Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXX

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Llegaban ya al portal de Poncho estacionando enfrente al edificio. 

—Bueno, chamaco, aquí lo dejo —se despidió Chavo—. Yo tengo negocios que atender. Ya nos veremos.

Descalabrado, Beny fue derechito a su apartamento. Atravesó la puerta del dormitorio, cerró con llave por dentro y se tiró sobre la cama a descansar. Dormía plácidamente cuando Ernesto telefoneó interrumpiendo su sueño: harto de timbrar aguardaba abajo con la señorita para una nueva jornada de excursión, sin conseguir que Lupe contestara ni le abriera la puerta.

Poncho bajó raudo, aprovechando la oportunidad que sin saberlo acababa de brindarle el chófer.

—¿Pero cómo te va a contestar Lupe? —afirmó dirigiéndose al conductor y saludando a María mientras accedía al interior de la limusina—. ¡Si desde ayer está en La Cuerna!

—¿En la hacienda? —preguntó el sirviente extrañado—. No la he vuelto a ver por ahí desde que el señorito regresó de su último viaje a España.

Hábil y premeditadamente, el millonario restó importancia a su ausencia, especulando con que habría salido de compras o a visitar a su hijo. Ya regresaría cuando terminara sus diligencias.

Ese día harían una comida campestre en el Parque del Chamizal. Pese al dolor que lo carcomía, aquella mañana el criollo mostraba un ánimo bastante mejorado con respecto a la jornada anterior, lo que unido al entorno, María interpretó como una posibilidad de que terminasen en algo más que una simple merienda entre césped y hormigas. Además se trataba de la última cita antes de que su visado expirara teniendo que volver a España, siendo de esperar que en tal ocasión su prometido se luciera.

Beny aparentaba por momentos ausente, volcándose en otros con su invitada, galanteándola con mil gestos de caballerosidad que, para frustración para ella, no iban más allá de meras muestras de urbanidad.

Rematada la excursión el novio se despidió efusivamente de su prometida, deseándole tan cómoda travesía como un rápido regreso, fingiendo una profunda aflicción que no llegó a convencerla pese a que en realidad, y nunca mejor dicho, le salía del interior de las entrañas.

Cuando llegaron a La Cuerna, la señora Concha organizaba ya el equipaje de María para salir con la mayor holgura posible hacia el aeropuerto al amanecer. Tras estacionar el auto, Ernesto compareció ante el ama para recibir las últimas instrucciones.

—Ah, por fin apareciste —se congratuló la patrona—. Mete las valijas en la cajuela del carro. Creo que la señorita va a refrescarse ahorita ya a la alberca. En cuanto salga, no más cenaremos para acostaremos: mañana habrá que madrugar, ¿ya?

El chófer aprovechó la ocasión para comentar a la dueña su extrañeza por el paradero de Lupe, advirtiendo que el señorito había preguntado por ella creyéndola en la hacienda, pese a constarle que desde la llegada del patroncito no había abandonado el apartamento en la ciudad.

* * * * *

Poncho regresó al fin a su vivienda para gozar de una razonable intimidad. Tendido sobre el lecho cavilaba acerca la vida que le aguardaba con María, cuando el demonio del deseo lo jaleó para travestirse de nuevo, emperifollándose de mujer pese al tremendo sufrimiento que le producía ya sólo ver el desmesurado tamaño que mostraban sus genitales o el enorme hematoma que le rodeaba la ingle.

Pero en esta ocasión no experimentó lo que se diría placer. Por sentir ni siquiera notó el miembro, ni inflado ni desinflado. Simplemente no estaba operativo, de manera que decidió guardar toda aquella ropa en el armario, calzando un holgado y cómodo pantalón de deporte con una camiseta de manga sisa.

Sentado sobre la butaca del dormitorio meditaba en la vorágine de acontecimientos que lo había envuelto en los últimos cortos pero intensos días pasados. Quedaba claro que tenía un problema, incluso más de uno: se había vuelto maricón, descendido al infierno de los mestizos, era culpable de parricidio, se había convertido en cómplice de un narcotraficante, y todo ello en el mismo lote, sin haberle dado siquiera tiempo a digerirlo. 

En estas cuitas penaba cuando pensó que lo más ajustado sería visitar a un psicólogo. Alguno de sus problemas quizás no pudiera solucionarlos este tipo de profesional pero cuando menos, en lo que al parricidio y el mariconeo se refiere, es posible que existiera una terapia eficaz. 

El travestido pensó que acaso la cura idónea vendría a ser algo así como el comportamiento condicionado obtenido gracias a descargas eléctricas, al más puro estilo de Iván Pávlov. Sí, definitivamente el electrochoque cuando menos solucionaría su novedosa tendencia sexual, ayudándole de paso, casi con toda seguridad, a asumir su nueva condición social. En cuanto al matricidio, efectivamente no estaba en situación de volver a practicarlo, a fin de cuentas madre sólo hay una.

De modo que su única preocupación ahora era conocer el precio que acabaría reclamándole el psicópata de su hermano por su providencial ayuda, y con esa inquietud escogió un psiquiatra al nivel de su, perdido o no, rancio abolengo. En Ciudad Juárez quedaba descartado, por supuesto, y en Chihuahua también. México D.F. tampoco acabó de convencerlo. Se trasladaría a la vieja España, a la capital. En Madrid encontraría a un eminente catedrático en psiquiatría a la altura de prestarle sus servicios.

 

Continuará...

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