Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega VI

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
photo_camera portada chihuahua -Miguel Mosquera Paans

La mamá del prometido se mostraba por el contrario reservada. No opinaba. Su marido hacía, deshacía, decía y decidía, sin que a ella se le ocurriera objetar ni un ápice. Su pasividad era la más fehaciente muestra de lo que el genuino arraigo esperaba de una esposa de buena cuna: silencio y sumisión. La buena mujer mordisqueaba apacible diminutos bocados de una galleta de canela que su futura nuera había servido sobre una escandalosa bandeja de porcelana barata de bazar chino, pese a que en el fondo de su alma se consumía por no poder decir palabra.

En ese trance se encontraban cuando al fin llegó el último elemento de la discordia. La madre de María entró bufando tras una agotadora jornada en la caja del supermercado, después de aguantar los improperios de una clientela descontenta con la oferta del día, el precio de los productos y el cabreo de quienes aguardaban con la cola detenida por un vejestorio con complejo de marquesa de la pata ancha que, tras plantar la cesta en la línea de caja, se fue con paso parsimonioso a cambiar la lechuga en frutería por no parecerle lo suficiente verde, al tiempo que la indignación crecía entre las prisas de quienes esperaban para pagar y marcharse.

Genara también estaba hasta el moño de la existencia que le había tocado vivir, de modo que cuando al franquear la puerta se encontró con quienes está claro eran sus futuros parientes, sintió en su interior una estridente felicidad bañada en oro de veinticuatro quilates, y abalanzándose sobre ellos se regaló en besos, abrazos y bienvenidas.

—Llegas justo a tiempo —agradeció Luciano a su esposa—. Precisamente estábamos hablando del banquete de bodas de los niños.

A Genara no se le ocurrió replicar en nada. A veces, estando a punto de abrir la boca para dar su parecer, Luciano se apuraba en darle un discreto codazo en las costillas o un suave pisotón en el dedo gordo del pie, asintiendo a su interlocutor con una sonrisa que apretaba un maxilar contra otro crispando los dientes. 

Todo lo que los papás del prometido quisieran sin rechistar, pensaba para sí Luciano, a fin de cuentas eran ellos los que sufragarían aquel delirante capricho de ceremonia, y de paso quienes le llenarían las arcas.

La voz de don Benito atronaba en medio del perceptible chasquido de las papilas gustativas del carpintero puliendo hasta el brillo deslumbrante los folículos pilosos de las nalgas de su compadre.

No era para menos en medio de aquel monólogo atropellado de fantasías descomunales que incluía mariachi bajo el balcón de la novia en su casa de la aldea, orquesta de cámara en la ceremonia religiosa y luna de miel alrededor del mundo civilizado, todo ello propuesto sin escatimar en gastos. La tarde fue transcurriendo hasta hacerse hora prudente de retirarse cada mochuelo a su olivo, dando por cerradas las negociaciones del inminente enlace marital. 

Cumplido el ceremonial de petición, Poncho al fin vio vía libre para excusarse ante sus papás, los de la novia, su recién estrenada prometida y hasta la mascota para, con motivo de celebrar tan feliz acontecimiento, acercarse a la localidad más próxima y dotada de  servicios donde correrse la juerga padre con sus conocidos y cuanto extraño se quisiera apuntar.

* * * * *

Media hora de trayecto a velocidad de crucero lo puso en la más pujante villa de la provincia. La cabecera de comarca se constituía por un censo de unas trece mil almas, cantidad respetable considerando que el terruño de sus ancestros apenas contaba con unos cien moradores dispersos. Además de concentrar el mayor volumen de comercio y ocio, a Carballiño le correspondía el dudoso honor de ser la población con más bares por habitante de toda España, hecho que contrariamente fue un aliciente que lo estimuló a instalarse en un piso amueblado de los que tenía en propiedad alguno de sus allegados. 

Así fue como el juarense se enredó en Carballiño, entre copa y copa, rodeado de comentarios jocosos y varios imbéciles que le reían las gracias porque aflojaba la mosca en invitarlos sin usura, para acabar en medio de la pista de baile de una discoteca cuyo pinchadiscos sólo conocía el mambo.

Carmen se rio desde su asiento al ver a semejante merluzo dando tumbos. Debía ser sobradamente estúpido o estar lo bastante beodo para no importarle lo más mínimo pintar el ridículo como lo estaba haciendo hasta que,  sintiéndose  observado, el mejicano fue a dar de lleno con sus ojos quedando medio alelado: la chavala era hermosa, verdaderamente exuberante. Para ser exactos, aquella joven era lo más parecido a lo que  le hubiera gustado que fuera su prometida.

Carmen, o Carmela como la llamaban cariñosamente los suyos, era una mujer segura de sí misma hasta el feminismo más radical, incluyendo la liberación sexual más pura y dura.

De impoluta y homogénea piel blanca, apenas se retocaba con un rímel para resaltar  aún más el enorme tamaño de sus inmensos y oceánicos luceros azul Atlántico. La delicadeza de sus cautivadores rasgos se completaba con una nariz discreta sobre unos carnosos labios, todo ello en un rostro coronado por una densa y larga cabellera en la que el cobre se solapaba con el trigueño, además de tener un cuerpo de escándalo que hubiese sacado el hipo a cualquier octogenario habituado a ver las más lozanas y perfectas curvas del Playboy.

Pero Carmela era una hechizante diosa que había hundido en la murria a más de un aspirante, y en la más desgarradora desesperación a muchas aventuras de una noche que apostaban por volver a catar lo que, por su naturaleza libertaria, estaba vedado para una segunda ocasión. La zagala se sentía con toda la seguridad para acostarse con mil hombres distintos si lo deseaba, aunque siempre sin repetir a ninguno.

Observando los bandazos de Poncho le resultó divertida e incluso atractiva su desfachatez, y eso era lo que precisamente le apetecía aquella noche: algo placentero y atrevido que la llenase de satisfacción hasta el rincón más profundo y hedonista de sus entrañas.

Al homenajeado, que tenía los sentidos revueltos e incluso alguno más inhibido y exaltado que de costumbre, no le costó demasiado percibir el intenso perfume a hormonas que desprendía aquella seductora hembra.

Desde los focos cegadores del recinto de baile, el mejicano intuyó el interés que despertaba en la espectadora y, sin dudarlo, arropada su confianza por la larga lista de ceros que exhibía la cuenta bancaria de su padre, se dirigió con una sonrisa alcoholizada y estúpida hacia ella.  La hermosa fémina reía burlona con otras amigas, obviando entre comentarios llenos de guasa al afrentado indiano.

—¿Puedo convidarlas, no más, a cualquier combinado que ustedes gusten? —propuso Beny mamado hasta la médula—. ¡Yo ya estoy harto de estar solo y de puro tomar!

Continuará...

 

Más en Novela por entregas