La mirada del centinela

Fiscaliente

La parrilla de actualidad política en España se está poniendo muy caliente, o, a propósito de la revelación indebida de información por parte de Álvaro García Ortiz, a la sazón, fiscal general del Estado, la cosa se está poniendo fiscaliente. Es la primera vez en la historia de la democracia que un fiscal general del Estado está imputado por el Tribunal Supremo. Se le acusa de desvelar secretos que incriminan al novio de la presidenta Isabel Díaz Ayuso; contenido confidencial que se filtró a varios medios de comunicación con el consiguiente perjuicio para la defensa del comisionista. 

El Gobierno al completo, en su rutinario seguidismo de voceros bajo el yugo sanchista, ha salido al paso de la imputación enumerando los casos de corrupción del Partido Popular, en su estrategia de opacar su corrupción hablando de la de los demás. Se empeñan en representar el papel de oposición, cuando ya son más de seis los años que llevan ejerciendo su rol ejecutivo. Es uno más de los casos de corrupción que envuelven a nuestro rocoso presidente, cuya mandíbula comienza a resquebrajarse. Su naturaleza imperturbable y falaz se ve sometida al duro castigo de los hechos consumados. 

Parece obvio que al Gobierno le crecen los enanos. La propaganda no puede tapar para siempre la malicia del propagandista. Sin embargo, lejos de asumir responsabilidades, Sánchez y los suyos defienden la actuación del hombre que, en lugar de velar por el cumplimiento de la legalidad, la profana. Por supuesto, no va a dimitir; aunque, dicho sea de paso, Álvaro García Ortiz está desde ya inhabilitado éticamente para ostentar su cargo. Pero claro, qué le importa la ética a este plantel de embaucadores. 

Y todavía tiene el desahogo de intervenir en la televisión pública para desacreditar aún más su cargo escudándose en su buen hacer. La connivencia de las instituciones colonizadas por el sanchismo tiene estas cosas, facilitan la política de tierra quemada que sufre nuestra democracia. El Gobierno pisotea la verdad cada día, y lo hace sin rubor, ufanándose, los ministros parecen un hato exaltado de aves ponedoras de bulos. Cacarean embustes; embozan la verdad tras sus capas de bandoleros al frente del Estado; escupen soflamas infumables desde el artificio de su función pública; inventan realidades paralelas que consumen sus adeptos sin ningún empacho; ultrajan con su argumentario cualquier amago de cordura. Nos toman por tontos, y comienzo a creer que tienen razón. Su supervivencia se cimenta sobre millones de tontos que aguantamos el chaparrón de su ignominia día tras día, viendo en el telediario de turno sus desmanes mientras nos tragamos de forma mecánica sus patrañas. Debemos fiscalizar su conducta, no dimitir de nuestra responsabilidad ciudadana. Hagamos que la verdad resista, que la justicia sepa que estamos de su parte.