Línea 6: historias circulares

Puesta de sol

Existen situaciones en las que el ser humano siente la necesidad de aplaudir. Ahora mismo, mientras veo cómo un señor graba con su móvil el cielo, se me ocurren tres de ellas:

  1. Al finalizar la obra de teatro, cuando los actores se recrean saliendo y entrando en el escenario. Alargan la validación. Se escuchan los vítores. 
  2. Cuando aterriza un avión. No sé si por superstición o por haber esquivado un final aterrador.
  3. Cuando acaba una película en el cine. No siempre, pero ocurre más de lo que me gustaría.

He cambiado el gris pálido por un azul éter. El trayecto de doce paradas de la enorme serpiente circular que repta a través de la capital por un paseo lleno de arena y sal. Los tornos que conducen hasta el andén por las tablas que conducen hasta el mar. El rugido del metro y las chispas del cableado por el rumor de las olas.

He cambiado las canciones de aquellos que buscan el caer de las monedas sobre el cartón por las canciones que suenan en bucle en los chiringuitos. He cambiado el olor del tosco perfume de quienes entran al trabajo por el olor del salitre. Los maletines por las gafas de buceo. Los pantalones largos por los bañadores y el sonido de los claxons por el de los vendedores de bebidas y aperitivos que atraviesan la playa como si del desierto se tratara.

He cambiado el pragmatismo más utilitario por la dulzura de lo inútil. Las notificaciones del correo por el sonido del peón cuando avanza por el tablero. Un desayuno rutinario por otro más satisfactorio, no por el alimento en sí sino por el ritual que lo acompaña. En el primero un café con leche y una luz tenue al alba; el segundo por un sol que roza la plenitud y unas risas que ensalzan la mañana. 

He cambiado a ese hombre japonés que hace ejercicio en el río Manzanares por otro hombre que ofrece pareos y bolsos de playa. Siempre saluda cuando pasas. Desconozco si es por interés o por educación. Quiero pensar que lo más lógico es que por ambas. 

He cambiado ese denso ensayo por una ligera novela. En el libro, un padre y un hijo avanzan por una carretera desolada. Cuando levanto la vista un padre y un hijo caminan por la arena y juegan a las palas. He cambiado el despertador por ese sonido rítmico que produce la pelota cuando es golpeada por la madera. Mi cuello gira de un lado hacia el otro. 

Entre la duda y la certidumbre transitan las vacaciones y la jornada laboral. Sol y luna, las mismas que están representadas en el cielo ahora. Las mismas que ese hombre está grabando con su móvil de última generación. El sol se está escondiendo mientras deja tras de sí un fino crepúsculo que ilumina lo que, desde Madrid al salir del trabajo, entre los edificios, no se deja ver. Cuando el sol atraviesa la línea del horizonte, el ser humano vuelve a sentir esa necesidad de aplaudir. Todos, al unísono, celebran algo. Desconozco si es el final de un nuevo día o que pronto comenzará otro.