Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XLII

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Tras aquella lectura el novicio se encontraba más despistado aún que al principio. No tenía la más remota idea del contenido de aquella legislación invocada por la autoridad gubernamental, de los citados estatutos ni de nada, despertando su curiosidad por saber a qué se refería el escrito cuando mencionaba “de tal manera que pierdan o menoscaben su naturaleza”.

Lo único objetivo de todo el asunto era que aquella confesión religiosa prometía más oscuridades y sombras que las diáfanas doctrinas enunciadas la noche anterior por Chavo, mostrándola como simple e inocente. Allí asomaba algo evidentemente arcano que su hermano no quiso o no supo aclararle, pero que él estaba dispuesto a desentrañar a cualquier precio. 

Buceando en aquel mar de libros terminó por llegar a sus manos un ejemplar que, bajo la firma de varios autores, llevaba por título “El Culto a la Santa Muerte: un estudio descriptivo”, avalado por la revista de psicología de la Universidad de Londres.

Al neófito le pareció incluso más ecuánime, desde el momento en que su autoría no podía atribuirse a posición facciosa ninguna. ¿Qué interés podría albergar una facultad de estudios sociales en tergiversar la realidad que atañía a ese credo? Y, con pasión renovada, se acomodó en un pupitre dispuesto a devorar tan sugerente volumen.

Tampoco sacó demasiado en limpio en esta ocasión. El manifiesto constituía un estudio antropológico repleto de tecnicismos y apuntes cosmogónicos que no aclaraban mucho más que lo mencionado por el narco.

De las nociones básicas que pudo dilucidar de aquel ejemplar para eruditos, le pareció deducir que ante todo se trataba de una práctica proscrita, colmándolo de serenidad ya que, en su torticera visión de la existencia, esta característica en sí misma encerraba un motivo sobrado para ahondar en el asunto.

Del ceremonial de la Santísima Muerte apenas llegó a discernir un batiburrillo de versículos apocalípticos que la citaban, transmigrando de alegoría para ser prácticamente una persona jurídica. Una alusión al sacramento de la unción de enfermos donde el sacerdote pide a Dios una “santa muerte”, lo que vendría a ser morir en amistad con Dios en el caso de que el uncido estuviera en fase terminal. Una transferencia con la más que venerada Virgen de Guadalupe que terminaba por simbiotizarse con la Santa Muerte, y un confuso revoltijo en el que se honraba a los muertos allá por el día de Fieles Difuntos, homenajeando a los parientes fallecidos con un festín campestre en el cementerio, brindando a su salud por la eternidad a golpe de tequila. En síntesis, una superposición de los ritos católicos romanos con la advocación a Mictlantecuhtli-Mictecacihuatl, una dual deidad azteca habitante del Mictlán o región de los muertos, yuxtapuesta con el dios maya Ah Puch, rey de Xibalbá, dando lugar a la iconografía de un cadáver con cabeza de jaguar adornado por campanas que, amalgamado con la herencia grecolatina y prehispánica, engendró la figura del esqueleto cubierto hasta los tobillos con un sudario, armado con una guadaña y a la postre pincelado de atributos femeninos para dulcificar su aspecto.

Lo más llamativo es que el culto había sido proscrito mediante una argucia legal por considerar su práctica asociada a la población marginal, más en concreto al ámbito del crimen y el narcotráfico. Esta naturaleza clandestina estimulaba con mayor vehemencia la imaginación del criollo, quien virtualmente se veía ya ataviado con una larga túnica y un mayestático penacho de vistosas plumas de quetzal, aclamado por la multitud enfervorizada en medio de un litúrgico baño de sangre.

—En conclusión, es una religión de facinerosos que hacen sacrificios humanos —murmuró para sí Poncho frotándose las manos, evitando ser oído por la archivera—. ¡Me gusta!

Ese matiz de las ofrendas no lo había leído por supuesto en ningún lado, pero le pareció oportuno incorporarlo porque encajaba a la perfección en sus aspiraciones.

El prosélito no quiso analizar más. Se sentía harto ilustrado y más que justificado. Ahora ya sólo le faltaba ahondar en el conocimiento de los indios Mansos, mezclarlo todo en la coctelera y comenzar su peregrinaje iniciático por la senda del sacerdocio ritual. Eso y de paso enterarse de qué carajo hacían en los templos de la Santa Muerte, además de averiguar qué era un narcocorrido. 

Beny regresó a casa no sin cierta frustración, salvo contadas excepciones, tanta laguna teológica le hizo considerar la mañana como medio perdida. Decidido a enmendar su incultura se acomodó en el sofá para retomar aquella definición que hubo de postergar la noche anterior cuando Chavo lo interrumpió en su lectura: Aridoamérica.

Estudiando el origen de sus antepasados Mansos se apoderó de él una honda desazón al comprobar, con profundo pesar, que no eran más que eso, mansos. A lo sumo en aquella región de Chihuahua habían mezclado su sangre con los orgullosos indios Navajo, igual que ellos simples nómadas que no se distinguieron por erigir grandes construcciones sino por ser apenas cazadores-recolectores anclados en la más desharrapada prehistoria, y eso valorando exclusivamente a los del desierto de Sonora y Samalayuca, porque de lo contrario se catalogaban sencillamente como una tribu más de los indios Pueblo de Nuevo México, así denominados por constituirse de una convergencia de etnias de variadas procedencias diseminadas por todo el norte de México y el sur de Norteamérica, clasificados genéricamente como Pueblos al haber perdido por completo su identidad.

Tan aciaga idea carcomió al criollo al tirar por tierra toda esperanza de descender del más linajudo sacerdote de una gran urbe, reduciéndolo en el mejor de los casos al anónimo hechicero de un clan tan minúsculo como ignorado.

Para encajar tan duro golpe, amortiguándolo en la medida de lo posible, se consagró a escribir una nueva página de los más antiguos y sangrientos holocaustos que llenaron de estupor y admiración a los europeos. De modo que se citó nuevamente con el narco, a quien recurrió sin miramiento para que siguiera contándole de qué iba el asunto.

—Oye, güey, necesito platicar ahorita ya contigo —rogó el indiano tras descolgar su hermano el teléfono—. Es sobre eso todo de la Santa Muerte.

Continuará...

 

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