no son para compartir. Ya para entonces había desarrollado empresas, como la de vapores que navegaban por el Atrato, había aconsejado a sus paisanos en los negocios y había fundado un barrio en el que se congregaron muchos de ellos, aunque nunca formaron una colonia aparte. Tampoco los reunía en su mayoría el Club Colombolibanés, del que algunos no habían oído hablar y muchos conocían sólo de nombre.

El significado de la identidad para el inmigrante levantino difiere de una persona a otra. Hay quien lucha contra el olvido para seguir siendo el mismo hombre del Líbano; se esfuerza por mantener una distancia cultural con el grupo en interacción, pero mientras tanto trabaja para que todo resulte oportuno para integrarse en la sociedad.  Existe el que se convierte en ese personaje latinoamericano, cuya existencia se somete al cómo se configura la realidad externa y cómo respaldar el futuro de los hijos. Son maneras de ser cuya diferencia se aprecia en el porvenir de los árabes en América Latina.  Sin embargo, cualquiera que sea la actitud adoptada, en una edad avanzada el inmigrante se entera que no tiene pertenencia en el país receptor. Lo buscado antes, se convierte en un fin escondido detrás de una profunda tristeza en su vejez.

Al borde de la muerte, el abuelo Nayib recoge recuerdos de su época dorada del Líbano. Evoca a sus seres queridos que perdió, como Fatiha, una antepasada que nació y murió en el Líbano y a quien nadie de la nueva generación conoce. Se hace memoria también de su primo Hichán quien desembarcó tras él, y que iba a seguirlo pero finalmente quedó en el puerto de Sabanilla.

La soledad del abuelo le ha llevado a reflexionar sobre unos momentos que añora. Ha pasado días en su cama pensando en momentos, personas y lugares del Líbano. 

Este viaje de recuerdos hacia el pasado es uno de los atributos de la melancolía que lleva a la muerte, o más bien a otro viaje sin retorno.

(…) Miraba a la ventana como debió ser su mirada a través de la ventana del camarote en su primera noche en el barco, y vio la luna que no estaba en este cielo pero que vio en otro lado y que venía esa noche para que él volviera a verla.

Nayib representa al hombre libanés del siglo XIX, un ser condenado al dolor cuya vida ha dependido siempre del tiempo; su pasado y su futuro ha existido siempre en su presente. En éste tuvo que aprender el arte de vivir, buscar cómo concebir una vida con sentido y perseguir la felicidad.

No obstante, en los tiempos de añoranza, la sensación y la memoria, como niveles de conocimiento, sobreponen a la dimensión moral que conlleva el inmigrante levantino. Eso se debe, en gran medida, a un vacío omnipresente que le permite ver más claro el horizonte, un silencio que hace de la nostalgia una melancolía, de la autosuperación una autodestrucción y de la resistencia un cansancio.

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