Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XL

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Dispuesto a empaparse de saber sumergiéndose en el conocimiento de aquella cultura, Beny aferró un libro entre sus manos, dándole el tiempo justo a leer la palabra Aridoamérica antes de verse interrumpido por el llamador de la puerta.

De un salto corrió raudo a abrir, invitando a Chavo a acomodarse ante una mesa que lo sorprendió, no ya por la exquisitez de los platos, sino por la buena disposición que por agasajarlo mostraba su hermano. 

El convidado se relamía ante la variedad de presentaciones, para él conocidas desde su infancia sólo con el deseo escrito en los ojos, cuando tragando saliva veía los pantagruélicos banquetes de La Cuerna a los que, en su condición de servidumbre, nunca estuvo invitado, catando a lo sumo alguna sobra luego de ser retirados del comedor.

El narco se acomodó ladeado en una silla, ajustando la servilleta alrededor del cuello de la camisa para evitar ensuciarla, en la posición exacta que marcan los cánones para la etiqueta de las gentes de humilde condición.

El indiano pasó por alto la postura convencido de que a fin de cuentas sólo él conocía su verdadero linaje y que, dado que su educación no había alcanzado el refinamiento de la suya, no podía esperar mayores cortesías ni formalidades.

Poncho le sirvió en la copa un soberbio caldo seleccionado para la ocasión, alabando su bondad con la simple intención de romper el hielo para, al calor del vino, conducir la conversación a su terreno.

Al púcher no le costó nada entrar al trapo en tales circunstancias. Elogiando el sabor la jaló de un trago, sosteniéndola de inmediato en alto para que su anfitrión volviera a rellenarla. Así repitió hasta en tres ocasiones más aquel ejercicio de escanciado con el beneplácito del indiano, quién veía allanado el camino al comprobar cómo su pariente se lanzaba a soltar jocoso la lengua.

Llegados a ese punto, Beny descubrió una bandeja que contenía un jugoso asado de carne con aroma embriagador. Cortó ceremonioso una discreta porción para ver como al instante, antes de darle siquiera tiempo a devolver el tenedor de trinchar a la fuente, Chavo izaba el plato reclamando una ración más abundante.

—Ya que estamos a ello, ponme más vino —solicitó el narcotraficante con las mejillas ruborizadas por la calorina del mosto—. Baja de maravilla por la garganta, incluso más fácil que el mejor tequila.

Poncho se impacientaba por entrar en materia de modo que, consciente de que su hermano no echaría en falta el protocolo, cortó un trozo de carne tan basto como para que le diera cuartel, y colmando ambas copas hasta el borde se dejó caer pesado sobre la silla.

—Bueno, bueno, bueno… —intentó iniciar la tertulia el místico—. ¿Y cómo te va eso de la Santa Muerte?

El barriobajero quedó sorprendido. ¡Vaya pregunta más absurda! ¿Además, a santo de qué venía aquel tema? Pero Chavo pronto reaccionó, sería alguna ventolera de su hermanito. El arrabalero tenía muy claro que la frontera que separa a un loco maníaco de un excéntrico se establece por el número de ceros escritos a la derecha de su cuenta corriente. Eso sin contar que Beny no podía estar muy en sus cabales considerando el reciente episodio en el que hubo de echarle un capote, o quizá pretendía tantearlo para tomarle la medida, bajo la sospecha de que por su cabeza se le hubiera pasado la intención de extorsionarlo.

Pero no, al igual que para otras muchas cosas Poncho era demasiado simple para eso. A Chavo le constaba que su hermanastro carecía de la más mínima habilidad para el disimulo. A su juicio no sólo era básico, sino incluso zafio en exceso como para saber fingir. Quedaba manifiesto que existía algún motivo, evidentemente más inocente o diáfano por más ignoto que le resultase, que había despertado en él una chispa de curiosidad acerca de aquella creencia. Y en cualquier caso ¿por qué no?, ningún mandamiento o precepto de la Santa Muerte excluía la vía del proselitismo. El devoto incluso estimó que en aquel nuevo clima de concordia que brotaba entre ambos, compartir la misma fe estrecharía aún más los lazos fraternales que parecían presidir el momento actual de su relación. Incluso se sintió halagado por Ponchito, quien por vez primera mostraba interés por su opinión, de modo que se lanzó decidido a la exposición, dispuesto a dar los más cumplidos detalles sobre la materia.

Lo primero que fascinó al criollo fue el carácter secreto del culto, ya que oficialmente se omitía dónde era reverenciada la imagen de la Santa, muy a pesar de que en el país la congregación estuviera presidida por un arzobispo primado de la denominada Iglesia Santa Católica Apostólica Tradicional Mex-USA.

Poncho quedó extasiado cuando, superando su presunta incapacidad dialéctica, el narco plasmó un esbozo del atavismo de una religión que sincretizaba los cultos prehispánicos superpuestos a los católicos, hasta que en el inicio de los años sesenta del siglo XX despegaron hacia la adoración de la Santísima, como también se la llama.

Para el criollo se trataba del más genuino acervo y, pese a todas las metamorfosis recientemente experimentadas, la tradición era quizá el único clavo al que agarrarse por más que estuviera en punto de fisión nuclear o ello supusiera abrasarse, no ya los dedos, sino el alma entera.

A grandes rasgos el narcotraficante le vino a explicar que, lejos de la controversia de la Iglesia de Roma, se trataba de un culto honesto. Si había algo por lo que descollaba era por igualar a todos los seres humanos.

—Para la muerte no hay grandes ni chicos—parafraseó a Manrique, sorprendiendo con su sapiencia al indiano—. Para la Santísima Muerte tampoco: ningún hombre se salva de sucumbir y todos deseamos una buena muerte.

 

Continuará...

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