Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega IX

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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P—Oye, ¿tú no serás maricón, verdad? —le espetó Carmen cerca del aburrimiento—. ¡No sería la primera vez que doy con un gallito que termina siendo una coneja!

—¡Ni modo, mujer, tú mandas! —se apresuró a atajar—. Sólo quería agasajarte antes de darte un homenaje.

En silencio, abrazado a aquella gacela de mármol por la cintura y dejándose llevar, el cazador terminó en su casa después de que ella lo paseara maliciosamente por todo el pueblo. 

Los que se cruzaban con la devora hombres sabían que aquel incauto era su próximo trofeo, compadeciéndose por la suerte de tan ingenuo borrego, ignorante de que en la entrepierna Carmela no tenía un coño sino a un cepo dispuesto capar al más dotado de los bizarros varones que pisaran suelo patrio.

Cuando al fin ambos amantes estuvieron en la intimidad de su cuarto, la progre se desnudó con la misma habilidad que una stripper, dándose prisa en despojar de ropa al mexicano, quien para aquel entonces tenía el miembro más flácido que un churro de tres días empapado en chocolate.

Consciente del efecto intimidatorio que en muchas ocasiones causaba, la barragana tiró de él suavemente hasta quedar los dos sentados sobre el suelo para, con inusual suavidad, acariciarle la pichula en busca de respuesta.

Deslizando con delicadeza sus sedosos labios por los del mexicano mientras con la otra mano acariciaba su muslo, Carmen le rozó con la lengua los pezones,  amagando el indiano con recuperar el verdor de su sistema hidráulico. Empinaba ya el miembro cuando la maniobra de izado se vio inesperadamente interrumpida por el sonido de la descarga de la cisterna del váter. Confundido y alertado ante la presencia de una tercera persona en el apartamento se apresuró en averiguar el origen de aquel ruido.

—Ah, no te preocupes —explicó la joven restando importancia al suceso—. Es mi padre que está en la habitación de al lado.

¿Su padre? ¿El papá de ella estaba en el dormitorio contiguo y él estaba beneficiándose a su hija? ¡No podía ser! ¡Aquella mujer estaba loca! Y vete a saber si el padre también y en plena faena entraba en la estancia a encañonarlo con una escopeta de postas. O quién sabe si en el cajón de su mesilla guardaba un libro de reclamaciones de la marca Smith & Wesson, Astramatic o el de Samuel Colt, que para todos los efectos servía lo mismo. 

Tragando saliva Poncho valoró que, sí se tratase de su hija, nadie libraría al muy cabrón que se atreviera a chingarla y menos en su propia casa, de morir baleado ahí mismito como dictaban las más elementales reglas.

La activista no permitió que a Beny le embargara la menor vacilación. Había  logrado ponerle en pie la verga atribuyéndose todo el derecho a disfrutarla. Dejándose caer de espaldas sobre el suelo tiró del amante sobre sí, y tanteando con la mano para dar con el falo lo introdujo victoriosa en sus hambrientas entrañas.

El lechuguino intentaba salvar la situación y el honor de un pabellón que lucía ya de cualquier manera menos alto. A medida que ella palpaba el eretismo lo abandonaba irreversiblemente, tan nublado por la demanda ansiosa de la casquivana como por la presencia cercana del progenitor.

—¡Maldita ninfómana! —pensó el mejicano intentando resistir por todos los medios—. ¡A esta me la chingo yo así me rompa las pelotas!

Y haciendo un esfuerzo sobrehumano, procurando concentrarse en la faena y abstrayéndose de cualquier otra idea, comenzó a refrotarse contra ella intentando lo más parecido a una erección y posterior penetración. Pero a medida que se movía rítmico sus rodillas rozaban contra la endemoniada moqueta despellejándoselas, descentrándose cada vez más.

Carmela, que no veía indicio de vida en aquel flojo y enervado trozo de carne, sospechando que sólo servía para orinar, decidió darle un respiro.

—Mira, Ponchito, si es por el riesgo de embarazo no te preocupes —lo tranquilizó la manceba—. Siempre tomo precauciones.

E introduciéndose la mano en la vagina extrajo un deformado preservativo femenino. Beny miraba aquel trozo de látex absolutamente asqueado. Era demasiado: el papá, la pujanza de la fémina por devorarlo, ese viscoso condón repulsivo de proporciones desmesuradas que ella se acomodaba y desencajaba con total alegría… España era arriesgada, las españolas eran aventuradas, sus padres eran en potencia más peligrosos aún y el caucho, que en más de una ocasión buenas alegrías le procurara, le parecía ahora más repugnante que nunca.

El mejicano estaba borracho como una cuba. Tan confundido como agotado y, en ese mar de zozobra con Carmen meneándole frenéticamente el instrumento para cobrarse el precio de su consuelo, sin tener del todo claro si desfallecía o se desinflaba, rendido se quedó profundamente dormido.

* * * * *

Despertó con un hilo de baba corriendo por la comisura de sus labios y, al limpiarse de manera instintiva con el envés de la mano, se irritó la piel con el espeso bigote que le brotaba bajo la nariz. 

Apenas abría los ojos dando con la mirada en Carmela que lo observaba airada, con los brazos cruzados y un notorio gesto de desprecio. No tardó un segundo en arrojarle sus ropas encima incluyendo las bragas que, enredadas con el resto de la lencería, fueron a dar directo a su cara.

—¡Anda, vístete y lárgate! ¡No sirves ni para eso!—reprochó tan frustrada como malhumorada—.  Ya decía yo que por ahí anda suelto mucho machito que a la primera de cambio pierde aceite hasta por las orejas.

El criollo comenzó a vestirse torpe y resacoso mientras la despechada lo arrojaba a empujones fuera de su casa. Atolondrado, fue vagando hasta encontrarse sentado en un banco de la estación del ferrocarril, preguntándose cómo puñetas había llegado hasta ahí.

La noche había sido lo bastante larga como para vivir en apenas unas horas cuanto no experimentara en toda una vida.

 

Continuará...

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