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José María Barreiro. El mundo a través de una ventana

Café Gijón - José María Barreiro
photo_camera Café Gijón - José María Barreiro

El Museo Centro Gaiás de Santiago de Compostela muestra una selección de la producción pictórica y escultórica de José María Barreiro (Forcarei, Pontevedra, 1940). La exposición reúne una selección de más de un centenar de obras, cuyo hilo argumental es la ventana, asunto recurrente que supo anticipar el pintor Urbano Lugrís, amigo y apoyo en los comienzos de su carrera. 

En torno a la frase poètica “ O silencio que chove luz na xanela” (El silencio que llueve luz en la ventana), volcada en un texto que Lugrís dedicó a Barreiro, se estructura la exposición diferenciada en apartados que se corresponden con los momentos y temáticas que el artista viene abordando desde hace más de tres décadas.

Su personalidad creativa transcurre entrelazada por medio de grupos de obras que se refieren a los asuntos de su máximo interés como son el mundo de la música con sus gaiteros, cuartetos u orquestas, las escenas circenses, el homenaje a los viejos maestros, con Velázquez y las Meninas como motivo de reflexión, el taller, las series sobre el pintor y la modelo, naturalezas, arquitecturas y paisajes de las diferentes ciudades que conoció. O espacios lúdicos apegados a su existencia como el Café Gijón de Madrid, que el artista inmortaliza; óleos, dibujos y serigrafías, en variaciones sobre el mismo tema han salido al exterior en escenas envueltas en una nebulosa y personajes desdibujados, sentados alrededor de cada mesa; aunque se identifica la ambientación  reconocible al primer golpe de vista; la decoración, la esencia del local, palpable y corpórea queda registrada en cada creación. Barreiro asistió con asiduidad al Café Gijón en los años setenta y en los siguientes; concurrió a sus tertulias y de aquellos encuentros rememora a Umbral, Laxeiro, Tino Grandío, Francisco Alcaraz, José Caballero, Manuel Viola y al camarero - escritor del Gijón Pepe Bárcena, conocedor de todo lo que allí sucedía.  

Punto fundamental y vital del artista en su arranque creativo es el escenario cotidiano que le rodea: su taller, un inmenso mirador, una ventana al Mar de Ons, atalaya sobre la que se asienta la Casa del Burgo en Santa María de Cela, en Bueu, lugar privilegiado de la cálida costa pontevedresa y sus islas que inspiraron leyendas marinas, de sirenas dulces y marineros recios. Del atelier y a través de la ventana, van surgiendo las obras; los recuerdos están presentes y por medio de ellos se asoman los lugares de su vida que se corresponden con las ciudades en las que el artista exprimió el tiempo; largas temporadas en París, Vigo, Madrid y Buenos Aires, acuñan su evolución. En París a principios de los años sesenta entró en contacto con la pintura más encendida y colorida de la vanguardia francesa, la de Matisse y Vlaminck y entre sus referentes, siempre se encuentra Picasso verdadero eje aglutinador de todas las transformaciones.

En 1969 Barreiro se traslada a Buenos Aires y abre estudio en el pequeño local que le cede Ernesto Deira en el barrio de La Boca. Durante los tres años que permanece en el país suramericano, además de pintar y grabar, expone en galerías de la capital porteña y diseña murales para los escaparates de los Almacenes Harrods; conoce las geografías limítrofes, visita Chile, Uruguay y Brasil, absorbe paisajes y culturas; participa de los ambientes del exilio galaico con su amigo Laxeiro y de los inquietos e interesantes círculos urbanos, cercano a los artistas Deira y Macció, asiste a las reuniones organizadas en el mítico local setentero bonaerense Bar O Bar, santuario de la modernidad de aquellos años. 

A cada paso, la obra de Barreiro se ofrece vibrante, positiva y esa actitud está fielmente representada en el color, faro y emblema de su pintura de campo amplio, lenguaje apasionante, superviviente de tantas contiendas, que se expande y apodera de su escultura en una prolongación aérea, dibujada en el espacio. Disposición que afirma la vocación que siente por la tradición pictórica, asentada en su caso en el empleo de una figuración expresionista, verdadero marco en el que emplazar la individualidad.