Bala de plata

Nunca llueve para siempre

“Derrotada por los sudores, le recordó al juez que era una yonki, que vendía caballo para autoconsumo y para quitarse el maldito mono de encima”

 

Lo dijo de pie, con la mirada intensa mientras se recolocaba la melena hacia atrás frente al magistrado: “Nunca llueve para siempre”. Me pareció una frase hermosa que encierra una verdad profunda y también un mensaje de esperanza que puede aplicarse en muchas situaciones. 

María salió del juzgado con la determinación de enfrentarse a la vida sin volver a pisar un calabozo. Los nacionales la habían detenido el día anterior por trapichear unas papelinas de heroína. Derrotada por los sudores, le recordó al juez que era una yonki, que vendía caballo para autoconsumo y para quitarse el maldito mono de encima. Erguida en la sala de vistas, le juró al de la toga que, si le daba una segunda oportunidad, se retiraba de esa mierda. 

“Nunca llueve para siempre, señoría”, declaró ante el magistrado un minuto antes de salir libre, bajo promesa de cumplir su palabra.

A menudo, las personas cometen equivocaciones, se desvían del camino o toman decisiones que les afectan negativamente a ellas y a los que les rodean. Por otro lado, no todo el mundo tiene las mismas facilidades en la vida. Muchos prójimos enfrentan barreras sociales, económicas o culturales que limitan sus opciones y les llevan a tocar fondo.

Al mismo tiempo, recibir otra prueba de confianza para empezar de nuevo permite reflexionar, aprender de las experiencias pasadas y, con el intermitente puesto, cambiar de dirección. Es cierto que no siempre funciona, pero se trata de un reto a la capacidad humana de resiliencia, de no quedarse atrapados en los fracasos y culpar única y exclusivamente a la sociedad de los males propios.

Aprovechar una segunda oportunidad es, en definitiva, el camino hacia una versión mejorada de uno mismo. De pasar página. En verdad, me entristecería cruzarme de nuevo con María en los pasillos de la Plaza de Castilla. Siempre habrá algo bueno por lo que valga la pena luchar. Su mirada era esperanzadora, sí. Esa esperanza que devuelve la fe en el ser humano.