Anécdotas literarias de Madrid

Tres escritores paseaban por Madrid

Miguel de Unamuno y Ramón del Valle Inclán en 1932 - USAL
photo_camera Miguel de Unamuno y Ramón del Valle Inclán en 1932 - USAL

Se cuenta que don Ramón del Valle-Inclán (1866 – 1936) y don Miguel de Unamuno (1864 – 1936) mantuvieron una discusión muy airada un día en que Unamuno paseaba con don Pío Baroja  (1872 – 1956) por la Carrera de San Jerónimo y que fortuitamente se encontraron con Valle-Inclán y tras caminar los tres juntos, empezaron a hablar de diversos asuntos espinosos hasta que la airada conversación fue subiendo de tono, y subió de tal manera que llegó a hacerse violenta mientras les escuchaban estupefactos los viandantes y sin que pasara mucho tiempo y, por supuesto, sin despedirse se fueron cada uno por su lado. Don Pío quedó sorprendido, sin decir ni una palabra y sin apenas haber intervenido quedó solo. También se cuenta que transcurrieron muchos años sin que volvieran a mantener ambos escritores otra conversación; aunque parece ser que pasado el tiempo volvieron a coincidir, pero nunca manifestaron simpatías el uno por el otro. Unamuno y Valle-Inclán se enrocaron en sus cosas y a cada uno de ellos solamente les interesaba el contenido de sus tesis. Aquel día no hubo posibilidad de que a Unamuno le interesase lo que Valle-Inclán le contaba, ni que a Valle-Inclán le interesara lo que contaba Unamuno.

Pero Baroja de todas estas cosas que sucedían tomaba buena nota y aprovechaba estos asuntos para despotricar contra ambos escritores. Llegó a opinar que Unamuno era un ser egoísta y que jamás escuchaba. Lo consideraba antipático y lleno de orgullo. De Valle-Inclán decía que era un individuo al que le molestaba todo lo que hacían y decían los demás.

Tengamos en cuenta que Baroja a lo largo de su vida había hablado con los dos escritores y los conocía muy bien. A Valle-Inclán lo tenía especialmente señalado desde el día en que pidió permiso para consultar unos datos en los archivos de Baroja y cuando pensó que nadie lo veía le dio al perro de la casa una patada en la cabeza. Baroja nunca se lo perdonó.

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