Memorias de un niño de la posguerra

La muerte de Luis de Mingo

Alberto Delgado
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Entre mis compañeros de primero de Bachillerato en el Instituto Cervantes, curso 1948-49, pronto hice amistad con Luis de Mingo Garrapuchu. Era dos años mayor que yo, y por ello de los más altos de la clase. Nuestra amistad se fraguó cuando el profesor de Matemáticas nos preguntó si teníamos hermanos mayores que hubieran pasado por el Instituto. Y resultó que él y yo habíamos tenido sendos hermanos, en el mismo curso y con el mismo nombre, Guillermo. La amistad con Luis de Mingo Resultó de gran importancia, porque fue mi protector en las peleas de los recreos en el patio del Instituto. Las armas eran, fundamentalmente, las bufandas que anudábamos a los extremos, y que hábilmente empleadas, podían hacernos daño. En momentos de dificultad, Luis acudía en mi ayuda, y dispersaba a mis enemigos.

Lo que parecía ser una hermosa y larga amistad se truncó por un absurdo y trágico suceso. Luis regresaba diariamente a su casa tras terminarse las clases utilizando un medio de trasporte muy popular en aquellos años de posguerra: el tranvía. Pintados de amarillo o azul, los tranvías de entonces no eran un modelo de rapidez, y muchos jóvenes pasaban de esperarlos en la parada, y los asaltaban en marcha, despreciando un evidente peligro de accidente. Luis era ágil y fuerte. y parecía no tener problemas para subirse aunque el tranvía hubiera cogido velocidad. Otros chavales de entonces preferían subirse en las paradas, y situarse sobre el parachoques trasero para ahorrarse el importe del billete. Pero una mañana, al salir de clase, Luis cogió como de costumbre, el tranvía en marcha, pero en vez de introducirse en el interior, se quedó colgado de la escalerilla de entrada, y fue golpeado por un poste de la Luz, situado a una corta y peligrosa distancia de los raíles del tranvía. Murió en el acto.

La noticia sumió de tristeza a todo el Instituto. En su funeral la iglesia se llenó de estudiantes y compañeros de Luis. Allí pude dar el pésame a su hermano Guillermo, con el rostro surcado de lágrimas. Y el recuerdo de Luis de Mingo no lo ha podido borrar el paso del tiempo.

Pasaron los años, y entre mis numerosos empleos figuró, de la mano de Fernando Fernández Tapias, el de asesor de la Presidencia y director de la Revista CEIM, órgano de la Confederación de Empresarios Madrileños. Como miembro destacado de la Ejecutiva, el número dos del Corte Inglés de entonces, Juan Manuel de Mingo. No se me ocurrió enlazar los apellidos, hasta que un día, sin venir a cuento, me tropecé con Juan Manuel de MIngo en el aparcamiento del edificio, y como impulsado por una voz interior, me atreví a preguntarle." Por casualidad, no serás pariente de Luis de Mingo, mi amigo y compañero en el Instituto Cervantes, que murió a los doce años subido a un tranvía en el lateral del Paseo de La Castellana. Juan Manuel me respondió "era primo hermano mío, y su muerte sumió en luto durante largos años a toda su familia". Y me explicó la trayectoria de Guillermo, con una brillante carrera profesional hasta su prematura muerte. Al despedirnos, Juan Manuel de Mingo me dijo ¡ Que verdad es la frase de que el mundo es un pañuelo! Y pensé que a veces, el mundo es un pañuelo para secar las lágrimas de tristeza.