Orbayada

Venceréis, pero no convenceréis

Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Estas palabras son el eje de uno de los discursos más famosos de Miguel de Unamuno y son las palabras que tras los resultados de las elecciones europeas me rondan una y otra vez por la cabeza.   

Políticamente los comicios han estado marcados por un entorno de una enorme inestabilidad global y por los conflictos de Gaza y Ucrania. Por su parte, Rusia, China y Estados Unidos, han jugado con nombre propio. Además, las elecciones no han estado exentas de novedades y polémicas. El eurodiputado Maximilian Krah dimitió de su cargo de líder de Alternativa para Alemania tras una metedura de pata en la que pareció que defendía al grupo paramilitar nacional socialista. Hungría, con motivo de las elecciones, celebró su primer debate televisivo en dieciocho años, disputando el control político de Viktor Orbán.  En España la campaña se tornó en una especie de plebiscito del presidente y la imputación de sus familiares directos. Por último, Reino Unido, por primera vez, tras el Brexit, no se presentaba. Antes de comenzar ningún análisis es importante recordar que, en razón de su población, cinco son los países determinantes para el reparto de los escaños europeos. Alemania, Francia, Italia España y Polonia aportan 375 de los 720 escaños que tiene el hemiciclo europeo

El Partido Popular Europeo se ha mantenido como la fuerza más votada con 189 escaños seguido por la socialdemocracia que, con 135, ha bajado cuatro respecto al 2019.  Los liberales han revalidado el tercer puesto, aunque han perdido una quinta parte de sus representantes. En cuanto a los verdes, si en las anteriores elecciones se beneficiaron de un clima popular favorable al cambio climático, en estas se han desplomado por las reacciones que ha desatado el Pacto Verde, con el que se pretende alcanzar la neutralidad climática a mediados de siglo. En Alemania la coalición de socialdemócratas, verdes y liberales, se ha pegado un sonoro batacazo con una participación de casi el sesenta y cinco por ciento de la población, muy superior a la de la medida europea (52,08%), solo superada por Bélgica, Luxemburgo y Malta. Los tres principales grupos proeuropeos suman, por tanto, una mayoría absoluta de 401 escaños. Les siguen el grupo de los Conservadores y Reformistas (ERC) donde se sientan Vox y los Hermanos de Italia de Meloni y los diputados del grupo Identidad y Democracia, con Le Pen y, hasta que fue expulsada, Alternativa por Alemania. 

La mayoría europeísta de centro ha resistido, pero fuertemente tensionada y sujeta a incertidumbres porque los grandes ganadores de la noche electoral europea han sido los ultraconservadores, los nacionalistas y los eurófobos que han experimentado importantes subidas en varios estados miembros. En Francia, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen ha doblado en votos al partido de Emmanuel Macron que se ha visto obligado a anticipar elecciones; en Italia ha ganado Fratelli d'Italia y en Alemania la ultraderecha ha pasado a ser la segunda fuerza electoral. En Austria los ultraconservadores fueron los más votados. En Países Bajos alcanzaron la segunda posición y en Polonia Ley y Justicia se ha quedado en segundo puesto, seguido del nuevo partido de extrema derecha, Confederación. 

En realidad, el peso de la ultraderecha en Europa gravita entorno a dos mujeres Georgia Meloni y Marine Le Pen, que han seguido una dieta estricta para eliminar de su organismo las toxinas del fascismo. Le Pen ha dejado atrás las ideas de su padre, un antiguo paracaidista que negaba el holocausto. Meloni, por su parte, aplica una política ambigua. Mano dura en el interior (austeridad con las políticas de género y de atención al colectivo LGTBiQ+; guiños a los antiabortistas) y políticas europeístas más abiertas en lo económico en Bruselas. Una ambigüedad que parece haber convencido a la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen  que no descarta colaborar, al menos parcialmente, con los populares europeos. 

Pero con todo y con eso lo más preocupante es la irrupción en Europa de partidos y líderes extravagantes que sin consistencia intelectual ni política, emergen como los submarinos con discursos exóticos para sumergirse de nuevo en las redes a la hora de dar explicaciones. Y en eso España no es diferente. En Grecia han elegido como eurodiputada a una abogada de extrema derecha, guapa y sonriente, Afroditi Latinopoulou, que ocupa el espacio político del ilegalizado partido Amanecer Dorado de claras reminiscencias nazis. Afroditi ha cambiado la violencia por la sonrisa, aunque   siga dejando claro en las redes que es contraria al feminismo, al colectivo LGTBI, a los inmigrantes y hasta a los gordos. En Chipre, Fidias Panayiotou, un joven youtuber, se ha convertido en tercera fuerza política. Sus hazañas más comentadas han sido pasar cien horas dentro de una bola de hámster, sobrevivir cinco días sin dormir o abrazar a las cien personas más famosas del mundo. Sin querer quitarle ningún mérito, porque tiene casi tres millones de seguidores, lo que me ha quedado claro es que en Chipre no tienen programas como Gran Hermano o Supervivientes, porque de tenerlos seguro que hubiera estado más cómodo y conseguido más seguidores. 

Pero no es cosa de criticar porque nosotros tenemos Se acabó la Fiesta de Alvise que ha tenido ochocientos mil votantes que ha demostrado de forma clara que no es necesario acudir a las fórmulas de comunicación e información tradicionales. Alvise no ha ido a ninguna televisión, se ha movido entre Instagram, Telegram y otras redes sociales. No tiene programa ni alternativas concretas, ni falta que le hace. Porque lo de él es un desafío. Como Trump se limita a lanzar mensajes simples y directos que no necesitan ser coherentes con una ideología. Ataca a todos los partidos y a la corrupción. Afroditi, Fidias y Alvise representan a los nuevos populismos. A su lado, los podemos o sumar de turno son aprendices de brujo. No quieren estructuras. No tienen militantes ni votantes. Tienen fans o followers. No presumen de ser casta ni antiscasta. No convencen, no persuaden. Arrastran. Se limitan a recoger la frustración y la ira contra los viejos partidos que han generado falsas expectativas en sus votantes. De momento son anecdóticos pero peligrosos.

Como indica Anne Applebaum, especialista en populismos, mientras Europa encara crisis existenciales como el cambio climático, la migración y la guerra y pierde peso con China y Estados Unidos, no es el momento para desperdiciar votos en protestas frívolas o en partidos que no tienen soluciones.

Entenderán mi desazón ante los resultados de estas últimas elecciones. La extrema derecha, los nacionalismos, los populistas y los extravagantes nos acechan. De momento se ha ganado el primer round, pero quedan muchos. Como siga así la cosa acabarán haciendo bueno a Sánchez pese a que haya aprobado la ley de la amnistía, pretenda recortar las funciones del Consejo General del Poder Judicial y permita la desobediencia expresa por parte de un parlamento autonómico, al Tribunal Constitucional, al consentir el cómputo de los votos delegados de fugados de la justicia. Y todo esto, en este ratito.

Madre mía ¡Qué sofoco!