Candela

Toca revisar

Que no hay verdades eternas ni absolutas es algo que uno tiene asumido a fuerza de ver cómo verdades incuestionables, a resultas de los avances imparables de la ciencia, han demostrado cómo aquello que era claro resultó no serlo tanto o cómo aquello otro que era así al final se demostró que tampoco lo fue exactamente. 

¿A cuento de qué este preámbulo? 

Pues a cuento de que aún late en los oídos la lección de historia, posiblemente de la enciclopedia Álvarez, donde se decía del personaje posiblemente más importante de toda la humanidad conocida, Cristóbal Colón, que era un marino de origen genovés, de nombre real Cristóforo Colombo. 

Y hemos caminado por el mundo, hablado del hecho y celebrado que, a pesar de ser italiano, fue bajo el auspicio de los Reyes Católicos que descubrió aquel nuevo mundo, un mundo desconocido, enorme, maravilloso, un universo en definitiva que señaló realidades y posibilidades para el viejo mundo. Un mundo que ya comenzaba a desgastarse y fagocitarse en sí mismo, escaso de medios y recursos naturales. 

Y el descubridor de aquel universo, aunque italiano, por las características y financiación de la aventura lo consideramos uno de los nuestros. Y todos estudiamos y nos sentíamos felices con aquel pionero, con tintes de loco y aventurero, al que luego sucedieron otros enormes hombres con gestas tan descomunales que realmente hoy aún no somos conscientes para valorar la auténtica dimensión e importancia de sus logros. 

Imagínense a Hernán Cortés —México y Honduras—, Jiménez de Quesada —Colombia—, Cabeza de Vaca —costa sur de Norteamérica—, Diego de Almagro —Chile y Bolivia—, Francisco Pizarro —Perú—, Pedro de Alvarado —Cuba, Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua— y otros más que, con minúsculos ejércitos pero un valor y coraje sobrehumano, hicieron más grande el mundo. Porque hasta aquel momento, el mundo conocido era el que existía y, así, como si fuera sacado de la chistera del mago, de repente aquello se amplió y cobró otra dimensión tan sorprendente y maravillosa que aún hoy asombra el solo pensarlo. 

Es en la canción «América, América» que con tanta nostalgia hoy aún nos llega de la voz inconfundible e inolvidable de Nino Bravo, donde nos recuerda aquello de «cuando Dios hizo el Edén pensó en América». 

Y fue España, a través de aquellos pioneros y otros miles que luego siguieron la senda marcada, que llevaron a «aquel Edén» progreso, cultura, lengua, civilización, religión, leyes, arte. O, si me permiten el chascarrillo y parodiando la famosa escena de la película «La vida de Brian» —especialmente hoy, que tanto se cuestiona la aportación de España a aquellos pueblos—, pues podríamos diseccionar un poco más y mencionar, bajando al terreno de lo puntual, acueductos, alcantarillado, carreteras, irrigación, educación, sanidad, la ley, el orden, las armas de fuego, el hierro y la metalurgia, el castellano y su escritura, el ganado bovino, ovino y porcino, la rueda como elemento de transporte y trabajo, la vid, el vino, los caballos, la arquitectura, la sanidad, las técnicas de navegación transoceánicas y la religión. 

Pues, con todo esto, hoy, tiempo de revisiones y donde la necedad, la mentira y la soberana estupidez alcanzan lugares de honor en el cielo de la estulticia, pues la moda es, en ese continente al que ayudamos a progresar y tanto queremos, criticar lo español, derribar estatuas de Colón, de la Isabel I, de los conquistadores y hasta de fray Bartolomé de las Casas —aunque este en realidad se lo merezca, pues coadyuvó a semejante distorsión de los hechos; pero, bueno, este sería asunto para tratar en otro contexto—. 

Pues bien. Hoy, que tanto chirrían en nuestros oídos los actos de vandalización contra representaciones de aquellos hombres valientes, nos llega la noticia —sorprendente y de una dimensión planetaria— de que estudios rigurosos de una universidad española, bajo la dirección de un muy notable investigador y usando las más avanzadas técnicas, han podido profundizar en la teoría de que el origen de Colón, muy posiblemente, no se correspondería con una persona oriunda de Génova, sino de un judío sefardí, posiblemente de la franja mediterránea y, afinando el tiro, de la región valenciana, quien se vio obligado a ocultar su origen por el riesgo a que su condición de judío le acarreara inconvenientes para sus planes y proyectos, habida cuenta que habían sido expulsados de España precisamente por los mismos Reyes Católicos que, al tiempo, estaban financiado sus viajes al nuevo Mundo. 

Pues, tras la relevante noticia —cuestionada y cuestionable—, un mar de posibilidades nos abre la historia para profundizar en ella y conocernos un poco más a nosotros mismos. 

Sí, definitivamente, un tiempo nuevo de revisiones y superación de mitos y errores.

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