Novelas por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega IV

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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A pesar del paisaje de edificaciones que presenció de camino a casa de la pretendida, cuya construcción nada tenía que ver con las chabolas arrabaleras habitadas por los nativos del extrarradio de la capital nahualt, el criollo vivía persuadido de que los moradores de aquel lugar rozaban la más absoluta miseria, fruto de la anquilosada idea transmitida por su abuelo sobre la vida y sociedad de aquella aldea gallega que el fundador de la saga mexicana viera por última vez antes de partir allende el mar, mediando la segunda década del siglo pasado.

Samuel Pérez se recreaba relatando al pequeño Poncho sus recuerdos de la alejada tierra que lo vio nacer, donde la mayoría de la población se constituía de campesinos humildes que, en el mejor de los casos, llegaban a apacentar como suma hacienda un par de cabras y una oveja que los abasteciesen de leche.

Como un panorama inmutable, Samuel llegó a fijar en su memoria la barraca que compartían su familia y ganado compuesta apenas por dos piezas, una con un lar avivado sobre el suelo y otra para cobijar al rebaño. 

La eterna ropa raída y llena de remiendos que guardaba sus vergüenzas todo el año, con la respectiva muda festiva para mostrar un aspecto aceptable al asistir a los oficios en domingo, funerales y verbenas, que a diferencia de la de diario incluía como artículo de postín un calzoncillo, además de una pelliza confeccionada con paja para mantener las joyas de la familia tan secas y abrigadas como la sesera durante las jornadas de lluvia.

El viejo gallego retrató a su nieto hasta la extenuación los parajes de montes incultos en los que sus vecinos compartían una existencia de esfuerzo y privaciones que escasamente alcanzaban para subsistir, en un espacio prehistórico donde nunca existió luz eléctrica, agua corriente o el más mínimo lujo del que sí gozaba cualquier criado de su poderosa hacienda.

El anciano emigrante jamás quiso regresar a su país natal, ni siquiera después de transitar a hombre de posibles. Quién sabe si por no sufrir de melancolía, o sencillamente para convencerse de que hincar raíces en el Nuevo Mundo era arma sobrada contra la nostalgia.

El visitante había aprendido a ver Beariz por los ojos de su antecesor, guardando incrustada en el encéfalo una estampa trasnochada y decimonónica en la que una prole de siervos desheredados vivían en condiciones medievales. Apenas en lapsos involuntarios asumía la ambigüedad de tanta estrechez con la tecnología que le permitía comunicarse  con María considerándola, más que un testimonio de modernidad, como un residuo abstracto de cierta forma de economía de posguerra que había permitido a su familia  adquirir un computador de estraperlo en algún impreciso mercado negro.

Es evidente que en Beariz no poseían grifos de oro, pero qué importaba considerando el concepto obtuso y obsoleta que Poncho tenía de un lugar donde de poco hubieran servido careciendo de lavabos en los que instalarlos.

Para Beny el sitio y sus habitantes permanecían anclados en la intrahistoria, privados del más humilde antojo y contemporaneidad, reducidos a la más cruda miseria en algún rincón perdido e irrecuperable del tiempo, lo que no obstaba para que tanto él como su familia considerasen esa esquina del mundo como el lugar idóneo donde nutrirse de hembras de casta pura con quienes perpetuar una progenie igual de incólume y castiza.

Aquella percepción limitada y tendenciosa no se basaba en que el mexicano careciera de ojos o fuera miope, lo que explicaría por qué pese a que ante su mirada se abriera un villorrio moderno, europeo y por completo integrado en el siglo XXI, él apenas atisbara semejante aldehuela de chamizos habitada por una tribu de desdichados. Se trataba simplemente de un combinado de memoria fosilizada transferida por sus ascendientes, con el gusto instintivo por sentirse más pudiente y alejado de la penuria, reconociéndose a sí mismo como un valor añadido que había trascendido de condición sin alterar el delicado equilibrio del tejido social.

Pero si bien Beariz era después de todo el terruño de donde partieron interminables remesas de emigrantes en idénticas condiciones y por las mismas fechas que el patriarca, igual de cierto es que en el presente sus habitantes habían experimentado una evolución política y económica acorde con el resto del país, traduciéndose en una comunidad con acceso a la formación, conocimientos, bienes y servicios propios de cualquier estado moderno, vecinos que por otro lado recibían a los repatriados con una mezcla de admiración y desdén. Fascinación por las copiosas fortunas que de manera vanidosa demostraban haber logrado atesorar, pero con un somero aunque perceptible desaire por considerarlos de alguna manera imprecisa intelectualmente inferiores, menos preparados, o rebosantes de un indefinido tipo de ignorancia justificada en no tener que defender sus riquezas con el cerebro sino con los puños. 

Y todo ello muy a pesar de que la mayoría de los indianos recibiera una esmerada preparación en la nación azteca, particularmente promovida con suma intensidad por la pléyade de eruditos españoles asentados tras el exilio forzado por la guerra civil española, juramentados en instruir e integrar a sus compatriotas en una sociedad mejicana pujante e ilustrada.

* * * * *

Lejos de todas aquellas conjeturas y arbitrariedades del mexicano, si había una cosa que distrajera la mente del señor Luciano era el deseo de serpentear las calles del aldeorrio gobernando el timón del deportivo. El hombre estaba más que extasiado con el auto. No veía la hora de sentarse al volante y llegar al bar a tomarse por lo menos un güisqui para impresionar al vecindario.

En mitad de sus cábalas no situaba a su candidato a yerno mucho más allá del eslabón perdido de la evolución humana. De algún modo artero se regocijaba considerando que la vida imponía su propia justicia poética, de manera que si por un lado el destino le brindara a Poncho un cuantioso patrimonio, en su infinita sabiduría, Dios había compensado al resto de la humanidad limitándole el entendimiento.

El carpintero no albergaba la menor incertidumbre de que, si bien con toda probabilidad el pretendiente se rodeaba de un hatajo de sirvientes, no menos cierta sería la enorme dependencia de ellos debido a su retraso intelectivo. O al menos esa era la percepción compartida con sus vecinos en lo relativo a todo retornado sudamericano, ya hubiese hecho las Américas o se repatriara fracasado.

Pero si por encima de todo había una cosa clara es que debía alabar al Altísimo por la oportunidad que le brindaba, sin olvidar aquel magnífico coche que satisfacía todos los anhelos automovilísticos del más displicente. 

―Oye, Poncho, ¿qué te parece si os quedáis aquí los dos esperando la llegada de tu familia? ―propuso el padre de la agasajada sin poder ocultar su impaciencia por el vehículo―.  Así podréis conoceros mejor en persona, de tú a tú. Para no estorbaros yo me acercaré mientras tanto a la cantina. Supongo que no te importará que lleve el auto para probar qué tal va.

 

Continuará...

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