Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XIV

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Los itinerarios se sucedieron presididos por la más virtuosa continencia hasta tal punto que María, sin sospechar siquiera la existencia de Carmen, comenzó a compartir con ella la idea de que, para su desgracia, el viril pimpollo escoraba hacia la otra acera.

Pero la novia no se vio excesivamente afligida. Sin mucha desazón no tardó en consolarse sopesando que, cuando en breve medrara a dueña y señora del reducido pero próspero reino de su futuro marido, mal sería que no hubiera lacayos aguerridos con quienes aliviarse, de modo que con ilusión renovada, no sin cierto reconcomio espiritual y prurito vaginal, se entregó sin reservas al disfrute del sacro circuito cultural que su pareja le ofrendaba.

En ese clima, fluctuando entre el sosiego sacramental y la añoranza, Poncho se devanaba en un lienzo cuyas pinceladas mostraban un porvenir en el que se sentía un juguete del derecho natural, al que desvalido se le exigía cumplir el inexorable destino de perpetuar su estirpe, obligándolo a renunciar a la fervorosa necesidad de sustituir en el altar a su más anisado objeto de deseo.  

Incluso fantaseó con la posibilidad de secuestrar a Carmela narcotizándola y, ocultando su identidad bajo el velo nupcial, plantarla ante el sacerdote intercambiando con ella las alianzas para aún aletargada poseerla, consumando así su postergada pasión.

María, por su parte, andaba no menos ajetreada con cuestiones más domésticas: su futura suegra había tomado el relevo al cicerone, llevándola por un interminable peregrinaje de centros comerciales para colmarla de vestidos, bolsos, zapatos y toda suerte de complementos de las más prestigiosas marcas, con el fin de poder lucirla sin verse menoscabada en su ostentosa economía cuando pisase suelo chihuahuense. 

Entregada a un sueño paradisíaco de comprador compulsivo donde se reconocía rebosante de los hasta ahora más inalcanzables caprichos de cuento de hadas, la novia se abstraía sin reparo de lo que consideraba la huidiza indiferencia sexual de su prometido. 

Si por lo que fuera no le apetecía salir del armario, allá él. A fin de cuentas, con semejante fortuna ya se veía poseedora de todo juguete sexual anunciado en televisión con el que colmar sus más íntimas necesidades, permitiéndose prescindir de las atenciones de su futuro marido para abandonarse a otros placeres, con la libertad de ser dueña de su vida y  la seguridad de no tener que ganarse el sustento. 

Cuando en medio de la vorágine sentimental expiró su visado, con la íntima satisfacción de verse al fin eximido de tanto ajetreo, muy a pesar de mostrarse hipócritamente compungido ante María, el mexicano empaquetó maletas y despidiéndose se comprometió a organizarle una próxima estancia en Chihuahua, y con una inédita sensación de liberación se desplazó al aeropuerto de Lavacolla para iniciar el periplo que lo devolvería a casa.

Ya en el aeródromo aumentaba su excitación ante la expectativa de tomar el vuelo sin que ningún inconveniente le obligara a posponerlo cuando, al pasar por el arco de seguridad antes de abordar la nave, un estridente pitido lo forzó a retirarse para que un guardia comprobara el contenido de su atuendo.

—No lo entiendo —titubeó el criollo vaciando los bolsillos—. En realidad no llevo nada raro...

Despojándose de sus pertenencias reparó en el grueso manojo de llaves del bolsillo de la gabardina, convencido de ser el responsable del atolladero y, resuelto a terminar con tan incómodo cacheo, metió la mano extrayendo simultáneamente las bragas de Carmela enganchadas al llavero.

El viajero se quedó de piedra ante el agente, quien lo examinaba sarcástico mientras él sostenía aquella prenda, que por sobada evidenciaba un uso continuo, descartando su posesión accidental.

—Puede usted pasar —invitó el vigilante sin ocultar una sonrisa maliciosa—. Recuerde que no tendrá problema al embarcar: si lo necesita, la azafata le proporcionará una bebida para aliviar la nostalgia. Si por el contrario se viera impelido por algún tipo de pulsión incontenible absténgase de acaparar el aseo, dado que es para uso compartido con el resto del pasaje.

El turista embarcó sintiéndose por enésima vez humillado ante la presencia, la ausencia o, en definitiva, la existencia de Carmela, maldiciendo ensimismado en voz alta el día que se cruzó en su camino.

Tras un tedioso vuelo intercontinental en el que ensayó todas las posturas para relajarse o dormir, desterrando de su pensamiento a la mujer que empezaba a considerar la causante de todas sus desgracias, el avión tomó tierra sobre la mayor de las tres pistas de aterrizaje habilitadas en el Aeropuerto Internacional General Roberto Fierro Villalobos, de la capital chihuahuense. 

Cuando Beny al fin pisó suelo azteca se sintió renovado: aquí el amo era él y nada podía perturbarlo ni escapar a su control.

Ya al descender, desde la pasarela pudo reconocer tras la cristalera de la sala de espera de vuelos internacionales a Ernesto, el chófer de La Cuerna, quién paciente aguardaba desde hacía horas su llegada. A su lado esperaba emocionada la fiel Lupe, una sirvienta personal poco menos que indispensable, apreciada hasta el extremo de considerarla casi de la familia.

Lupe, o para ser más exactos Guadalupe Ramírez Tzacahualt, llevaba al servicio de la casa desde que el recién llegado tenía uso de razón. La criada había perlado su melena a la par que él crecía, ocupándose de su cuidado y ayudándolo en las tareas, o entreteniéndolo en su infancia solitaria y alejada del resto de niños que, por ser indígenas, carecían de rango suficiente para codearse con el señorito.

Sólo Chavo, el hijo de la doméstica, pudo disfrutar del privilegio de compartir juegos con él, aunque fuera bajo su tiránica batuta de hacendadito.

Pese a ser tan discreta como servidora eficiente, siempre la orló un halo de dignidad casi mayestático. De oscura piel cobriza, espejo innegable de la raza indígena, Lupe exhalaba por los poros una serena belleza de finos y hermosos rasgos dominados por unos enormes y dulces ojos que describían sin engaño su carácter brillante y delicado, a la par que tan oscuros como las entrañas de la tierra de la que sus antepasados extrajeron el oro de Santa Eulalia.

Si bien la chacha nunca hizo el mínimo alarde, sus venas estaban regadas por la sangre de la más pura casta chichimeca. Su linaje se remontaba a un tiempo muy anterior a la llegada del capitán español Diego del Castillo, fundador en 1652 de la ciudad minera de Santa Eulalia, considerada la primera capital de Chihuahua tras tener que ganársela a los feroces indios Conchos.

 

Continuará...

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