Memorias de un niño de la posguerra

El Instituto Cervantes en la Calle Prim

En junio de 1948 me examiné de ingreso en el Bachillerato en el Instituto Cervantes. También me presenté para la obtención de Matrícula de Honor que tenía, caso de conseguirlo, la exención de los gastos de matrícula y de la cuota mensual de las llamadas “permanencias”. Este examen para la Matrícula de Honor constaba de dos partes. La primera era de carácter literario, y la segunda un problema de matemáticas. El tema de redacción era, creo recordar:” El río Manzanares: descripción y paseo por el mismo”. El problema era sobre ovejas  y sus patas, algo confusillo para un chaval, como era mi caso, que no había cumplido los diez años. Sobre el Manzanares yo recordaba que algún famoso escritor le había calificado de “aprendiz de río”, y eso me sirvió de base para una redacción que no me quedó mal. Pero en el problema me hice un lío con las patas de las ovejas, y creo que más que las ovejas fui yo el que metí la pata. El resultado, según informaron a mis padres dos catedráticos amigos, es que estuve a punto y me quedé en puertas.

La sede del Instituto Cervantes se encontraba entonces en la calle Prim 3, en su comienzo junto a la calle del Barquillo, frente a las instalaciones del Ministerio del Ejército, en el Palacio de Buenavista. Quien me iba a decir que quince años después iba a cumplir mis prácticas de alférez en la Milicia Universitaria en el Batallón de Infantería del Ministerio. El Instituto era un viejo caserón, con un interior desvencijado, pupitres de los tiempos del General Prim, que daba nombre a la calle, con un patio grande de suelo de arena que quedaba pequeño para acoger a los alumnos de Primaria y los siete cursos de Bachillerato según el Plan de 1938.

El Director del Cervantes era don Enrique Montenegro, Catedrático de Geografía e Historia, hombre del Régimen y entusiasta admirador de Adolfo Hitler. Recuerdo que nos describía con entusiasmo como en el Referéndum para la anexión por Alemania de Alsacia y Lorena, Hitler había puesto a disposición de una anciana, que vivía alejada, de un avión para que pudiera votar, lo que a mí me parecía, y me sigue pareciendo, un despilfarro. Como Secretario del Instituto figuraba Emilio Pérez Carranza, catedrático de Matemáticas, calificado por sus alumnos como un auténtico “ hueso”, y que las malas lenguas afirmaban que ponía los ceros con bigotera.

El cuadro docente estaba formado por profesores de tiempos de la República, muchos de ellos procedentes de la Institución Libre de Enseñanza, de capacidad bien contrastada, pero que se habían librado de la depuración por los pelos, y estaban en constante vigilancia, y otros jóvenes que preparaban las difíciles oposiciones a Cátedra. Recuerdo a profesores de gran talla, como Manuel Cardenal Irachieta, de Filosofía, al que años después tuve de profesor en la Escuela Oficial de Periodismo, y que nos dejaban consultar el libro durante los exámenes, para ver si éramos capaces de escribir algo coherente. Su esposa, doña Rosario, nos daba clases de Latín, junto con sacerdotes como el Padre de la Riva, que cuando se enteró de la muerte de mi padre me acompañó en el sentimiento, con una frase que se me ha quedado grabada: “Cuando se muere el padre, se lleva la llave de la despensa”, o el Padre Durantez, que nos enseñaba Religión y al que le gustaba repetir “ a mi me pagan por lo que sé, porque si me pagaran por lo que no sé no habría dinero suficiente en el Ministerio·”. Antonio Mingarro, catedrático de Física y Química, era una figura destacada, autor de libros de texto, y el único profesor que iba al Instituto en su coche, un Ford Taunus. Al profesor de Griego le apodaban “Pepe panas”, porque no se separaba de su traje de pana, su hija también enseñaba griego, era muy amable, y me prestó su Diccionario para mi examen de Reválida- Tengo recuerdos cariñosos para don Lorenza Martínez, en Matemáticas, Sánchez en Literatura. Justa de la Villa en Matemáticas….

El alumnado era de todas las clases sociales. A los más humildes, les costaba pagar las Permanencias mensuales, y tenían problemas para que el portero les dejara pasar sin el recibo de pago. Pero a nadie le faltó ilusiones y esperanza ante un futuro incierto.