PEN Colombia de escritores

El desencanto en la justicia y la política

O bien, la ira y la saciedad; el asco y la repugnancia.

Instituciones jurídicas y políticas, funcionarían como organizaciones o empresas delictivas, criminales. Manifiesta R. Arguello en la lectura de una excelente novela que se estructura sobre ‘el verdadero conflicto colombiano: la corrupción’, Deambular de mariposas: “La corrupción es el delito que más se ha vuelto empresa o el propósito para el que algunos delincuentes fundan una nueva”.

La referencia, que en la lectura rutinaria de los relatos de prensa producen, por su reiterada tematización y aparición, bostezos de indiferencia y rubores de un día, “es la codicia sin límites, los ajustes de cuentas, el tráfico de drogas, de armas y de todas la variaciones del trapicheo, así como una especie de mercenarismo cuasi-criollo con características transnacionales”.

El catalizador sería el dinero, “dinero para –por supuesto— obtener el poder”. Allí todo se negocia y factura: dignidad, saberes, estatus, carrera, cargos representativos, institucionalidad, identidades, ideas y aún el país (cf. Roberto Gil de Mares, Deambular de mariposas, Pigmalión, Madrid, 2017, pp. 9-13).

Abogados (en número creciente, infinito en Colombia, como las Facultades que deforman o mal forman profesionales), con programas académicos mediocres, sin bases investigativas y epistémicas, sin preguntas ni conceptos sólidos y contextualizados, incapaces de argumentar y sustentar, y menos escribir. Además carentes de un horizonte de principios y valores humanistas y civilizatorios. Sí, señores y señoras, allí crecerían (y mejor, involucionarían) los guerreros-actores, los del cálculo y futuros negocios rentables, de esas instituciones jurídicas que funcionan ayer y hoy como organizaciones criminales.

Políticos (incontables, babélicos y babas-bélicos) de paupérrima formación profesional, verbo decadente y mísero; sin partidos al servicio del desarrollo social y ciudadano; espejos trisados sin azogue; además, carentes de escrúpulos, prestos a obedecer al jefe psicótico, a la seducción de la coima, al rapto reptando de las riquezas del Estado. Sí, ellos también, los guerreros-actores del mismo ejército de depredadores del fisco y parte de esas mismas instituciones que funcionan como organizaciones criminales.

¿Qué hacer…? ¿Una Constituyente como ha afirmado un líder, redentorista? ¿Una Constituyente con el tema único de reformar la justicia, como sugiere un economista-académico en su abstracta ingenuidad? ¿Una Constituyente, y la destitución de todos los magistrados, reemplazándolos por nombramientos por estricto mérito, como lo grita un editorialista candoroso?

Señoras y señores, en los casos anteriores, peor la Constituyente que la enfermedad: esas empresas delictivas, las de la política y las de la justicia, pueden perder uno, varios o muchos de sus integrantes o actores guerreros, “pero al convertirse en una verdadera empresa anónima puede(n) seguir intacta(s)”.

Como ocurriera en Islandia, sería fundamental repensar en la sociedad civil y actuar desde la misma. De otra manera, el país devendría inviable, cerrado y alienado.