Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXXVI

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Desde luego no era la primera ni sería la última vez que Chavo se entregaba a sus bajezas. Su condición de fiel devoto de la Santa Muerte le otorgaba derecho para eso y mucho más, no porque el culto tolerase esos desmanes sino por sentirse exonerado de cualquier peligro, pese a ser consciente de su perversidad.

En tanto el narco zanjaba su último encuentro sentimental, Beny ocupó la mañana en visitar la consulta del doctor Solís, según la recomendación del catedrático Buendía.

Revestido de su nueva condición se intuía más próximo que nunca a su total restablecimiento. Calculó que apenas bastarían una o dos sesiones para sentirse con toda la seguridad y plenitud exigibles en un hombre de su rango.

La recepcionista de don Francisco se apresuró a hacerlo entrar en una sala donde aguardaban sentados otros pacientes. El criollo escudriñó la apariencia de la clientela para hacerse una idea de la fama y prestigioso doctor, cuya destreza se vería ratificada al atender a lo más granado de la sociedad juarense.

A su derecha se sentaba un cincuentón hosco, desgreñado con una melena larga y canosa a juego con la barba sin arreglar, que sin recato no paraba de rascarse los huevos.

Inmediato a éste, un hombre mínimo de aspecto sucio intentaba en vano tapar un esquilmado cráneo con un mechón repegado a la cocorota con gomina. En total cuatro pelos transitando del castaño claro al negro pasando por el azul intenso, fruto de esos teñidos baratos que dan como resultado un roñoso tricolor. Frotándose las manos hasta retorcer los dedos, tras unos lentes redondos de cristal oscuro ocultaba unos ojillos maliciosos y saltones.

Enfrente, un gordo anodino con gesto ausente ocupaba una mano en restregarse con disimulo la entrepierna a través del bolsillo del pantalón, utilizando la otra para sostener la barbilla, simulando una actitud en apariencia concentrada.

A su izquierda un indio retaco se rascaba la cabeza como si estuviera poseído por un zoo de piojos en tanto que descalzo, sin escrúpulo anegaba el ambiente de un nauseabundo olor a pies, sin reprimirse a la hora de inundar la estancia con el denso hedor de sus ventosidades.

—¡Vaya panorama! —musitó para sí el criollo cuestionando la pericia del especialista, movido por el prejuicio de su clientela—. ¿Y éste es el que me va a curar a mí?

En ese instante exacto entró como un relámpago un sujeto rechoncho emperejilado con un guardapolvo blanco que, sin dilación, se puso a hacer las presentaciones.

—Queridos amigos y pacientes, hoy quiero presentaros a un nuevo camarada que nos acompañará en esta terapia de grupo para asesinos —inició el doctor la conversación—. Es el señor Pérez, Benito Pérez, pero podéis llamarlo amigo Benito.

—¡Hola, amigo Benito! —lo recibieron todos al unísono—. ¡Bienvenido a la consulta del doctor Solís!

Seguido al saludo, uno tras otro entonó un mea culpa como si se tratase de una reunión de Alcohólicos Anónimos.

—Me llamo Sebastián y soy asesino de mujeres en Ciudad Juárez.—saludó el gordo anodino. 

Por turno fueron compareciendo todos, confirmándose en la misma ocupación. Beny teñía en aquel trance la cara de un vivo rubor que se intensificaba por momentos, causado por la ira y vergüenza de sentarse entre semejante caterva de desdichados.

Una vez terminadas las presentaciones, el doctor Solís Vález animó al nuevo paciente a incorporarse narrando su experiencia.

—¡Váyase a la mierda usted y sus locos asesinos! —estalló Poncho en un grito de cólera—. ¡Está usted aún más trastornado que ellos!

Y levantándose se marchó hecho un basilisco dando un portazo al salir, mientras el resto de la concurrencia meneaba la cabeza en señal de abatimiento por el amigo Benito. 

El indiano se marchó a casa desquiciado, más convencido si cabe del relevante papel que le deparaba el destino como gurú del viejo orden religioso americano, y resuelto aguardó plácidamente sentado la visita de su hermano.

* * * * *

El oficial Rojas se dejó caer por la factoría de una conocida marca de telefonía móvil instalada en la metrópoli. El gobierno del Estado de Chihuahua había realizado un esfuerzo inversionista aprovechando la estratégica ubicación fronteriza de la que gozaba Ciudad Juárez, facilitando el establecimiento de innumerables talleres de producción para diversas marcas multinacionales. Estas fábricas ocupaban a una ingente cantidad de asalariadas de la localidad, los suburbios, e incluso de lugares más alejados de todo el territorio, pertenecientes por lo general a los estratos sociales más bajos y conocidas con el nombre genérico de maquiladoras.

Estas operarias se especializaban en la cadena de montaje de todo tipo de aparatos electrodomésticos, tanto de línea blanca como en la elaboración de los más sofisticados productos de microelectrónica, pasando por cuantas manufacturas demandase el gran gigante comercial norteamericano.

Rojas indagaba entre las trabajadoras la desaparición de una maquiladora en particular con quien le unía un poderoso vínculo: aquella mañana su sobrina había desaparecido a bordo de un todoterreno negro.

 

Continuará...

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