Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XLVI

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
photo_camera portada chihuahua -Miguel Mosquera Paans

Bajó al garaje cargado con los bártulos ceremoniales, metiéndolos en el maletero del todoterreno rojo adquirido para sus excursiones religiosas. Obcecado en consagrarse marchó a un polígono empresarial a la caza de la primera trabajadora que saliera de una maquiladora caminando sola, sin la presencia de un sólo testigo a la redonda que sospechase sus movimientos o pudieran delatarlo.

Como pasaban las horas sin que ninguna saliera de su turno se acercó a una cantina próxima a desempolvarse. Tanto tiempo bajo el sol había recalentado la chapa del coche, haciendo hervir el habitáculo y de paso su sesera. Se refrescaba con un sencillo vaso de agua cuando una prostituta se arrimó a su mesa preguntándole si la invitaba a tomar algo. En el primer momento la rechazó, pero inmediatamente reaccionó evaluando que bien podría valerle ella.

La ramera se acomodó y pidió tequila. Beny se las arregló para distraerla mientras vertía en su copa la droga suministrada por Chavo. Llegado el momento de pedirle que la acompañara al coche la puta se mostró animada, como si en lugar de propinarle un somnífero le hubiera dado cuerda.

—¡Qué bueno! —dijo la fulana frotándose los pechos contra el cliente—. De modo que es usted de los que gustan del sexo con velocidad.

Para cuando quiso reaccionar, la meretriz se empleaba en levantarle el pajarito a lametazos. Viendo su esfuerzo infructuoso, arrodillada entre los pedales y el volante restregándole las bolas hasta casi gastárselas, llegó un momento en el que con una risilla socarrona lo encaró preguntándole si el señorito no sería un poquito joto.

Beny se puso lívido. Luchando por desembarazarse de aquella sedienta hembra rememoró sus fallidas aventuras con Carmela. Abriendo la puerta del coche le metió un empujón y, asegurándose de arrojarla fuera, arrancó a toda velocidad con la portezuela abierta, huyendo de tan fatal destino sexual.

De vuelta en su apartamento, excitado y presa de una crisis de ansiedad, volvió a telefonear a Chavo para que se acercara lo antes posible.

—¿Pero tú qué mierda me diste? —le increpó desquiciado el hierofante nada más Chavo atravesó la puerta—. ¡Esa porquería en lugar de atontar levanta a un muerto!

—¡Y bueno, chamo! —le reprochó el narcotraficante tendiéndole una papelina de ketamina—, ¿por qué no me dijiste que la querías para dormir?

Ya más tranquilo, el criollo contestaba con evasivas a su hermano, quien no paraba de aturullarlo con una batería de preguntas tan insidiosas como inoportunas. Como Chavo no paraba de fisgonear, buscando desembarazarse de él, Beny se comprometió a explicarle todo al día siguiente con más calma. 

Una vez consiguió sacudírselo de encima decidió abordar otro parque empresarial, apostándose para cobrar a su presa. Justo al llegar salía un turno de maquiladoras. Mientras unas regresaban a su domicilio en grupo, atenazadas de miedo por el clima de inseguridad en el que vivían ante la desaparición cotidiana de distintas conocidas, otras más atrevidas optaron por acercarse a la taberna para relajarse después de una dura jornada.

El depredador se acercó al bar y con sumo disimulo vertió el contenido del envoltorio en la copa de la infeliz que tenía más a tiro. Mediaba el vaso cuando la muchacha comenzó a aletargarse, y despidiéndose de sus compañeras se marchó a su casa.

En el exterior la aguardaba el acechador quien, valiéndose su estado de indefensión, la zarandeó golpeándole la cabeza contra el salpicadero dejándola aún más aturdida, aprovechando para meterla de un empujón en el auto.

Poncho arrancó a todo gas para evitar ser percibido, marchando veloz al desierto con su presa al fin capturada.

Pisando la cálida arenilla tras bajar del vehículo, antes de vestirse, el oficiante se cercioró de que la cautiva permanecía aún atontada. Se emperifollaba con la indumentaria ceremonial de sumo sacerdote cuando reparó en que no había adquirido ni unas míseras alborgas que dieran lustre al hábito, conformándose con las deportivas que en ese momento calzaba para no quemarse las plantas de los pies.

Ataviado con la casaca de bedel, el zahón y la papalina emplumada, se miró en el retrovisor del todoterreno para acicalarse. La visión fue demoledora: más que el grandioso ropaje de un pontífice parecía un ambiguo disfraz entre un demente escapado de la carpa de circo y un payaso evadido del psiquiátrico.

Beny se sentía inquieto. Las cosas no estaban saliendo precisamente del modo previsto. ¿Cómo en un futuro lo tomaría en serio una congregación de creyentes vestido con semejante facha? Pero perseveró, convenciéndose a sí mismo de que se trataba de un ensayo que le aportaría la experiencia oportuna para el gran día en que, investido con la dalmática en seda y oro que encomendaría bordar a las Reverendas Hermanas Pasionistas de Quétaro, se mostraría a la multitud de fieles como el digno heredero del más arcaico culto.

Luego trató de sacar a la secuestrada del coche, comprobando que la obesidad de la joven así como su volumen dificultaban considerablemente su extracción. Enzarzado con el cuerpo inerte, tras dar un enérgico tirón a aquel bulto estático logró finalmente sacarla a peso, yendo a parar al suelo con ella encima.

A duras penas consiguió sacudirse semejante carga, decidiendo no acarrearla más allá de donde se hallaban. Extrayendo una pala del vehículo ahí mismo se puso a cavar una fosa para deshacerse del cadáver en cuanto acabase la ceremonia.

 

Continuará...

Más en Novela por entregas