Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXXVII

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
photo_camera portada chihuahua -Miguel Mosquera Paans

El investigador tomaba declaración entre el resto de obreras cuando una de ellas, testigo de excepción del rapto, pese a obviar datos en los que no había reparado excesivamente como el número de matrícula, modelo o la marca del coche, sí le ofreció una pormenorizada descripción del secuestrador.

Emiliano Rojas no tardó en reconocer al delincuente. Sin lugar a discusión esos rasgos eran calcados a los de Benito Pérez López, marchando a escape a la prefectura para dar parte a su superior, el comisario Guerrero.

Cuando el intendente dispuso de todo el expediente en su mano vio el cielo abierto. No estaba dispuesto a desperdiciar semejante ocasión. Manejando el asunto con habilidad podría sacar pingües beneficios del hacendado a cambio de su silencio. 

Guerrero se dejó arrastrar por fantásticas visiones en las que contaba fajos de dólares, quemaba habanos caros y se refrescaba a golpe de mojitos adornados con paraguas de papel, bajo la sombra de una palmera en algún hotel de cinco estrellas en las playas de Acapulco, rodeado de un séquito de atractivas y viciosas damas de compañía.

—¡Déjeme esto a mí, Rojas! ¡Queda usted relevado del caso! —ordenó Guerrero—. Y le prohíbo de manera tajante que investigue lo más mínimo sobre este asunto.

—Pero, señor comisario... —protestó Rojas—. Es que se trata de mi sobrina.

—¡Por eso! —dio carpetazo Guerrero aprovechando la coyuntura—. Está usted emocionalmente involucrado, demasiado como para mantener la necesaria ecuanimidad! 

El oficial Rojas regresó a su mesa mentando entre dientes a la madre del comisionado, a la de Benito Pérez y a la de todos los bastardos de la Casa Grande del Valle de Arriba que hubiera parido dios, para intentar de inmediato distraer su atención concentrándose en aligerar de su despacho el rimero de expedientes a colores que, con el paso del tiempo, habían adquirido la magnitud de las Montañas Rocosas. Al menos así estaría ocupado mientras Guerrero fingía hacer algo por dar con el paradero de su sobrina.

El comisario se apresuró a visitar La Cuerna para extorsionar al señor Benito, aparentando sentir preocupación porque Beny terminase dando con sus huesos en un penal estatal, rodeado de indeseables que en el mejor de los casos se limitarían a violarlo ante la pasividad de los funcionarios. Eso si algún recluso no acababa por clavarle algún objeto punzante, rematando sus aciagos días con una muerte tan indigna. 

Cuando llegó a la hacienda, viéndola sin que consiguiera ni imaginar las proporciones de tan inmensa finca, intentó traducir en moneda cuál sería su parte del botín.

El potentado lo recibió en un colosal despacho que suplía su incultura con la monumentalidad de la habitación, magnificada por el diseño de los muebles de legítima madera de ébano labrada a mano, con incrustaciones de marfil, nácar, y remaches de oro por doquier.

Al delegado le hacían los ojos chiribitas calculando el promedio de su próxima fortuna, mientras ensimismado decidía la mejor estrategia para plantear el tema.

—Perdone que lo moleste, señor Pérez, pero la cuestión es de sumo interés —se expresó ceremonioso el visitante al papá de Poncho—. Verá, debo ponerlo al corriente de un turbio asunto en que se halla involucrado su hijo de usted. 

El señor Benito afinó sus cinco sentidos, cualquier información que afectase a su retoño era importante.

Guerrero lo puso al día sobre la investigación iniciada por Rojas, señalando a su heredero como autor material de la desaparición de la sobrina del oficial.

—Comprenda que es un tema muy serio y delicado, no sólo se trata de un grave delito sino del familiar de uno de nuestros miembros—prosiguió el burócrata—. De hacerse pública esta revelación, el resto de efectivos se lanzarían a la caza de su hijo para balearlo en el momento de la captura, sin darle siquiera posibilidad de un juicio justo. Tratándose de la familia de un policía, ya se sabe…

El hacendado se puso como una fiera. ¡Cómo tenía aquel polizonte la osadía de venir a su casa a levantar semejantes infundios contra su Ponchito! ¡Quién se creía que era para permitirse ir por ahí lanzando semejantes calumnias!

—No se incomode, señor Pérez, nada está perdido —lo tranquilizó Guerrero seguro de haber tejido con eficacia su trampa—. Si he venido en persona a visitarlo en lugar de convocarlo a la jefatura es precisamente por respeto a usted y los suyos.

—¡Pues entonces busque al culpable sin molestar más a mi familia! —bramó el potentado—. ¡Y ni se le ocurra acercarse a mi hijo!

—Por supuesto, señor, pero ya se sabe que estas investigaciones... —coincidió maquiavélico el comisario—. Obtener los resultados deseados exige ingentes recursos, y como puede imaginar, en la policía siempre escasean de fondos.

Aun a punto de estallar, el papá de Beny mantuvo el tipo. Aquel agentucho avaricioso y corrupto, sin haber tenido siquiera la cortesía de solicitarlo, se había tomado la libertad de servirse de la tabaquera del escritorio un Montecristo de los que se traía ex profeso de Cuba para su personal disfrute.

Continuará...

Más en Novela por entregas