A Volapié

Reflexiones acerca del problema chino

Después de la caída del muro de Berlín y el consiguiente hundimiento del bloque Soviético, el mundo entró en una breve era de relativa paz. Sin embargo, en los últimos años han surgido, o se han avivado, conflictos como el de Ucrania, o el de Taiwán y el mar de la China meridional, que han vuelto a disparar significativamente las tensiones internacionales. Frente a Occidente se yergue ahora la “entente” chino-rusa, apoyada por dictaduras como Corea del Norte, Irán, y Venezuela, entre otras. 

A mediados del siglo XX China se distanció de la URSS porque no estaba dispuesta a ser uno más de sus satélites. Desde entonces y hasta hace poco ambas naciones han vivido una paz fría en la que no faltan las reclamaciones territoriales, ni los episodios violentos como la guerra de 1979 entre China y Vietnam, entonces apoyado por la URSS. 

A partir de los años setenta los EE.UU desarrollaron una política favorable a China no solo para mantenerla alejada de Moscú, sino también porque era obvio que en el largo plazo este país iba a convertirse en una superpotencia económica y militar. 

Deng Xiaoping fue el que puso las bases para el increíble crecimiento de China logrado a lo largo de los últimos cuarenta años. Llegó al poder en 1978 e inteligentemente decidió abandonar la doctrina marxista a la luz del enorme fracaso del Gran Salto Adelante de Mao. El fiasco fue de tal magnitud que decenas de millones de chinos murieron de hambre. 

Según palabras del propio Deng, tuvo que escoger entre igualdad al precio de un enorme empobrecimiento del pueblo, o bien crecimiento y progreso al precio de la desigualdad. Hace 45 años que el PC chino entendió que la desigualdad no es el problema, sino la pobreza. Lamentablemente, a día de hoy la izquierda occidental no ha entendido esto.

Los chinos son mucho menos dogmáticos que los antiguos comunistas soviéticos, o que los actuales comunistas europeos. Ante el fracaso económico y social tanto de la URSS como de Mao, el PC chino, bajo la dirección de Deng, entendió que la única forma de salvar la dictadura comunista era generar riqueza y crecimiento, lo cual solo se podía hacer abrazando algunas de las instituciones del mercado y del capitalismo. Los comunistas chinos son ante todo nacionalistas, desean una china fuerte en el plano económico, social, militar y político. 

Esta nueva política, combinada con la entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001, explica el fabuloso crecimiento de China, espoleado por las inversiones y la transferencia de tecnología y conocimiento occidentales. Gracias a esto, la dictadura China es ahora una gran potencia económica y militar, aunque lamentablemente de corte imperialista y agresivo. Es por esto por lo que creo que la política de Occidente hacia China ha sido un error estratégico notable que tiene, y tendrá, consecuencias graves tanto para las naciones del sudeste asiático como para EE.UU y Europa.

Hemos alimentado un monstruo pues hemos enriquecido y reforzado a la mayor dictadura del planeta. Si alguien pensó que la prosperidad iba a dulcificar la dictadura comunista china, o generar reformas democráticas, es sin duda un ingenuo. Hay que recordar el grave error de juicio que Chamberlain y Daladier cometieron con Hitler al pensar que podrían apaciguarlo. La China de hoy, dada su potencia y su carácter totalitario no se puede apaciguar. China no solo amenaza a Taiwán con una invasión militar, sino que está siguiendo una política agresiva de hechos consumados para tomar el control del mar de la China meridional pasando por encima de los derechos de Vietnam, Filipinas o Malasia, entre otros. No solo esto, también se muestra agresiva con Japón y Corea del Sur. Por ahora la potencia americana hace que se abstenga de usar la fuerza letal, pero ¿por cuánto tiempo?. 

No olvido que la política nos obliga con frecuencia a elegir entre dos males. No apoyar a la China de los años 80 podría parecer un error en aquella época si como consecuencia esta volvía a caer en la órbita de la URSS. Sin embargo, a mediados de esa década era evidente que el imperio ruso era un gigante con los pies de barro, exhausto, empobrecido, y cerca de derrumbarse. En estas condiciones, China no podría haber caído bajo el amparo y dominio de la URSS. 

Es por esto por lo que el riesgo de una entente chino-rusa era muy bajo. No era por lo tanto necesario alimentar la dictadura china hasta el punto de convertirla en una amenaza industrial y militar para Occidente y sus aliados. No quiero decir con esto que dejar a China aislada hubiera sido una buena idea. Establecer relaciones políticas cordiales y comerciales con ella habría sido acertado aunque creo que nos hemos excedido absolutamente. Convertir a China en el pilar principal de la globalización ha sido un gran error.

Por si esto fuera poco, el conflicto de Ucrania ha lanzado a la Rusia imperialista de Putin a los brazos de China. Ahora es Moscú el que depende de Pekín. Nos enfrentamos al peor escenario posible, una China poderosa y expansionista aliada con una Rusia debilitada pero muy agresiva. Un bocado probablemente demasiado grande para Occidente. El apoyo de China comprando grandes cantidades de hidrocarburos rusos es vital para que Rusia pueda sostener su esfuerzo de guerra. Y en contraprestación, Rusia apoyará sin dudarlo las ambiciones chinas en el sudeste asiático, en el mar de Japón, o en el pacífico.

El asunto de Taiwán es de muy difícil solución. La gente de la isla no quiere vivir bajo la bota opresora de una dictadura comunista y es legítimo ayudarles, como se debería ayudar a los venezolanos a deshacerse del tirano que les oprime. Por otro lado, es entendible el deseo de los chinos continentales de reunificar su país, dividido desde hace 70 años. Sobre el papel una solución pacífica es deseable y lo mejor, pero dado el perfil de la dictadura china esto es casi una utopía. No olvidemos que China no ha respetado el acuerdo por el que recibió Hong Kong (HK) bajo el lema “un país, dos sistemas”. Con estos antecedentes parece difícil que Taiwán acepte una fórmula similar a la de HK.

La antigua Formosa es clave en la producción de semiconductores de altísima capacidad ya que representa el 46% del total mundial. China necesita esta producción para mejorar aún más su industria y su tecnología militar, lo cual aumenta su apetito por tomar el control de la isla. Por lo tanto, la libertad de esta isla no es sólo valiosa para los Taiwaneses, sino también para Occidente en su conjunto. Hay que seguir reforzando a la isla para poder negociar con China desde una posición de fuerza. De lo contrario me temo que Pekín caerá en la tentación de usar la fuerza poniendo en peligro la estabilidad mundial. 

En conclusión, creo que haber contribuido a que China se convierta en una superpotencia económica, tecnológica, industrial y militar es un grave error. Esto pone en peligro tanto la estabilidad del sudeste asiático como la paz mundial, sin olvidar los millones de empleos perdidos en Occidente. La ingenuidad de las democracias occidentales nos ha metido de nuevo en un buen problema, sin olvidar el habitual sesgo favorable hacia los regímenes autoritarios o totalitarios de izquierdas.