Novela por entregas

¡CHIHUAHUA! Entrega XIII

portada chihuahua  -Miguel Mosquera Paans
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Ya en una ocasión se quedó de piedra a los quince años, en plena faena con una criada, cuando a su progenitor no le bastó con entrar inoportunamente en su dormitorio sino que, no satisfecho con sentarse como espectador a ver la función, se permitió jalearlo como quien anima a su equipo de fútbol para que no perdiese el ritmo hasta consumar aquel concurrido y avergonzado coito. 

Y por otro lado debía suponer que el de Carmen no iba a pasarse la vida enclaustrado, así que mal sería que a aquellas horas no pudiera disfrutar de un poco de intimidad. Cuando menos de mayor discreción que en plena calle, donde la pasional enamorada se consagraba a taladrarle la oreja con la lengua hasta casi rascarle el cerebro.

Entre aquellos preliminares callejeros y la presión por no ser visto, Poncho había conseguido un cierto grado de lucidez frente a la cogorza. Al menos el alcohol parecía haber bajado lo necesario como para recuperar un razonable gobierno, tanto sobre la cabeza como la bragueta, hallándose desde su punto de vista en condiciones idóneas para satisfacer el apetito de aquella hembra de paso que el suyo, e incluso de superarse. 

En un alarde de hombría se consideró con ímpetu sobrado para nublar con su potencia masculina el deseo de la mujer más ardiente o desesperada, e investido de esta nueva confianza asintió a Carmela, agarrándola por la cintura para tomar camino hacia su casa.

La anarquista había metamorfoseado radicalmente su apariencia, mostrando ahora la máscara de la niña inocente, sumisa y complaciente, mientras Beny hinchaba el pecho hasta extremo de parecer que la camisa fuera a estallar de un momento a otro.

Llegados a la vivienda, la muchacha condujo a su amante directo a la alcoba, desnudándose con igual habilidad y presteza que la noche anterior.

Poncho se despojaba ceremonioso de la blusa cuando Carmen se lanzó a aflojarle el cinturón, desabrochándole la bragadura y tirando vertiginosamente de él para que cayera en la cama a su lado.

—¡Te vas a enterar de lo que es un macho! —musitó firme pero suave el indiano—. ¡Vas a quedar tan llena que no necesitarás chingar en un año!

Carmela se apuraba encajando la mano por los calzoncillos del galán en busca del escroto, mientras el criollo le lamía los pezones con frenesí a la vez que percibía en las yemas de sus dedos cómo su piel se erizaba al pasarle la mano con delicadas caricias por la espalda.

Usando las piernas, el semental se bajó los pantalones como pudo, enredándose con las perneras y el cinturón. A punto estaba de echar la mano al slip cuando un estrepitoso golpe de la puerta contra la pared le detuvo la maniobra y la respiración: en el umbral, una malhumorada mujer con cara amargada los miraba a ambos con gesto de reproche.

Enzarzado con las calzas para estar cuanto más presentable o lo menos desnudo posible, antes de que el mujeriego pudiera esgrimir siquiera un suspiro, la dueña se encaró directa a Carmen propinándole un estrepitoso sopapo, ignorando por completo la presencia del Playboy.

—Yo… yo… —tartamudeó el muy cobarde—, yo… verá, señora… yo… 

La libertaria se frotaba la mejilla en el lugar exacto del impacto, lanzando a su madre una mirada que entremezclaba furia y súplica, en tanto el furtivo se vestía más atropelladamente aún que la noche anterior, abotonándose la camisa mientras apuraba el paso para, sin decir palabra, evadirse sin volver la vista atrás.

—¡Otra vez a casa sin mojarla! —maldijo el criollo—. Esto ya empieza a ser una costumbre. ¡A esta chingada no hay quien se la tire!

Frustrado en sus ansias, con el deseo incandescente y el atributo empinado como una antorcha, se encaminó derecho a refugiarse en su apartamento antes de que el clan entero de la ofendida diese con él para abrirlo en canal, ahí mismito no más, por deshonrar a toda la familia.

Cuando Beny se creyó al fin seguro tras la puerta atrancada de su domicilio, reparó en que tenía la arboladura tan tiesa y firme que requería una medida drástica para relajarla, y tomando instintivamente las bragas, fetiche en mano comenzó, esta vez con éxito, a masturbarse. 

No bien manipuló el manubrio eyaculando, pudo regocijarse con el triple alivio de que el bálano se deshinchaba, constatando por otro lado no haberse convertido en un chiflado y verificando que el trebejo funcionaba a la perfección.  

Pero algo no iba bien. Fracasado, el seductor no pudo impedir sentir una cierta desazón después de aquel desahogo momentáneo, y sin lograr dominarse se pasó el resto de la tarde tendido sobre la cama añorando a Carmen, con su prenda abrazada al corazón.

* * * * *

En los siguientes días buscó consuelo en la compañía de María, en quien puso todo el empeño por cortejar. Desde luego sin pasársele ni por asomo mantener relaciones con ella antes del matrimonio, como dictaban los cánones, sin evitar no obstante las más odiosas comparaciones con Carmela, hasta el extremo de que cuanto más se esforzaba en apartarla de su pensamiento, con mayor insistencia invadía su cerebro hacia la obsesión.

El futuro cónyuge se dejaba sin embargo arrastrar pasivamente por la efusividad de su prometida, aunque para protegerse del asedio al que lo sometía cada vez que la discreción del entorno lo permitía, diseñó toda una batería de visitas a lugares públicos donde sentirse a salvo, rehuyendo cualquier conato que arruinara su castidad, para asegurarse de que llegase incólume al altar.

Además había intuido en algún momento de su estancia en Carballiño que sus paisanos tenían un concepto en general bastante despectivo de los suramericanos, de manera que para evitar cualquier prejuicio aprovecharía para demostrarle a María su alta formación académica y profunda inquietud humanística.

De ese modo visitaron un día la catedral de Mondoñedo, donde el público asistente estimulaba el más discreto recato de la novia. Otro, el santuario de San Andrés de Teixido, en el que la sacralidad del entorno invitaba al más casto recogimiento. En la siguiente jornada ganaron el Jubileo. Ni qué decir tiene que el ambiente que se respiraba entre la feligresía hacinada de peregrinos, unido a los sahumerios con olor a incienso del botafumeiro jacobeo, exhortaron toda posibilidad del más tímido roce. En la ocasión posterior vieron la seo ourensana con el fundado argumento de admirar el Pórtico del Paraíso, cuya factura rivaliza a todas luces con la belleza del compostelano de La Gloria, coincidiendo plenamente, eso sí, en el pudor exigible por el escenario.

 

Continuará...

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