Memorias de un niño de la postguerra

De sastres, sastras y arreglos sin fin

He dicho muchas veces que, en mi infancia yo vestía a medida, para añadir “a medida que iba heredando de mi padre y mis hermanos mayores”. Entonces los trajes de confección eran la minoría. La gente modesta vestía a medida, con sastres también modestos. La vida de un traje se alargaba en la medida de lo posible. Como en tantas cosas, los trajes de calidad duraban más. Cuando cambiaban de dueño, aparecía el fascinante mundo de los arreglos. A las chaquetas se le daban vueltas y vueltos. Por eso no era extraño encontrar chaquetas con el bolsillo superior situado a la derecha, en vez de a la izquierda, y hasta con dos bolsillos, uno a cada lado.

No sé por qué, pero en cuestiones de arreglos, se prefería las sastras a los sastres. En mi barrio en este capítulo triunfaba la viuda de un actor, creo recordar que se llamaba Ruiz Capillas, que tenía una especial habilidad para dejar el traje como nuevo. En cambio, yo recuerdo a un sastre que aceptaba arreglos por necesidad, porque le faltaban clientes para conseguir trajes a medida. Recibía en un piso en la calle de Sandoval, cercana a la glorieta de Quevedo,y me estuvo toreando largo tiempo dando fechas para la recogida que luego no cumplía porque, según decía, “con esto no puedo dar carne al puchero” pero a un amigo mío, que le encargó un traje a medida, le hizo una auténtica chapuza, que tuvo que rehacer prueba tras prueba.

Recuerdo que en el Metro predominaban los brazaletes negros como manifestación del luto por algún familiar fallecido, lo que después de una terrible guerra civil, era muy frecuente. Y el uso de hábitos religiosos en lugar de camisas, consecuencia de alguna promesa hecha durante la guerra.

Entre los sastres famosos de entonces destacan, entre otros Cid, Collado, Casado… Cid fue incorporando socios, y la sociedad pasó a denominarse Cid, Herbón y López, y más tarde López, Herbón y Compañía. Descendientes de ese López fueron los López Larrainza, de los que yo he   conocido a un buen tenista que me contaba que había tomado medidas a mi padrino, el gran actor Alberto Romea, que vestía trajes de Cid, primero, y de sus descendientes después. Un Larraizar ha sido sastre durante años del Rey Juan Carlos .Mi padrino me decía que los trajes de confección estaban cada vez mejor hechos, y que con unos pequeños toques quedaban casi perfectos, y se ahorraban pruebas que alargaban el proceso.

Yo heredé varios trajes de mi padre, que eran la admiración de mis compañeros de Instituto, y de algún profesor, aunque eran demasiado serios para un muchacho de catorce o quince años.

En la moda femenina, había grandes modistos de ambos sexos Por encima de todos destacaba Balenciaga, de fama internacional, que triunfaba fuera de nuestras fronteras. Sus vestidos requerían arte y dedicación. La exclusividad de la moda tenía su reflejo en los precios, hasta que surgió la moda “Pret a porter” que permitió a las mujeres adquirir modelos a precios más asequibles. 

Pese a los avances de la confección, siempre habrá personas, con tallas especiales, que seguirán acudiendo a la sastrería a medida, pero el predominio de la confección en grandes productos seguirá siendo imprescindible para la mayoría de la población.

Para comprobar como ha evolucionado todo, cuando se casó mi prima María Luisa, quiso vestirme para la boda y me llevó a una camisería de la Gran Vía, y nos encontramos con que sólo vendía camisas a medida. Como yo estaba a punto de cumplir catorce años, nos costó encontrar una camisa de confección. Ahora lo difícil es usar camisas a medida, reservadas a unos pocos.