Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXXIII

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Sin mediar palabra invitó al mejicano a tomar asiento mientras este lo observaba con beata admiración, embelesado por el reflejo luminoso traslucido desde la ventana que, a espaldas del médico, parecía pincelarlo con una orla de santidad.

—¿Y bien? —inquirió el galeno—. Usted dirá en qué puedo ayudarle.

El paciente se sofocaba narrando con profusión de detalles todos los acontecimientos que lo afligían desde su última estancia en el país. Desde el más somero episodio, pasando por la mayor e inconfesable humillación o su más perverso comportamiento, hasta reconocer su monstruoso crimen.

Poncho intentaba atisbar una luz en las reacciones del facultativo, observándolo impasible como si él suyo no fuera más que otro de los muchos y complicados casos resueltos con tan notorio éxito, reconfortándolo de esperanza mientras aflojaba el brío de sus grandilocuentes gestos explicativos. 

A medida que perdía vehemencia en su narración el neurólogo lo contemplaba con interés creciente, clavando una mirada indefinible en sus ojos, a criterio del doliente como si hubiera penetrado en su más recóndito interior, leyendo conocimientos escondidos y vedados al resto de los mortales hasta que, terminada la alocución, permaneció en silencio con un gesto de ansiedad y súplica en su rostro.

Acostumbrado a tratar con asesinos, Bartolomé procuró obviar el parricidio en previsión a la reacción que pudiera desencadenar. No había profundizado lo suficiente en su psique como para asegurarse de que cualquier tipo de crítica por ese acto no tuviera consecuencias en su propia seguridad, por lo que prefirió romper el hielo desviando su atención a lo que, a diferencia del afectado, él consideraba secundario pero le permitiría analizar con mayor sosiego sus respuestas, exhortando al mismo tiempo cualquier posible conato de agresión.

—¡No, no y no, de ninguna manera! —corrigió el doctor al matricida a la par que lo tranquilizaba—. La homosexualidad, lo mismo que el travestismo, no son enfermedades sino simples formas de expresión individual. Además usted no se ha convertido en gay, sencillamente experimenta una intensa crisis de eonismo. 

El juarense lo miró con tanta admiración como curiosidad. Quedaba manifiesto que padecía una afección curable dado que tenía nombre, eso sin contar el alivio con el que recibió la noticia de que no era mariposón. Seguramente esa era la causa de su conducta homicida y, estando enfermo, por supuesto que todo era perdonable.

—Se trata de una perversión sexual que Hesnard define como una pulsión erótica auténticamente orientada hacia la mujer, a quien se desea pero permanece lejana—prosiguió el catedrático con tono docente—. Ante la imposibilidad de poseerla, el hombre se apropia de su esencia identificándose con ella por lo que tiene de más representativo, su vestimenta. Como puede ver, nada más lejos de la homosexualidad. En cualquier caso este fenómeno constituye una manifestación atávica y común a todas las culturas.

El loquero continuó su exposición haciendo notar que en muchos países se daba aquella circunstancia. Los xanit de Oriente Medio, los fa’afafine de Samoa, los fakaleti en Tonga, los mahu wahine en Hawái, mahu vahine en Taihití, whakawahine entre los maorí y akava’ine en las Islas Cook, los waria de Indonesia, los bakla, bayot, agi, bantut, binabae y un largo etcétera más de Filipinas, todos ellos generalmente ligados a alguna práctica chamánica o adivinatoria para la que debían ataviarse de féminas, llevando una vida semejante como condición indispensable para ser venerados en sus respectivas sociedades, al atribuirse ciertas facultades en exclusiva a ese sexo.

Pero no era necesario ir tan lejos para asistir a este tipo de intercambios. Así en los Balcanes vivían en la vieja Europa las Vírgenes Juradas, hembras vestidas como varones que, con el veto a contraer matrimonio, disfrutan habitualmente de los espacios reservados a éstos, añadiendo a la lista los ashtime de Etiopía, los mashoga de Kenia y los mangaico del Congo, todos ellos en África.

—Y en su Latinoamérica de origen, señor Pérez, los peculiares travestis del Brasil, considerados como un tercer sexo —continuó el galeno sin escatimar la diversidad de muestras—. O las guevedoche de la República Dominicana, semejantes a las kwolu-aatmwol de Papúa Nueva Guinea.

Prosiguiendo con la enumeración de multitud de tribus asentadas desde la prehistoria en América del Norte como los Lakota, Pies Negros, Muxe o los Zapotecas, quienes consideraban indistintamente a locos y travestidos como seres excepcionales calificados como mujeres con corazón de hombre, investidos con los atributos de la divinidad y poseedores del don de la profecía. Y como aquellos existían infinitos ejemplos más.

Con respecto a la denominación del síndrome, el doctor ilustró a su paciente que procedía del caballero Éon, conocido también indistintamente como Mademoiselle Beaumont, un misterioso militar, diplomático y espía francés al servicio del rey Luis XV que, pese a haberse desempeñado como un espectacular estratega, pasó a la historia por vivir la primera parte de su existencia como varón, estableciéndose la segunda vestido de mujer, arrastrando especulaciones sobre el enigma que constituyó su verdadero sexo, llegando a ser incluso considerado hermafrodita.

—En definitiva, se trata de asignarse de una especie de segunda piel que permita experimentar en el propio sujeto la posesión del objeto de su deseo —concluyó el loquero ante el estupor del mexica—. Como sucedía en su país con los sacerdotes aztecas cuando arrancaban de cuajo la piel de las víctimas sacrificadas a sus dioses para vestirse con ellas, consagrándose en un acto de comunión mística.

—Sí, doctor, pero a mí esto antes no me sucedía —interrumpió el indiano—. ¿De dónde me viene esta repugnante costumbre?

—Obviamente de la frustración causada por no haber consumado su relación con esa joven a la que tanto anhela —afirmó con cierto grado de abatimiento—. En cuanto al parricidio, pese a revelar una injustificada reacción violenta y perfectamente controlable, deberíamos valorarlo casi una consecuencia tan fortuita como fatídica.

Continuará...

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