Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XXIV

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Cuando el juarense se volteó para examinar el plato que el camarero llevaba a la mesa contigua, sus ojos se encontraron con los de Chavo, quien desde un velador a su espalda llevaba un rato escrutándolo burlón.

—¡Vaya, chamaco! —exclamó socarrón—. ¡De manera que esta es la linda pavitonta con la que te marcas tus embustes y trofeos!

El chancero se mofaba sentado con su habitual sarcasmo, flanqueado por tres mujeres de buen vivir, manoseándolo sin pudor, mientras halagado presumía de opulencia, blandiendo en el aire un grueso fajo de billetes para que el maître cobrara la monumental mariscada que acababan de zamparse.

—¡Ten mucho cuidado con lo que dices, hijo de la chingada! —amenazó levantándose retador el aludido encendido de cólera—. ¡Estás hablando de mi prometida!

El charrán se excusó tan mordaz como había comenzado la conversación, alabando su buen gusto en escoger a una hembra tan española y deseándole a ella toda la suerte del mundo por tener que aguantarlo.

—¡Ya va, güey! —se despidió el narco—. ¡Pero no se enoje, hombre! ¿Qué no ve que ya nos marchamos, dejándolos en paz como a dos tortolitos?

—Olvídalo ya, Poncho —trató de apaciguarlo María mientras, ojeándolo de arriba abajo, revisaba la facha arrabalera del guasón—. No te hagas mala sangre: no merece la pena enfadarse con gente de esa calaña.

El ofendido permanecía en pie con la mandíbula y los puños apretados como si estuviera en trance, ajeno a todo cuanto no fuera aquel insolente. Con la mirada llena de ira clavada en la de Chavo, lo desafiaba ostensiblemente a salir a la calle para arreglar aquello como hombres.

El traficante cruzó la salida haciendo un gesto de mal gusto amenizado por un coro de burlas de sus acompañantes, a quienes trayéndole completamente al fresco sus conflictos, les movía el interés por su cartera. Cuando la puerta se cerró tras ellos, la prometida tiró de la manga al criollo sentándolo para que se serenara.

Tras pedir sendas órdenes de enchiladas con guacamole y quesadillas, la pareja se entregó al disfrute de la suave música que interpretaban en vivo en el comedor, en medio de un agradable ambiente bohemio.

Ya rondando los postres, la novia interrogó a su futuro marido acerca de la identidad de aquel grosero sujeto que lo había increpado.

—Es el hijo de Lupe, la criada —explicó el pretendiente—. Lo que más me enoja es que siempre lo tratamos como si fuera de la familia, y ya ves qué pago, se ha convertido en un irreverente. Pero claro, qué se puede esperar de esa gente que trafica con droga.

Pero a Poncho poco le preocupaba en aquel momento la conducta del servicio o su prole, lo que lo tenía en vilo era su propia reacción, esa réplica tan visceral. Se había comportado como un auténtico macho y eso lo desconcertaba. ¿Cómo podía responder de manera tan contundente y ser al mismo tiempo tan maricón? 

Quizá tanto desbarajuste no fuera más que una simple crisis pasajera de la que se había curado merced a una situación extrema como la provocada por Chavo, el detonante necesario para que aflorara toda su virilidad sin reservas. 

El indiano se sentía confundido, concluyendo que sólo cabía una manera de determinar si se había repuesto de tan preocupante afección. Lo primero que haría al llegar al apartamento sería travestirse aguardando la reacción, y en función del resultado ya decidiría.

Poncho hacía lo imposible por ocultar el malestar que lo aquejaba, declinando mentalmente padrenuestros en latín para que el reloj apurase el doble las horas. Ansiaba regresar a casa, estar solo y descansar.

La tarde la dedicaron a examinar el museo de Arte e Historia en la zona PRONAF. Beny aplicaba su pericia como guía ilustrando a la visitante con profusión de datos, incluyendo que el recinto era conocido como Museo del INBA. Inaugurado en 1963, resaltaba su peculiar arquitectura de forma cónica aunque roma, en la que el gris dominante en las paredes contrastaba con el rojo pavimento de la plaza adyacente.

Al terminar la excursión, tras acercarlo Ernesto a su domicilio, Beny se apresuró a despedirse de María, yendo directo al ascensor y entrando con los brazos encogidos en el apartamento, cuya puerta custodiaba como un cancerbero Lupe aguardando su regreso.

—Buenas tardes. ¿Cómo está el señorito? No le veo buen aspecto —se interesó la sirvienta—. Ándele, cuéntele a la tata sus problemas como cuando era usted chiquito y ya verá cómo las cosas se solucionan.

Pero lo único que el aya obtuvo fue la callada por respuesta, junto a un desagradable gesto de desprecio. La criada volvió a la carga, no podía consentir que su querido Ponchito terminase sus días renunciando a la felicidad.

—¿Qué se cree, no más, que no sé qué lo aflige? —preguntó retórica la mucama—. Seguro que el señorito padece mal de amores.

Continuará...

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