Candela

¿Tiempos para la lírica?

Dicen que fue Bertolt Brecht el que pronunció la frase que da título a este artículo para referirse a que la sociedad estaba excesivamente mercantilizada y, en consecuencia, no había espacio para dedicarse a la poesía, la inspiración o el alma.

Claro, que si esto lo dijo el gran dramaturgo —vivió a caballo entre el siglo XIX y XX—, imaginemos lo que hubiera dicho hoy ante algunas realidades disparatadas y convulsas que a diario suceden.

Como son, por ejemplo, un mundo de guerras —aunque bueno, antes también—, de injusticias, de desequilibrios sociales —me corrijo: antes igual—, de pateras, o de reajustes demográficos entre el primer mundo y el otro, u otros. Una realidad, en definitiva, donde lo que Brecht denominaba «la lírica» y los gallegos de Golpes Bajos repetían por los años 80 lo capitaliza hoy el teléfono móvil, los tiktok, el reguetón y el uso permanente del WhatsApp para la interrelación personal, y quiero destacar un tema complejo para gentes que peinamos canas y ya estamos en el tobogán de la vida en manifiesto descenso: la negación de la sexualidad clásica para adaptarla a fórmulas donde tal cuestión puede variar de un día a otro y dependerá del pie con el que se haya levantado o cómo se perciba el sujeto o «sujeta» en cuestión —dicho así, en crudo y sin malicia alguna, solo por aquello del lenguaje inclusivo—.

Y es cuando, ante esta quiebra de casi todo, uno, que es de natural espiritual y amante de la lírica —aquí, ya no sé si más que don Bertold o de Germán Coppini—, recurre a ese balón de oxígeno que en nuestra España siempre fue la religión.

Momento este en que —y les aseguro que sin ningún avieso ni torcido ánimo— hago reposar mi espíritu en esa especie de paz monacal que supone el reencontrarte con tu ser, leer en las páginas más puras de tu alma e invocar a ese dios, uno y trino, que nos contaron en la escuela para seguir, a pesar de dificultades y torceduras del espíritu, caminando firme y erguido por este valle de lágrimas.

Pero he ahí que es, en esta especie de elucubración espirituosa, cuando leo algunas noticias referentes a situaciones «controversiales» en que se halla la iglesia en la que fui educado o, más en concreto, problemas o conflictos que acucian al Santo Padre de Roma.

Y no puedo dejar de preocuparme cuando personas que supuestamente se mueven en mundos de bondades, «líricas», podríamos decir, y llenos de valores espirituales, tienen comportamientos semejantes a los de cualquier ciudadano de a pie. Veamos alguno.

Pues parece ser que unas monjas de Burgos, en Belorado, han armado un bochinche de padre y muy señor mío y el propio Vaticano ha tenido que intervenir para poner orden en aquel sindiós, expresión alegórica y jamás cuestionando la omnipresencia del Unigénito. Pues entre idas y venidas, el resultado actual del conflicto ha supuesto una demanda civil del arzobispo para que aquellas monjitas —viejas y enfermas, según refiere la prensa— sean desahuciadas del convento por okupas. ¡Feo asunto!

Y si este es feo o raro —vamos a calificarlo así, suavemente—, complejo es lo de Torreciudad, en la católica Huesca, donde el Papa también se ha visto obligado a intervenir —malas lenguas dicen que ha sido alentado precisamente por manos negras vaticanas— para acabar con el conflicto entre el obispado y el Opus Dei. Y, como parece ser que el asunto se mueve entre la dicotomía —religión y administración de dineros—, pues el lío está prendido y a ver cómo se arregla. ¡Servidor, hace fervientes votos y anhela una resolución pacífica y conciliadora! Y en buen camino va la cosa, porque leo que el Papa ha nombrado un administrador entre las partes.

Aunque a uno le da la impresión de que esa figura elegida, supuestamente intermediadora, es como si me ponen a mí en el VAR a decidir sobre un penalti o no a Vinicius. ¡Pues sí lo fue y clarísimo, no hay duda!

Y si la cosa religiosa, vaticana o papal —pónganle ustedes el calificativo que gusten—no cesa en sus diatribas, «pues como éramos pocos parió la abuela». Y digo esta vulgar, pero rotunda y aclaratoria expresión porque ahora resulta que son aquellos míticos y legendarios Caballeros Templarios los que han puesto recientemente una especie de denuncia al propio papa de Roma y solicitan un acto de conciliación previo, para dirimir y saldar cuentas pendientes.

Les aseguro que no es fantasía del escribano y se trata de algo totalmente cierto y, además, con cierta base lógica, porque la Asociación Orden Soberano del Templo de Cristo —templarios hoy— era una orden poderosa cuando en el año 1312 fue suspendida precisamente en un Concilio —en Viena, para ser exacto— por el papa Clemente V de la mano del rey francés Felipe el Bello. Y no solo fue la disolución si no que, además, pasaron por la horca y la hoguera a muchos de aquellos caballeros que tanta gloria había dado a la cristiandad, protegiendo a los peregrinos que viajaban a los santos lugares. Entre otros, a su gran maestre, Jacques de Molay, quemado en plaza pública.

Y es con base en aquella injusticia que hoy impetran compensación. Cosa, hasta ahí, que podría entenderse como razonable.

Pero ¿qué me dicen si les refiero que en el capítulo de peticiones figuran algunas como la recuperación de todos los bienes confiscados en 1312, la autorización para realizar su propio sacerdocio templario, el disponer de oratorios y capillas, el que toda la colecta a nivel mundial del el día de San Bernardo les sea entregada a ellos, el tomar en propiedad la iglesia de la Vera Cruz en Segovia, el poder formar un ejército propio o el que se les otorgue el carácter de prelatura para depender directa y exclusivamente del Papa sin tener que pasar por ningún otro órgano de la jurisdicción religiosa?

Bueno, estimados, viendo este galimatías y en el que hasta acólitos de Dios tienen tantos conflictos, convengan conmigo en que, definitivamente, estos tampoco son buenos tiempos para la lírica.

Y ya, en una reflexión final, solo me queda lamentar que gentes de bien y orden anden metidos en semejantes alborotos tan poco edificantes. Con lo que, honesta y humildemente, pienso que algo está fallando y que, muy posiblemente, este papa argentino, o reza poco o reza mal.

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