Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXXVIII

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Pero el terrateniente reaccionó calmando su genio. Si ese desecho de la ley se permitía tales impertinencias, probablemente estaba en posición de hacerle la vida imposible a su Ponchito, por lo que antes de despacharlo convenía averiguar si se trataba de un simple farol para esquilmarlo.

Ganando tiempo, el adinerado empresario abrió un cajón de la mesa extrayendo un sobre que contenía una importante suma en billetes de mil dólares, y tendiéndosela al chantajista le preguntó si sería suficiente.

Guerrero desplegó la solapa ojeando el interior, y desafiando a su interlocutor convino en que por el momento podría valer aunque la investigación costaría bastante más. El millonario descorrió entonces un cuadro de Miró que presidía su oficina, dejando al descubierto una caja fuerte. La abrió sacando un envoltorio más grueso aún que el anterior y, llamando la atención del comisionado hacia un Colt Magnum que guardaba en la misma alcancía, se cercioró de que la nueva cifra resultase satisfactoria.

El truhan se dio inmediatamente por aludido, asintiendo con la cabeza que le parecía argumento sobrado para resolver el caso. El estanciero, consciente de que ahora tenía él la sartén por el mango, le lanzó la pelota a su tejado.

—Pondrá usted todo su empeño en buscar a un culpable —ordenó al policía que se apresuraba a guardar el dinero en el bolsillo—. ¡Me importa un carajo quién sea, pero quiero a un responsable en la cárcel ya!. 

El terrateniente dejó decidir al funcionario por sí mismo quien ocuparía la celda, advirtiéndole de que nunca volviera poner los pies por La Cuerna ni a importunarlo, ya que la hacienda estaba guardada por una jauría de perros de presa que, por un imperdonable descuido, podrían acabar despedazando a cualquier indeseable que se aventurase sin invitación previa. Además, el alcalde y él eran amigos íntimos, lo que podría llevar a la muy desagradable situación de volver a verlo en una próxima ocasión dirigiendo el tráfico en las dunas de Samalayuca.

Guerrero comprendió perfectamente en qué punto se encontraba, sin demorar en despedirse tan cortés como ceremonioso del potentado, para regresar cuanto antes a la seguridad de la prefectura.

Cuando Rojas preguntó a su superior cómo le había ido en La Cuerna, el comisario rugió que a él no le importaba nada, que todo cuanto debía atender era la hacina de carpetas colapsando su escritorio, y que si a última hora del día no lo tenía despachado, al siguiente se estrenaría dirigiendo el tráfico en mitad del desierto.

No hacía falta ser un genio para deducir que las cosas no habían salido como su jefe esperaba. El detective conocía perfectamente la calaña de su director. Sabía muy bien que había sido él quien ordenó instalar las cámaras de vigilancia en las grúas del control de estacionamiento limitado, no por utilidad pública, tan siquiera para acabar con la corruptela que campaba a sus anchas entre la mayoría de agentes bajo su mando, sino por el interés perverso y espurio de controlar el flujo de capitales apropiándose en exclusiva de la recaudación, evitando al ser grabados que los efectivos policiales desenganchasen los automóviles por una propina en concepto de soborno ciudadano. Incluso había ordenado equiparlas con datáfono para que los residentes multados pudieran efectuar sin demora el ingreso mediante tarjeta de crédito de no llevar efectivo suficiente, dinero que invariablemente se transfería sin rubor a una cuenta bancaria de su titularidad.

Teniendo en cuenta el pez gordo sospechoso de la desaparición de su sobrina, a Emiliano no le quedaban demasiadas dudas de que el ánimo que había empujado a Guerrero hacia La Cuerna distaba del interés legítimo por averiguar la verdad, sospechándolo más próximo a su beneficio propio por no decir usura.

La respuesta de su superior le dejaba bien claro que, si quería averiguar algo más sobre el paradero de su allegada, tendría que arriesgarse a contravenir una orden investigando por su cuenta.

* * * * *

El indiano aguardaba impaciente la visita de su hermano. Había mandado sacar las mejores galas para agasajar a Chavo. El ajuar más lujoso de la casa y lo más selecto de la bodega. Quería que se sintiera realmente cómodo. Lo merecía, a fin de cuentas, aun cuando él lo ignorase, había dejado de ser un insignificante indígena para convertirse en todo un Montero, pese a su más que dudosa actividad laboral, incomprendida por las autoridades. Lejos del reproche, Chavito había sabido demostrar el espíritu emprendedor de unos antepasados que, llegando sin nada a este mundo, supieron labrarse un porvenir, revalidando su buen nombre por el simple mérito de su esfuerzo.

Además, la historia de todas las grandes fortunas por lo general se sustentaba sobre alguna bruma oscura. ¿Acaso no era un hecho común a todas las magnas empresas de la humanidad? ¿Cómo podría haber llegado a alcanzar Da Vinci la perfección en sus representaciones pictóricas de anatomía humana, de no haberse dedicado al comercio de cadáveres, en multitud de ocasiones obtenidos de incierta procedencia? ¿Y no fue también igual empeño lo que empujó a Miguel Servet para describir la más detallada exposición del aparato circulatorio?

Por otro lado, ¡quién podría cuantificar las sombras que jalonan la conquista del espacio, o los grandes adelantos en las distintas disciplinas científicas que tanto bien han proporcionado a la humanidad! ¿No se había propuesto acaso en los mentideros, de manera insidiosa y con inquina, que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida era la consecuencia de un descuido en un laboratorio militar donde se investigaba un arma bacteriológica que acabó por infectar del VHI a una población desprevenida?

Entre realidad o especulación, los descubrimientos, el progreso, los grandes logros y exploraciones, de manera inevitable venían siempre, por alguna esquina recóndita, de la mano del fantasma de la sospecha.

¿Acaso no fue el descubrimiento de América un error del almirante Colón, junto a la más brutal explotación con la que los españoles se cebaron en los indios, lo que reportó al emperador Felipe V una grandeza inimaginable, laureada por la mayor gloria?

Continuará...

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