Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXVII

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Ahora ya sólo restaba encontrar donde enterrar a la difunta, confiando en que ya conocería sitios de sobra el criminal de Chavo.

Más tranquilo ante la perspectiva de tener todos los cabos más o menos atados se echó a la calle en busca de su hermanastro. Una vez resuelto el destino del cuerpo, aguardaría prudente cuarenta y ocho antes de llamar a La Cuerna preguntado por Lupe, denunciando su desaparición en cuanto le comunicaran que nada sabían de ella.

* * * * *

La toalla empapada sobre el vientre despertó a Lupe quien, viéndose enclaustrada en una trampa de tela, hizo todos los esfuerzos posibles desembarazándose de su prisión. En cuanto se sintió libre echó la mano a su cabeza dolorida, yendo al espejo para comprobar cómo un pequeño corte sobre la frente le había dejado la cara completamente manchada de sangre reseca.

Guadalupe hizo un recorrido por su vida. Sentada sobre el retrete, afligida se frotaba obsesivamente las manos con la toalla, intentando arrancarse la lacra de haber parido a semejante malnacido. 

Por un segundo pensó que perecer no era al fin tan mala fortuna. ¿Para qué querría vivir si la única razón de su existencia le había fallado tan criminalmente? Pero pronto se persuadió de que si su hijo la daba por finada mejor: sustituiría su cuerpo por algún objeto dejando que, convencido de su muerte, lo enterrara como el hipotético cadáver.

De ese modo regresaría a su pueblo natal de Santa Eulalia, donde nadie la molestaría, para terminar en paz el resto de sus días. Incluso sopesó que si llegaba a tener algún día turbio podría dedicarlo a mofarse del pendejo de su pequeño ilegítimo torturándolo, haciéndole creer que regresaba del Más Allá clamando venganza.

La criada se puso manos a la obra. Rellenó el paquete con almohadones y algún elemento pesado como dos macetones con tierra y un candelabro, comprobando que tanto el peso como la articulación del envoltorio bien podían pasar por un cuerpo inerte.

No recogió ningún objeto personal excepto la cartera con su Cédula de Identidad y un grueso fajo de dólares ahorrado a lo largo de toda una vida de trabajo, incrementado lo mismo sisándole en las compras a la señora que empeñando los muchos y valiosos regalos ofrecidos por don Benito para calmar su conciencia. Y asegurándose de no ser vista cerró la puerta tras de sí. 

Ya en la calle llamó a un taxi que la trasladara a la estación de ferrocarril, donde tomó la línea sur en dirección a la ciudad de Nuevo Casas Grandes, bajándose en el apeadero anterior a la estación de Samalayuca. Desde allí continuó a pie a través del desierto hasta llegar al antiguo poblado minero donde era de esperar que, si aún vivían, sus papás la recibirían con los brazos abiertos. De lo contrario casi mejor, tendría la vivienda para disfrutarla ella sola, y todo ello sin que el pusilánime de su bastardo pudiera siquiera sospechar la existencia de aquel lugar en el mapa.

* * * * *

Poncho se lanzó a la ciudad en busca de Chavo. No teniendo demasiado claro dónde hallarlo decidió empezar por el mercado de Juárez, en el que lo abordara cuando hacía su singular compra. Al no encontrarlo allí se dirigió por si acaso al de Cuauhtémoc, también sin resultado.

Consideró entonces que con toda probabilidad estaría en algún restaurante. Cuando menos parecía que le gustaba hacer ostentación de dinero y compañía, por muy dudosa que fuera, en los establecimientos más cotizados de la localidad. 

Visitó distintos restaurantes: Los Arcos, Misión Guadalupe, María Chuchena..., pasándose por el Frida’s con la esperanza de dar con él, para terminar en el Viva México sin dar con su paradero.

A continuación optó por discotecas y bares, rememorando la ruta del Don Quintín, La Mulata, La Serata y el Four Bar. ¡Nada! No había ni rastro de aquel cabrón, pendejo e inoportuno, que siempre estaba chingando donde nadie lo llamaba pero nunca aparecía cuando se le necesitaba.

Ignorando virtualmente el lugar en que residía el narco, Beny deambuló al azar por la metrópoli. A la altura del Parque Juárez, aprovechando su proximidad a la esquina donde confluyen las calles Constitución con Veinte de Noviembre, recorrió esta última hasta la embocadura de la calle Panamá, comprobando que tampoco estaba en el Teatro de la Nación.

Rozando la frustración varió rumbo hacia la Plaza Cervantina, en la intersección de Lerdo y Ramón Corona, y continuando por la plaza de toros Alberto Balderas, enfiló toda la Avenida Francisco Villa hasta el Malecón sin dar con él.

Siguiendo el trazado de las plazas y vías más céntricas y conocidas del cogollito de la urbe, recorrió inútilmente el Paseo Triunfo de la República, comprobando que lo único que ahí había era el monumento El Encierro, en el solar de la derruida Plaza Monumental.

A punto de agotar el ánimo callejeó hacia el parque Hermanos Escobar para confirmar lo infructuoso de su esfuerzo. Ubicado en la intersección con Gregorio M. Solís, se aproximó por si acaso al Centro Cultural Universitario, saliendo al cruce de Ignacio Mejía con Francisco Montes de Oca. Desde ese punto marchó al Bulevar Óscar Flores para recorrer el parque Borunda, y llegando ya a la calle Ignacio Ramírez entró en el Auditorio Cívico Benito Juárez sin dar con el paradero de Chavo.

El indiano se desmoralizaba sopesando que si tardaba mucho más en encontrar a su futuro cómplice, para cuando fueran a trasladar el cadáver de Lupe la policía ya habría llegado a su apartamento advertida por el olor a descomposición.

Atosigado por esa amenaza se plantó en la plaza de San Lorenzo y, acercándose a la avenida Juárez, buscó a su hermanastro por la de los Mariachis. En la misma calle Mariscal erró por la plaza del Fundador sin obtener el éxito deseado. 

Continuará...

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